Felipe ALÁIZ

Durruti
A veces la simpatía por Durruti llegó a regiones de fervor religioso y de mística sentimental. El culto a los héroes es tan viejo como el mundo. Carlyle le dio significación porque, en su época, el culto a los héroes no era el culto plural y anónimo de ahora. Hoy, en la inmediación de Durruti y en la lejanía espacial de sus años y de los nuestros, vemos millones de héroes. Y una fuerte impulsión nos acerca a su sacrificio total, a su vida malograda y a su tránsito, pero nos aleja de cualquier personalización mística, de cualquier deificación.
El culto al héroe habría de consistir en darle amplitud. Entre los muertos por una noble causa no puede separarse a uno solo. De la misma manera que los héroes eran poco numerosos en los tiempos de Carlyle, poco numerosos desde el punto de vista de la vida entregada por los demás, hoy forman legión. Su número, después de las hecatombes de estos últimos tiempos, sobrepasa el censo total de los ejércitos de Napoleón y de sus enemigos en mar y tierra. Es imposible que a tantos millones de víctimas los represente una sola víctima. En cambio, la totalidad de sacrificados representa cumplidamente al sacrificado personal por singular que sea. Incluso la opinión se polariza a veces desde 1918 en el soldado desconocido y no en tal o cual combatiente. Podemos separar de ese culto al soldado desconocido lo que tiene de religión y hasta darle el significado diferencial concreto que difiere de otros sacrificios anónimos. Podemos dar al anónimo social combatiente todas las variantes que tiene y que no son pocas. Lo que no podemos hacer es cultivar la magia creyendo que un solo hombre, sea quien sea, puede compensar con heroísmo ni con nada la insuficiencia combativa procurada por la falta de asistencia en las alturas. Sigue leyendo