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Durruti y la Revolución española

Abel PAZ

Durruti

Durruti

A ojos de sus enemigos, el gran pecado que cometió el proletariado español en 1936 fue llevar a la práctica la mayor revolución social que habida en la historia, iniciándola como contragolpe al pronunciamiento militar antirrepublicano. La revolución fue aplastada por la propia República, que contó con la colaboración de la burocracia constituida en el seno de las fuerzas revolucionarias, pero afectó tanto al edificio social que impidió cualquier solución de compromiso entre el orden republicano y los insurrectos, haciéndose necesario el triunfo fascista y la dictadura de Franco para la salvación in extremis de la sociedad de clases. Si la coyuntura política del cincuentenario de la guerra civil española hace escribir a los grandes diarios actuales que ésta «no sirvió para nada» (El País), un vistazo a los últimos diez años de transición democrática demuestra que por lo menos sirvió para que, cuarenta años después, se reconciliaran y unificaran los dos modelos de conservación de lo existente que se enfrentaron durante la guerra civil: el de los que ganaron la guerra para vencer la revolución y el de los que la perdieron por haberla vencido. Sigue leyendo

Durruti, Ascaso y García Oliver

Francisco CARRASQUER

1. Zaragoza, la clave

trioTodo el mundo sabe cómo se perdió Zaragoza, pero nadie se lo explica. Recuerdo los días, las semanas, los meses en que se estuvo discutiendo el tema en el frente de Aragón, al comienzo de la guerra. Con qué dolor se comentaba la traición del general Cabanellas y con qué acentos iracundos se pedían responsabilidades a los pocos militantes cenetistas que habían podido salir de Zaragoza. Entre correligionarios, no se daba la culpa al gobernador civil ni al confiado gobierno central que no había sospechado de un gobernador militar felón, sino que se pedía la cabeza de la dirección cenetista zaragozana, en la creencia de que allí donde triunfó el antifascismo fue exactamente donde triunfó la CNT, a pesar o en contra de las autoridades oficiales y oficiosas. Si en Barcelona se había derrotado al ejército faccioso, ¿no había sido porque la CNT no había esperado órdenes de nadie y se había saltado a la torera todas las medio medidas e instrucciones de los políticos en el poder y todas las recomendaciones de las oficiosas «fuerzas vivas»? Fue en Barcelona donde, por primera –y única– vez, el pueblo derrotó al ejército, en acción directa –a pesar de la Generalitat– y omisión indirecta –contra la voluntad del gobierno de Madrid–. En los medios milicianos del frente de Aragón se creía a pie juntillas que no había otro medio de salvación de la República que el de entregar al pueblo todas las armas posibles. Pero ni Azaña, ni Casares Quiroga, ni Companys, ni Miaja, ni Núñez del Prado, ni ningún manipulador del aparato político de la hora, quería llegar a ese extremo. A la distancia histórica de hoy bien puede afirmarse tranquilamente que todas las plazas fuertes españolas se perdieron para la República por no ceder a la desesperada reclamación de armas por parte del pueblo; así como por el contrario, las que se salvaron lo fueron por haber desbordado la calle toda autoridad y haberse hecho con las armas sin más contemplaciones. Sigue leyendo

Hans Magnus Enzensberger, Durruti y Bakunin

Francisco Carrasquer

Hans Magnus Enzensberger

Hans Magnus Enzensberger

He aquí a un poeta alemán que debería ser más conocido de los españoles, siquiera sea por lo bien que él nos conoce, por no decir nos quiere, que el amor es el conocimiento supremo.

Complacencias chauvinistas aparte, Hans Magnus Enzensberger se merece ser más conocido porque está muy lejos de encarnar los defectos arquetípicos del intelectual y más aún del poeta clásico o romántico. Enzensberger no es un hombre retraído ni recoleto, sino muy enterado de la actualidad universal, muy empapado de las grandes culturas y que se mueve con la misma desenvoltura en temas sindicalistas, como en la problemática de los mass media, desde el periodismo a la televisión y que al mismo tiempo es capaz de irse a una isla griega a profundizar una idea, como venirse a Barcelona o a Madrid para actuar en un jurado de premio literario. En suma, es una cabeza de aquellas que Ortega y Gasset llamaba claras, como pocas, sostenida por un corazón con tan múltiples registros como un órgano barroco. Pero ahora y aquí me gustaría acercar a Enzensberger a nuestro mundo libertario por dos de sus obras: una novela sui generis sobre Durruti y un poemario en el que figura una larga balada dedicada a Bakunin. Sigue leyendo