Antonio TÉLLEZ
La onda expansiva que produjo la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, sólo tardó dos años en llegar a la URSS, con una fuerza de destrucción insospechada, que puso en evidencia la fragilidad de todo un imperio totalitario considerado con capacidad para resistir a cualquier embestida, predestinado a tener vida sempiterna.
¿Quién podía imaginar que al Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), con sus catorce millones de afiliados, le bastaría un chasquido de dedos (un simple ukase del 23 de agosto de 1991), para esfumarse sin que nadie dijera esta boca es mía? Es cierto que en las semanas que precedieron al decreto de disolución, varios millones de miembros lo habían abandonado por decisión propia.
¿Acaso el Partido era ya una entelequia y se circunscribía a los comunistas que estaban bien instalados en las poltronas del aparato, de la nomenklatura, y que todos los demás pertenecían a la clase de los que se arriman al sol que más calienta? Sigue leyendo