Félix CARRASQUER

Félix Carrasquer
Solemos suponer que el concepto antitético de la libertad es la tiranía, lo que no es descabellado, pero no podría haber tiranía ni autoridad en su amplísima gama sin la actitud resignada de obediencia. Obedecer no es solamente actuar al dictado de otro; implica además renunciar de la propia iniciativa y un sometimiento que nos acostumbra a la pereza mental y a un cierto grado de amorfismo, en consecuencia. Analizado el hábito de obedecer desde esta perspectiva se nos presenta como un ademán de funestísimas consecuencias, puesto que hace al sujeto siervo de una voluntad ajena en lamentable detrimento de la formación de su propia personalidad.
Sin embargo, se nos dirá: ¿Los que no obedecen, en la infancia muy especialmente, no acabarán siendo unos díscolos o inadaptados? Desgraciadamente así piensan demasiadas personas moldeadas por la costumbre y el autoritarismo imperante. Si obedecer implica sumisión y actuar sin intervención del yo inteligente, las actividades o gestos del sujeto son meramente automáticos, y exentos, por ello, de la motivación que estimula y les proporciona interés. Y si obedecer dificulta la estructuración de la personalidad y hace al individuo proclive a la indiferencia y la pereza, la obediencia será mucho más nociva para los jóvenes que están en el delicado período de organizar su mente y vitalizar su sentido crítico, que es lo más valioso que los seres humanos atesoramos para distinguir lo conveniente de lo morboso y lo exacto de lo erróneo. Nunca es beneficioso obedecer; pero cuando el sometimiento hace más daño es durante la infancia. Sigue leyendo