Félix MARTÍ IBÁÑEZ

Félix Martí
Creo de interés para mis fraternales lectores de ESTUDIOS, ofrecerles una breve reseña de lo que en sanidad, asistencia social y eugenesia hemos realizado en Cataluña en los meses que lleva la CNT en el Consejo de Gobierno, bajo las orientaciones de mi admirado compañero Dionysios, que tan espléndidamente inició estas tareas, y Pedro Herrera, que tan entusiásticamente las continúa. Ofrendo este artículo a la ministro de Sanidad de la República, Federica Montseny, nuestra infatigable compañera y luchadora, de cuya inteligente y entusiasta actuación surgirá una sanidad y asistencia social henchidas de humanismo y sentido revolucionario.
Dr. F. MARTÍ IBÁÑEZ. Director General de Sanidad y Asistencia Social de Cataluña. Subsecretario de Sanidad de la República. (De Estudios, n.º 160, Valencia, enero 1937)
La Revolución ibérica ha significado, aparte de la subversión de las antiguas estructuras sociales, una renovación de los valores espirituales de nuestro país y la creación de un subsuelo histórico esponjoso de humanismo, sobre el cual florecen nuevas y felices iniciativas. Y con la mancera del arado fuertemente empuñada, los hombres de la Revolución estamos dispuestos a llegar hasta los confines del campo donde se desarrolla nuestra actuación, esparciendo a voleo la semilla de una nueva ordenación social.
Así es como la Sanidad y la Asistencia social han emprendido en Cataluña la orientación revolucionaria que marcaban las exigencias históricas del momento y la satisfacción de las eternas necesidades en el orden higiénico de la clase trabajadora. La Sanidad y la Asistencia social fueron en tiempos pretéritos y en bastantes casos una ficción humanista, demasiado ligada a la beneficencia particular para que pudiesen desarrollarse como un instrumento al servicio del mejoramiento nacional. Porque aquella beneficencia se hallaba tan hueca de contenido social como grávida de vanidades individuales, por lo cual toda la antigua Asistencia social resultaba tan sólo una gota de agua turbia de humillaciones y favoritismos. La Sanidad llegó a nuestras manos –las manos henchidas de afán creador de los hombres de la Revolución– convertida en un simple perfil, vacío de realizaciones, y nuestra primera preocupación fue henchir ese contorno de un profuso contenido programático.
En conjunto, recogimos una triste herencia de ruinas sanitarias y una arquitectura asistencial tambaleante, a pesar de los esfuerzos y la buena voluntad de algunos de nuestros predecesores en esta tarea, que habían fracasado, por representar la crisis actual de la Sanidad el eslabón presente de una larga cadena histórica en la cual la Medicina ha atravesado una serie de ciclos desde los tiempos mágico-místicos de la Medicina oriental, comenzando su decadencia en la Medicina teocrática de la Edad Media, para venir a decaer finalmente en el momento actual y ello debido a una fuerte serie de causas que debemos destacar brevemente.
Ante todo, la Medicina se hallaba en crisis por haber desaparecido la libre y espontánea iniciativa del médico, que la había convertido en los tiempos renacentistas en un ser dotado de una recia personalidad histórica. Mediatizada la espontaneidad creadora del médico por la influencia abrumadora del laboratorio y la técnica, el médico se había convertido muchas veces en un profesional mecanizado, bajo cuya escafandra científica latía un corazón ansioso siempre de ayudar al desvalido, pero que no podía traducir sus anhelos en realizaciones por vedárselo a veces su propia preocupación y aun su penuria económica.
Por otra parte, las ansias de lucro del capitalismo habían fomentado la creación de una serie de empresas particularistas que hacían de la Sanidad un instrumento al servicio de sus propios intereses, todo lo cual contribuía a fomentar lo que Lazarte ha llamado la «proletarización del médico», es decir su conversión en un asalariado desprovisto de toda libertad profesional.
Nuestra acción sanitaria partió de la base que representaba lo que el impulso popular había edificado en las primeras jornadas revolucionarias; es decir, aquel sembrado de hospitales de sangre, dispensarios y clínicas de urgencia que habían florecido en las horas trágicas del 19 de julio; cuando, sobre todo las mujeres, se dedicaron a realizar una aportación a la causa revolucionaria, estructurando en un romántico anhelo de creación, una serie de instituciones que, a la vez que representaban la salvaguarda de los proletarios heridos, cristalizaban el deseo del pueblo tanto tiempo reprimido, de tener centros sanitarios creados por él y para él.
Después de aquella fase que simbolizaba esa pasión creadora que ha caracterizado los grandes momentos históricos del proletariado, se impuso la tarea constructiva, que debía convertir la impulsividad un tanto caótica del comienzo, en la labor ordenada y orientada hacia una finalidad concreta.
La Sanidad debía asentarse en Cataluña, en primer término, sobre el fondo humanista de satisfacer las necesidades de la salud proletaria; en segundo lugar, sobre una nueva ordenación económico-social de la misma. Porque siendo la Sanidad una función social económicamente improductiva, debe nutrirse de los sectores productivos y, además, fundamentarse en el principio de que la única base potente para la Sanidad es la descentralización de la misma y la municipalización o adaptación del médico a la comarca o localidad en que trabaja, así como la adaptación de la organización sanitaria a las necesidades y recursos específicos de cada localidad.
