Ángel J. CAPPELLETTI
La participación activa del pueblo esto es, de la clases bajas, en la historia argentina ha sido errática y contradictoria. El movimiento que condujo a la independencia no contó, al menos al principio, con la adhesión masiva de gauchos, pardos y negros. Un sector de la burguesía urbana formada por criollos que habían asimilado (hasta cierto punto) la idea de Rousseau y del iluminismo, originó la Primera Junta de Gobierno en mayo de 1810. La plebe urbana vio con indiferencia estos hechos en un primer momento. La exótica y foránea idea de «patria» fue sustituyendo trabajosamente, en los años siguientes, la ideología monárquica, inculcada en las casas señoriales y en los púlpitos. La adhesión posterior de las masas rurales a los caudillos no debe interpretarse, en todo caso, como algo muy distinto de la lealtad de los siervos hacia los señores feudales en el Medioevo.
El primer movimiento popular –y, más específicamente, obrero– que se produjo en la Argentina supone la gran inmigración europea, la incipiente industrialización la conciencia de clase. Este movimiento es el anarquismo o, si se prefiere, el anarco sindicalismo representado por la FORA (Federación Obrera Regional Argentina). El anarquismo dominó el escenario social del país por lo menos hasta fines de la Primera Guerra Mundial, aunque siguió siendo importante hasta 1930 y, perseguido a muerte por la dictadura de Uriburu todavía tuvo peso decisivo en muchas ocasiones hasta la llegada de Perón. Los asalariados de la ciudad –obreros industriales– y del campo se organizaron desde la base, a partir de las uniones locales y de sociedades de resistencia, en un gran organismo federativo, que abarcó todo el territorio nacional y cuya influencia –ideológica y organizativa– se extendió a los países vecinos –Uruguay, Paraguay Bolivia, etc.–. La FORA se proclamó anarco-comunista y adoptó una ideología esencialmente kropotkiniana, aun cuando los primeros núcleos porteños –ya en la década de 1870– se remitían a Bakunin y aun cuando no faltaron nunca los llamados individualistas –a veces directamente stirnerianos– y los enemigos de la organización. La llegada de Malatesta, en los últimos años del siglo XlX, y su incansable obra de difusión de las ideas de organización obrera tuvo, en ese sentido, una influencia decisiva. En todo caso, es indiscutible que el movimiento anarquista predominaba ampliamente hasta 1920 por lo menos –y, tal vez, hasta 1930– entre los trabajadores argentinos organizados y conscientes. Innumerables sindicatos, sociedades de resistencia, centros de estudio social, bibliotecas populares, periódicos, revistas, grupos editores, etc., vinculados o no a la FORA, adoptaban, con matices diferentes, la ideología del anarquismo (Cfr. Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, 1978). El marxismo que, ni en esos años, ni nunca, fue un movimiento popular en Argentina –y cuya peligrosidad revolucionaria sólo existió después en la mente paranoica de Uriburu, Onganía y Videla– apenas si tenía alguna influencia entre los trabajadores de cuello blanco –bancarios, maestros empleados municipales, etc.– y en ciertos círculos intelectuales, en verdad más inclinados al positivismo y al cientificismo que al materialismo histórico. Sigue leyendo →