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SOBRE EL ARTE. Una aproximación racional a los valores estéticos

Jose Cases Alfonso

Fallecido el 19 de noviembre de 1998, José Cases fue un histórico militante anarcosindicalista y personaje clave del Sindicato de Espectáculos de Barcelona, primero de la CNT y luego de la CGT. Quienes lo conocieran solo superficialmente puede que ignoren la profunda curiosidad intelectual que le llevó a acumular amplios conocimientos sobre los más diversos temas. Reproducimos ahoraeste artículo que da buena muestra de ello.  

Cualquiera que en la actualidad formulase la pregunta, ¿qué es el Arte?, se encontraría con muy pocas personas dispuestas a afrontar los riesgos de una definición, y aquellos que lo intentaran lo harían usando toda una serie de elementos expositivos que remitirían el problema al terreno de los «misterios» o lo situarían ante nuevas interrogaciones de las que dependería la pregunta inicial.

Mi opinión personal sobre el mismo es la de que no se trata de una situación que afecte exclusivamente al Arte sino que es común a todos los problemas relacionados con el conocimiento y valoración de la realidad: no disponemos de una teoría correcta del conocimiento.

En principio, la creencia generalizada de que la «percepción», el «conocimiento», la «inspiración», la «intuición», etc. del Arte se realiza en el hombre por la vía de la «emoción», del «sentimiento» (entendido esto como extra racional), ya supone una dificultad insalvable para una posible intelección del mismo, tanto si los valores estéticos son considerados como estando en las cosas (objetivos) o creados por el hombre (subjetivos).

Pero, ¿son los «sentimientos» humanos ajenos a la razón?, ¿se originan estos en forma desconocida, misteriosa o ya preexisten de alguna manera, en nosotros, al nacer? La verdad es que sobre este asunto hay opiniones para todos los gustos. Estoy firmemente convencido que eso que llamamos «sentimientos» no son otra cosa que elaboraciones racionales hechas con experiencias personales repetidas o en aceptaciones basadas en la autoridad de otros, y también por asociaciones analógicas con ellas. Son como unos contenidos mentales que nuestra experiencia vital ha ido configurando como válidos —necesarios— y que, como formas activas que son, ante cualquier situación dada que les afecte, originarán, como un resorte, la respuesta correspondiente que será, según los casos, una acción física (móvil), un pensamiento, una «emoción», o varias cosas a la vez. La casi simultaneidad entre el estímulo y la acción o movimiento; la aparente automaticidad de la respuesta, en la mayoría de los casos, nos impide percibir el hilo conductor del uno o la otra. Lo que induce a creer en una espontaneidad no razonada. Estos contenidos mentales o fijaciones son como esquemas o patrones de comportamiento desde los que se proyecta la personalidad de cada ser humano, es decir, son su repertorio de respuestas peculiares o habituales.

Lo mismo ocurre con aquellos actos simples (movimientos y palabras) que realizamos cotidianamente y que calificamos de mecánicos porque son respuestas en las que nos parece que no interviene la razón, el conocimiento, la reflexión; pero no es así. Todo acto humano comporta un proceso previo de preparación en el que interviene la consideración de su necesidad, de su posibilidad y demás circunstancias concurren, pero cuando una respuesta determinada nos es con cierta frecuencia solicitada y cumplida con la eficacia requerida, se crea en nosotros una sensación de confianza en la acción que nos impulsa a prescindir de la reconstrucción de la mayor parte del proceso mental previo y actuamos, no mecánica ni inconscientemente, sino confiados en la eficacia demostrada reiteradamente en idénticas circunstancias.

Nuestro conocimiento es funcional y, por ello, intencional, y una forma de acción: pensar es actuar. Cuando el ser humano piensa, actúa. Es una forma de acción distinta de aquella que comporta alguna clase de movimiento visible, pero tan real como ella; es más, la acción de pensar, siempre precede a la otra que es su consecuencia cuando aquella así lo cree necesario.

II

Los hombres estamos condenados a ignorar la existencia y significación que pueden tener las «cosas» más allá del plano de la sensibilidad de que estamos dotados, pero no debemos seguir ignorando que la significación o valoración de lo existente (lo sensible) y, naturalmente, su conocimiento está determinado y condicionado: a) por los límites y posibilidades del conocimiento humano; b) por las circunstancias del perceptor en su relación con el mundo (magnitudes de relación en valores de espacio y tiempo: volumen, potencia, movilidad y ciclo vital del individuo), y c) por la intencionalidad básica de la percepción. Solo teniendo en cuenta estos factores podremos intentar una primera aproximación a la realidad, de lo contrario continuaremos condenados también a seguir persiguiendo la imagen fantasmal de una realidad que se nos escapa siempre y esteriliza nuestro esfuerzo. Solo conociendo como conocemos nos será posible conocer el valor real de nuestro conocimiento.

