Abel PAZ
A ojos de sus enemigos, el gran pecado que cometió el proletariado español en 1936 fue llevar a la práctica la mayor revolución social que habida en la historia, iniciándola como contragolpe al pronunciamiento militar antirrepublicano. La revolución fue aplastada por la propia República, que contó con la colaboración de la burocracia constituida en el seno de las fuerzas revolucionarias, pero afectó tanto al edificio social que impidió cualquier solución de compromiso entre el orden republicano y los insurrectos, haciéndose necesario el triunfo fascista y la dictadura de Franco para la salvación in extremis de la sociedad de clases. Si la coyuntura política del cincuentenario de la guerra civil española hace escribir a los grandes diarios actuales que ésta «no sirvió para nada» (El País), un vistazo a los últimos diez años de transición democrática demuestra que por lo menos sirvió para que, cuarenta años después, se reconciliaran y unificaran los dos modelos de conservación de lo existente que se enfrentaron durante la guerra civil: el de los que ganaron la guerra para vencer la revolución y el de los que la perdieron por haberla vencido. Sigue leyendo