Pere Serrad
Este artículo de Pere Serrad apareció publicado en un extenso dosier publicado en nuestra revista en 1982 sobre la CNT y su trayectoria histórica. Pere Serrad –miembro del primer Consejo de Redacción de Polémica– fue militante de la CNT desde su reconstrucción en 1976 hasta que fue expulsado en 1978 del Sindicato de Banca por estar a favor de participar en las elecciones sindicales. Tras la ruptura de la organización en 1979, pasó a formar parte de la CNT-Congreso de Valencia, que más tarde se convertiría en la actual Confederación General del Trabajo (CGT). Fue militante del Partido Sindicalista.
Tenía que suceder porque, cuando los errores se repiten, los fracasos también se repiten. En la asamblea celebrada en la barcelonesa barriada de Sants, el 29 de febrero de 1976, se iniciaba el proceso de reorganización confederal. y se hacía con un ingenuo unitarismo, olvidando conflictos de fondo que se remontaban a la década de los años treinta –la pugna entre faístas y sindicalistas–, prescindiendo de las enseñanzas de la Guerra Civil e ignorando el rosario de expulsiones, escisiones y querellas que jalonaron la historia del exilio y la clandestinidad. Bajo el amparo de unas siglas y de su indudable prestigio, se empezaba la reconstrucción de CNT, y aquí cabía todo el mundo: anarcosindicalistas, sindicalistas revolucionarios, anarquistas «puros», marxistas de distinto matiz, «autónomos», consejistas, «pasotas» y un largo muestrario de diversos especímenes ideológicos.
Al no haberse definido claramente un marco vinculante –teórico, organizativo y práctico en el que pudieran coexistir las distintas corrientes, el potaje no parecía muy digerible, pero los adalides de «la unidad al precio que sea» se atrevían con todo. No importaba que dentro de un sindicato obrero se hiciera propaganda antisindical y se hablara del fin del proletariado; el unitarismo pasaba por encima de estas pequeñeces. Si la organización, a fuerza de no definirse, se estaba convirtiendo en una verdadera olla de grillos, con una miríada de grupos y grupitos tratando de aprovechar esta indefinición para imponer sus particulares presupuestos ideológicos y estratégicos, eso era, para los unitaristas, un síntoma de vitalidad: la CNT se afirmaba como organización plural, donde cabían diferentes interpretaciones. Y ese unitarismo sin sentido estaba predeterminando la crisis que estallaría tres años después.
Esta constituía, no obstante, una historia ya vieja. Vieja porque tuvo sus precedentes en las reunificaciones de 1936 y 1963: en ambos casos, el fetiche de la unidad había hecho olvidar, transitoriamente, profundas diferencias de todo tipo existentes en el seno de la organización; pero, al cabo de unos años, los conflictos estallaban aun con mayor virulencia al tratarse de diferencias insuperables que, por más que se pretendieran ignorar, estaban ahí.
Algunos que, en su momento, pronosticamos la catástrofe fuimos calificados de agoreros. El espectacular crecimiento en afiliación fomentaba la euforia y no era el mejor aliado para hacer reflexionar a quienes, ofuscados por el resurgir confederal, no se apercibían de lo inconsistente de este resurgir.
Lo cierto es que, a partir de las Jornadas Libertarias, las cosas empezaron a tomar un giro preocupante incluso para los más optimistas. Los distintos sectores actuantes en CNT se agrupaban ya, con matices en algunos casos, en torno a dos posiciones inconciliables: la defensa de un sindicalismo específicamente ácrata, ideologizado, sectario e instrumentalizado por grupos extrasindicales, por un lado; por el otro, un planteamiento sindical autónomo, revolucionario y no dogmático (planteamiento, desde luego, no suficientemente perfilado y coexistiendo con un sentimiento primario de rechazo a los manejos faístas). En suma, una confrontación que hundía sus raíces en un pasado distante cincuenta años. Y, por fin, llegaría el Congreso de Madrid, en diciembre de 1979, con la ruptura definitiva entre los dos sectores.