Es desde esta perspectiva desde donde me propongo exponer mi opinión sobre lo que son y cómo se forman o se fijan en nosotros esos contenidos de valoración estética que dan significación— dimensión humana— a esa realidad llamada arte. No intentaré, de entrada, dar una definición del concepto arte, porque es un concepto demasiado vago y generalizador, ya que pretende expresar, al mismo tiempo, el «goce» y la «creación» de la obra estética, confundiendo técnica y valores estéticos. Me limitaré, en principio, al análisis de los fundamentos del problema que consiste en conocer el origen y naturaleza de nuestra valoración de la realidad en su aspecto estético.

III

Los valores estéticos surgen en nosotros como consecuencia de ciertas afecciones de complacencia o repulsión que sufrimos ante cosas o elementos de la realidad. Estas complacencias o repulsiones son determinadas por ciertas significaciones que encontramos o les conferimos a esas cosas o elementos y que expresamos bajo los nombres genéricos de belleza o fealdad. Es, pues, de sumo interés averiguar el cómo y el porqué ciertos rasgos o características de las cosas producen en nosotros complacencia o repulsión y dan origen a las ideas de belleza y fealdad y, a su vez, a los valores estéticos que las expresan y las distinguen de las otras formas de valoración que el hombre ejerce sobre las cosas o elementos de la realidad.

Antes de continuar, quizá sería conveniente señalar que, en cierta manera, belleza y fealdad, en sus múltiples formas concebidas, son unos pequeños y extremos salientes opuestos de un ancho cauce por el que fluye nuestra existencia casi inadvertida en su monótono discurrir. Estos salientes, por expresar aspiraciones de satisfacción limitada y repulsiones extremas, adquieren y mantienen una gran importancia en el transcurso de nuestra vida y dan la impresión de que cubren y llenan toda la realidad humana. Aquí está el origen de la gran importancia del fenómeno estético. La instrumentalización de lo estético da la posibilidad al «artista» de «recrear» o alterar la realidad «exaltando», «enriqueciendo», «iluminando» o deprimiendo y con ello influir sobre los demás. Socialmente, el arte es una forma de poder y para la humanidad un factor de afirmación y trascendencia.

El factor menos conocido en la formación de elementos estéticos es de base mental, racional y, por tanto, puede considerársele como natural y subjetivo. Se origina en una aspiración de nuestra mente por inteligir la realidad que se resiste una y otra vez. Al precio de un gran esfuerzo continuado desde el mismo instante de nacer, logra el intelecto aislar de entre una masa caótica inicial, en un lento proceso de diferenciación valorativa, lo individual, base de todo conocimiento real y construir, en un intento de intelección comprensiva, una serie infinita de estructuras unificadoras de esa realidad singularizada (objetivizada), que le permitan alcanzar una imagen válida de su mundo vital. Por este motivo cuando a nuestra razón, la múltiple y diversa realidad, se le aparece bajo alguna forma de ordenamiento unificador que facilita su intelección al simplificarla, esta se complace en ello. De ahí nace esa constante exigencia intelectual de simplicidad y orden y que se expresa en valores estéticos de armonía, ritmo, simetría, equilibrio, claridad, etc. bajo cualquier aspecto en que se manifiesten, y de ahí nace también nuestra hostilidad y rechazo a toda manifestación ininteligible, oscura. confusa, compleja. caótica, absurda; elementos básicos de inseguridad.

El otro factor estético, ya presentido en la Antigüedad clásica pero no investigado en profundidad, porque todo el sistema de ideas en vigor lo impedían, es el de la posible relación entre los conceptos bueno-bello y malo-feo. Efectivamente, una observación atenta pone de relieve la existencia de esta correlación. Las cosas o elementos de la realidad que tenemos por buenos en algún sentido son, generalmente, considerados como participando de alguna forma de belleza y aquellos que tenemos por malos se les tiene como exponentes de algún tipo de fealdad. Pero no se evidencia de inmediato el cómo y el porqué se produce esta correlación valorativa, se precisa alguna comprensión sobre la forma de operar nuestro intelecto para darse cuenta de por qué este tipo de elementos estéticos son una valoración secundaria o derivada de otra que la precede: la utilitaria.

Sabemos que toda realidad debe poseer algunos rasgos o elementos (formas o símbolos) por los cuales es captada por nuestro mecanismo de la sensibilidad y son estos rasgos —expresión visible o simbólica de la realidad— los que en virtud de la simpatía u hostilidad provocada por su condición utilitaria sedimentan en nosotros una actitud de complacencia o aversión hacia esos rasgos o elementos en que se expresan. Por eso los valores estéticos de esta clase se estructuran en nosotros en forma de modelos, arquetipos, símbolos, de belleza o fealdad y nos sirven de patrones automáticos de valoración estética para cada forma de realidad.

