Francisco CARRASQUER
Hoy nos salimos del tiesto con dos poetas que bien pudiéramos calificar de malditos: uno neerlandés y otro belga, para que luego digan que son los dos países más burgueses de Europa (y, por lo tanto, del mundo). Pues no, aunque sólo sea para llevarles la contraria a los catalogadores de países. Además queremos tratar ya ese, más que espinoso, doloroso tema de los poetas malditos que desde tanto tiempo viene atosigándome.
El término nos trae a las mientes, sin falta, a Paul Verlaine, que por algo es el autor de la colección de glosas de seis poetas malditos (él mismo entre ellos) titulado precisamente «Poetes Maudits» (1884). Casos típicos de poetas malditos en la literatura universal son François Villon, Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Dylan Thomas, Jean Genet… Y las asociaciones no menos inseparables a la expresión de poetes maudits, suelen ser: el ajenjo, la pederastia, la tendencia al suicidio y una vida entre la crápula y la bohemia. Pero la moda del poeta maldito ha pasado hace tiempo. Se situó entre el Romanticismo (años treinta del siglo XIX) hasta el simbolismo y modernismo (a caballo entre el XIX y el XX). Lo que no quiere decir que no haya seguido habiendo otros poetas, y no pocos, no menos merecedores de ese titulo y por parecidas razones. Lo que pasa es que la gente ya no se escandaliza por esas cosas. Aunque tal vez distinga al poeta maldito decimonónico del novecentista por la «materia prima», ya que si para aquéllos hablábamos de absenta, pederastia, proclividad suicida en plena crápula y bohemia, a los de nuestro siglo los podemos caracterizar por dos únicas adicciones: el alcohol y la droga dura, y a unos y a otros en no caer ya en exhibicionismos y en llevar una vida retirada, emborrachándose los unos a solas, o poco menos, y drogándose los otros en su vergonzante rincón sórdido.