Acabar con la ambigüedad
Hoy, a casi tres años de la ruptura, las cosas parecen estar claras. La CNT-AIT (CNT V Congreso) está donde quiso estar desde un principio: en el sindicalismo ideologizado y desarraigado del mundo obrero, cuya acción se sitúa, fundamentalmente, fuera de la fábrica. En cuanto a la CNT renovada (la del Congreso de Valencia), parece apuntalarse como polo de referencia del sindicalismo de clase, autónomo y revolucionario, y, sin espectacularidad pero con solidez, consolida su presencia en el entramado productivo, donde se ventilan los auténticos problemas de los trabajadores.
Sin embargo, para que la CNT renovada acabe por afirmarse como alternativa operativa al sindicalismo burocrático y reformista de CCOO-UGT, tendrá que vérselas con numerosas dificultades. Dejemos para mejor ocasión las dificultades externas a la organización –que no son moco de pavo– y centrémonos en lo que, para mí, es el principal obstáculo interno: los resabios del ingenuo unitarismo de la etapa 1976-1979.
En efecto, esa búsqueda de la unanimidad, de contentar a todos como sea, que fue la determinante de la crisis de 1979, da todavía sus últimos coletazos en el interior de la CNT renovada. Las resoluciones del Congreso de Valencia fueron buena muestra de ello, llegándose a dictámenes donde, a fuerza de querer decirlo todo, no se decía nada, dejándose campo abierto en muchas cuestiones (elecciones sindicales, relaciones con otras fuerzas sindicales, siglas, etc.) para que cada sindicato hiciera lo que mejor le pareciera incluso aunque fuera contrario a lo que hiciera el resto de sindicatos confederales.
Más precisamente, la misma definición de principios de CNT se sitúa aún en el terreno de la ambigüedad. Basta con leer la prensa cenetista para darse cuenta de que, en el seno de la CNT renovada, persisten planteamientos que tienen demasiados puntos de contacto con el anarquismo sindical del sector del V Congreso. Así, cuando más necesario es afirmar el carácter abierto, autónomo y clasista de la organización, a fin de incorporar –como se ha hecho en Euskadi y Madrid– a otros grupos sindicales afines, vemos cómo, dentro de la CNT renovada, todavía hay quienes se refugian en la especificidad ácrata del sindicato –con todos sus aditamentos: antiestatismo, antiparlamentarismo…– y otros que, por el contrario, siguen esbozando esquemas de «organización integral», diluyente de la naturaleza obrera y sindical de la Confederación. Sin olvidar aquellos otros que, como si sufrieran amnesia de lo sucedido entre 1976 y 1979, tratan de forzar una reunificación imposible.
La disparidad de opiniones es un elemento dinamizador, pero, cuando se lleva a límites en que hace peligrar la coherencia interna de la organización, deja de ser saludable. Y si la CNT del Congreso de Valencia no quiere perder lamentablemente una oportunidad histórica para sí y para el movimiento obrero español –quizá la última en mucho tiempo–, deberá afirmar una identidad y unas reglas de juego precisas, comunes a toda la organización. A mi modo de entender, esto, en el apartado de los principios, implica la profundización del proceso en el que está inmersa la organización: la ruptura con los planteamientos teóricos ideologistas-anarquistas o antisindicales, y la definición de CNT como sindicato de clase, autónomo y revolucionario, en el entendimiento de que los espacios sindicales no se corresponden exactamente con los espacios político-ideológicos (algo que estaba perfectamente asumido por los fundadores de CNT, en 1910, que no pretendían crear un sindicato anarquista, sino una organización obrera que desarrollara una práctica sindical autónoma, democrática y emancipadora; lo que permitió la coincidencia, dentro de CNT, de anarquistas, federalistas, republicanos y, sobre todo, trabajadores sin adscripción ideológica ninguna). Porque mantener la ambigüedad es posible que evite, a corto plazo, la pérdida de algunos militantes que no tienen demasiado asumida la ruptura, práctica y mental, con el sector de Bondía, pero, a largo plazo, cierra las puertas de CNT a numerosísimos trabajadores que, desengañados del sindicalismo burocrático de las centrales socialdemócrata y comunista, están expectantes deseando una alternativa que, de una vez por todas, sirva para hacer verdadero sindicalismo de clase.
Publicado en Polémica, n.º 4-5, junio-septiembre de 1982
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