Pero al estructurarse un sistema de valoración estética por medio de formas ideales, estas, en cierto modo, una vez constituidas, se «independizan» de los valores utilitarios que las engendraron. Este fenómeno se produce porque esta valoración estética se realiza sobre gran parte de la realidad por simple extensión. Me explicaré. Ningún ser humano puede poseer un modelo estético para cada forma de realidad sobre las que en el transcurso de su existencia habrá de enfrentarse, por la sencilla razón de que su experiencia utilitaria es muy limitada. Gran parte de las cosas existentes quedan fuera de nuestra experiencia personal; solo la parte más cotidiana e inmediata de la realidad nos es asequible a la valoración utilitaria y, correlativamente, a la estética, que junto con los elementos estéticos de que se nos provee a través de nuestro condicionamiento social, forman nuestro repertorio de arquetipos estéticos, cuantitativamente importante pero insuficiente, forzándonos a su aplicación extensiva por analogía formal al resto de la realidad sobre la que no tenemos juicio valorativo formado.

Por esta razón ocurre con frecuencia que algo que consideramos como bello o feo sea inversamente malo o bueno, ya que los valores estéticos que les aplicamos han sido originados en formas similares de contenido distinto. Otro tanto sucede cuando sobre una misma realidad concurren simultáneamente los dos tipos de valoración estética referidos, el racional y el condicionado, pues ambas valoraciones pueden ser, a la vez, positivas o negativas; o una ser negativa y la otra positiva, ampliando en el primer caso la impresión de lo bello o lo feo; o provocar en nosotros una actitud contradictoria de complacencia o repulsión hacia una misma cosa, según sobre qué aspecto de la misma orientemos nuestra atención en el segundo caso.

Los valores estéticos originados en factores utilitarios se pueden considerar como culturales por cuanto son elaborados por la experiencia y, en consideración al tipo de motivaciones humanas que las engendran, podrían ser subdivididos en biológicos y en éticos-sociales.

IV

Expuestas así las cosas, si se me exigiera una definición sintetizada de lo que es Arte, podría atreverme a decir con las tolerancias que toda generalización pide y las insuficiencias que las palabras nos imponen, que Arte es la «exaltación de los rasgos» en que se expresan las cosas o elementos de la realidad cuando sobre ellos concurren determinadas circunstancias de especial interés humano, y también debería decir, para ser consecuente, que Arte es la manipulación intencionada de elementos estéticos expresados en una obra artística: un cuadro, una melodía, una poesía, una novela, una película, etc. La primera definición correspondería a la naturaleza de los valores estéticos y la segunda al trabajo que realizan los «artistas» con estos valores.

V La creación artística

Todos los seres humanos, en cuanto participan de una misma estructura biológica, poseen idéntico sistema de sensibilidad y se desarrollan en un medio físico-social similar, adoptan actitudes coincidentes, son en el modo en que estos elementos son aprehendidos por ellos y en la intencionalidad de esta aprehensión. De ahí nace la universalidad de la Cultura, de los valores estéticos y del Arte.

El hecho de que, en cierta medida, todos los hombres elaboren una misma escala de valoración estética, hace posible un lenguaje común sobre valores estéticos y la creación de obras conteniendo aquellos elementos estéticos inteligibles a todos.

Con la obra artística nace el artista. Este no puede crear nuevos valores estéticos porque al no ser compartidos serían gratuitos, pero debe poseer el suficiente conocimiento y habilidad para expresarlos. También puede aspirar a la creación de nuevas técnicas de expresión y al mejoramiento de las existentes.

Las formas o modos por medio de lo cuales pueden, expresarse los valores estéticos son muchos y, además, algunos de ellos pueden servir de vehículos expresivos de otros; sin embargo, en este terreno cada uno de ellos posee unos límites que vienen determinados por la naturaleza de sus «rasgos» o medios expresivos. Con la música por ejemplo, se ha intentado expresar desde las fuerzas de la naturaleza en acción hasta las pasiones humanas más opuestas, pero sólo con una información previa sobre el tema implicado es posible acceder a los ,valores incorporados. Lo mismo ocurre con las artes plásticas en algunas de sus tendencias más recientes o, en otro sentido, con el verso cuando se le priva de su musicalidad o con la imagen gráfica cuando se la despoja de la mayor parte de sus elementos expresivos.

Con todo y a pesar de los reparos y resistencias que pueden suscitar y suscitan las ‘ audacias en nuestros días, debe considerarse como legítimo todo intento de búsqueda de nuevas posibilidades de manifestación para cada forma o modo de expresión estética y de nuevas técnicas de realización. Su resultado debe conducirnos, cuando menos, a un mejor conocimiento de este fenómeno humano que es el Arte. Pero los esfuerzos tendentes al desarrollo de nuevas técnicas y modos de expresión estéticas deben ser cuidadosamente diferenciados de los valores estéticos que se intentan expresar en la obra artística, pues, es muy frecuente considerar como valor estético lo que es simple admiración de iniciado por la té nica o modo de realización empleado o por la intencionalidad extra artística de la obra, en detrimento de una justa valoración de los elementos estéticos en ella contenidos.

Publicado en Polémica, n.º 8, agosto 1983