El pasado 18 de noviembre murió Pedro Guirao, más conocido como Periconti o, simplemente, Peri.
Conocí al Peri a mediados de los años noventa. Si no recuerdo mal, en 1995. En ese año, una serie de grupos –seis para ser precisos– que nos dedicábamos a diferentes tareas nos reunimos para iniciar un proyecto, novedoso en aquel momento: crear un local en el que, por su tamaño y condiciones, pudiéramos, además de desarrollar nuestra trabajo habitual, albergar actividades de otros grupos u organizaciones. En el proyecto nos volcamos el Consejo de Redacción de Polémica, junto con el Ateneu Llibertari de Poble Sec, el archivo Biografic, La Petra –un estudio de diseño–, una gente que se hacía llamar La Canalla y quería montar una especie de guardería infantil cuya naturaleza y finalidad reconozco que nunca llegué a entender, y el grupo del Peri, que pensaba montar un «estudio audiovisual». Hay que decir que el tal estudio no llegaron a montarlo nunca, pero tuvieron la delicadeza de esperar a que el local estuviera listo y el proyecto en marcha para decidir abandonar su propósito.
Decididos a poner el proyecto en marcha, formamos una coordinadora para estudiar cómo hacerlo y, sobre todo, afrontar el gran problema, dónde hacerlo: encontrar un local que reuniera las condiciones necesarias y que estuviera al alcance de nuestros recursos. El Peri entró a formar parte de aquella coordinadora y en sus reuniones nos encontrábamos todas las semanas. Nuestra amistad llegó con rapidez, más o menos en el tiempo que se tarda en apurar un par de cervezas. Era un infatigable contador de chistes. Ponía tanto entusiasmo en contarlos que lograba que el chiste más malo llegara a resultar gracioso.
Aquellas reuniones preparatorias duraron casi un año. En enero de 1996, tras formalizar el contrato de arrendamiento, entramos en nuestro local: 475 metros cuadrados que, milímetro a milímetro, nos obligaron a pasarnos otro largo año –interminable– trabajando para acondicionarlo y dejarlo a punto. Todos los sábados desde buena mañana hasta media tarde –con el necesario intermedio para comer (en El Escondite, las más de las veces)– nos convertíamos en paletas multifuncionales y nos dedicábamos a levantar paredes, tirar paredes, pintar… En eso fue cuando el Peri –veterano electricista– se aplicó como el hábil manitas que era y se convirtió en «capataz» de aquella cuadrilla.
Así nació Espai Obert y se puede decir que fue todo un éxito. En muy poco tiempo se convirtió en epicentro de la actividad de las corrientes y movimientos que por aquel entonces empezaban a resurgir en Barcelona, tras el letargo de la década de los ochenta, esos años políticamente aburridos en que tanta gente se creyó que la Transición había sido un éxito, que Europa nos traería la prosperidad y hasta que el todavía no emérito era una persona honrada que se desvivía por el país. Aquel castillo de naipes empezó a derrumbarse a mediados de los noventa y Espai Obert fue uno más de los síntomas de aquel cambio de ciclo político. Por allí pasaron los okupas, los que estaban contra la globalización, los que exigían la legalización del cannabis, los que apoyaban a los inmigrantes sin papeles. Allí nacieron proyectos como Indymedia. Por allí aparecía Ada Colau para reunirse con sus compañeros del MRG. Allí se alojó el colectivo que, años más tarde, daría vida al periódico La Directa. Y, por supuesto, no hay que olvidar que allí –¿dónde si no?– se encontraron por primera vez cara a cara los anarcosindicalistas de la CNT y la CGT que llevaban sin dirigirse la palabra nada menos que desde 1979.
Más tarde surgieron otros espacios de actividad y el Espai perdió protagonismo. Finalmente, la especulación inmobiliaria y el auge de los malditos pisos turísticos acabaron por obligarnos a echar la persiana. El Peri no dejó de participar en el Espai hasta el final. De hecho, llegó a ser oficialmente el presidente de la asociación que daba cobertura legal al proyecto. No recuerdo cuánto duró su «mandato», pero sí estoy seguro de que se pasó mucho más tiempo intentando que lo libráramos del cargo que disfrutando de él.
Y un mal día le diagnosticaron alzheimer. La última vez que nos vimos fue en su casa, cuando aún era capaz de recordar, reunidos con otros amigos de siempre alrededor de unos pollos al ast y unas botellas de vino. Luego, solo conversaciones telefónicas.
–¿Éramos amigos?
–Sí.
–Pues no me acuerdo de ti…
–¿Qué se le va a hacer?
El Peri no tuvo hijos, nunca se le ocurrió escribir un libro y, por mucho que lo intento, no me lo imagino plantando un árbol. Por tanto, no hizo nada de eso que se supone que hay que hacer para conseguir no sé muy bien qué, pero podemos estar seguros de que, en estos momentos, en esta ciudad confinada y sin bares, hay una gran cantidad de bombillas que funcionan gracias a las instalaciones eléctricas que llevan su firma artística, y somos muchos los que nos acordamos y acordaremos siempre de lo que nos reímos con sus chistes, de las palabras que intercambiamos y de las copas que compartimos. Tampoco está mal.
¡Bien hecho, Peri! Fue un placer.
Jesús Martínez
Me gustó la lectura. Saludos
Quienes tuvimos la suerte de conocerle no lo olvidaremos nunca, cada uno seguro que guardara momentos hermosos a su lado. Hasta siempre compañero. Gracias Jesús por tu escrito.