Por otra parte, era absolutamente preciso establecer una conexión entre todo el personal sanitario, que englobase a cuantos laboran bajo el pabellón de la Sanidad, en una amplia red de profesionales. Y esa fue la misión del Sindicato de Sanidad en nuestro país, gracias al cual desvanecidos los recelos espirituales de antaño, iban a lanzarse juntos los trabajadores de la Sanidad a la gran empresa de labrar el campo árido de la misma. Paralelamente a este propósito arraigó la decisión de incorporar al nuevo ritmo revolucionario de la Sanidad, a todas aquellas zonas geográficas hasta hoy desconectadas del movimiento sanitario en las capitales. Nos referimos a la comarca, que en Cataluña posee características geográficas y económicas bien delimitadas y que, además, por representar el acúmulo de raudales médicos de energía creadora y fresca vitalidad, podían renovar cuanto de arcaico había en la vieja Sanidad.
El decreto de reestructuración de los organismos informativos y asesores de la Sanidad y Asistencia Social en Cataluña representa la importación de la voz de las comarcas a los atrios de la arquitectura sanitaria. Así, al constituir Consejos locales y comarcales, de estructura netamente proletaria y aptos para resolver los problemas sanitarios y de Asistencia Social, abríamos puerta libre al paso recio de las comarcas, huesos de bronce de la anatomía catalana.
Conexión sindical de todos los sanitarios, organización sobre una base comarcal de la Sanidad y adaptación de la misma a las posibilidades de cada localidad o comarca, integran este primer paso dado hacia la socialización de la Medicina.
Nuestra intención fue y es que cada pedazo comarcal de Cataluña posea una amplia autonomía para organizar su Sanidad y Asistencia Social, dentro de las limitaciones de color y contorno de ambas, para que no desentonen dichas piezas en el gran mosaico regional.
El nuevo mapa sanitario de Cataluña demuestra gráficamente las fantásticas posibilidades de esta nueva orientación de la Sanidad. La creación de Hospitales intercomarcales que puedan abarcar un radio de cien kilómetros, liga a las comarcas que en aquel se incluyan y establece la cooperación económica de las mismas, en beneficio del Hospital, que recoge la afluencia de enfermos de las comarcas incluidas en su radio sanitario. Independientemente de los grandes centros sanitarios de la capital y de los Hospitales comarcales, cada zona sanitaria de nuestra región se forjará su propia Sanidad, gracias a la cual podremos borrar la estampa dramática del médico rural cabalgando en la noche bajo cortinajes de lluvia para llevar unos recursos al moribundo, que llegaban tarde muchas veces. Nuestro afán es llevar todas las innovaciones de la Medicina al pueblo serrano más recóndito o al más di minuto pueblecito costero, para lo cual ya están en preparación en Cataluña los equipos volantes de Sanidad, autocares perfectamente instalados con quirófano, aparatos portátiles de Radiología, Electricidad médica y laboratorio, que marcharán por toda la región, a fin de que no reste un palmo de terreno sin asistencia médica.
Al propio tiempo, nuestra óptica revolucionaria atalayaba el problema de la Asistencia desde un ángulo nuevo: Quienes precisan de la Asistencia social –sea el niño enfermo, el inválido, el vagabundo, el delincuente, el anormal o la mercenaria de amor– son, en último término, más que enfermos, desadaptados vitales inadaptados al ambiente, que huyen de su fracaso en la vida refugiándose en esa propuesta subconsciente que representa la enfermedad, la delincuencia o las múltiples variantes de conducta del fracasado.
Estudiar tan sólo al factor humano, sin preocuparse de su escenario vital, es mutilar el problema. E interesa medir ambos factores cuando se trata de enfocar una cuestión histórica, social o biológica. En el caso de la Asistencia social, el capitalismo valoró –y defectuosamente– tan sólo al individuo necesitado y los factores patógenos (infección, tóxicos, etc.) que sobre él podían actuar, descuidando deliberadamente el ambiente social dañoso que era la auténtica causa, ya que haberlo considerado equivalía a declarar públicamente el fracaso del capitalismo.
La Revolución ha subvertido tal orden de cosas y al convertir la Asistencia en solidaridad, en Socialterapia, ha facultado al individuo objeto de la asistencia, para que en vez de ingresar en reformatorios o en asilos sobre cuya puerta podría haber figurado la inscripción pavorosa que Dante contempló sobre las puertas del infierno, fuese ahogares, a centros de reeducación en donde se le tratara con cariño y afecto y se le permitiese readaptarse al mundo. Convirtiendo así la Socialterapia –o sea la nueva Asistencia Social– en una resocialización del hombre desadaptado, atendiendo a un tiempo al necesitado y a su escenario social.
La Socialterapia, en función de tales factores se propone reedificar la personalidad del hombre doliente, anormal o necesitado, investigando las energías disponibles que conserva y las causas de su situación actual.
La Socialterapia, tal y como la instauraremos en Cataluña, será una organización médico-social, extensiva en una pauta unificada a todos nuestros establecimientos. En cada uno de ellos se verificará un examen médico-psicológico y sociológico del aislado y las causas de su fracaso vital: su historia personal y familiar, sus relaciones con el ambiente social, su desarrollo psicofísico, su capacidad de trabajo, el pronóstico social para el porvenir y su resocialización, mediante recursos médicopsicoterápicos y sociológicos.
En esta serie de etapas, que se verificarán dentro de los establecimientos de Socialterapia por el médico, el pedagogo y el sociólogo, se elaborará la ficha biotipológica y sociológica del individuo analizado, su estudio caracterológico y el de los factores subjetivos y objetivos que han influido sobre su personalidad, a fin de deducir su actitud ante la situación en que se encuentra y sus posibilidades de dominarla; actuando después socialterápicamente sobre él mediante influencias individuales (físicas, intelectuales y espirituales) y ambientales (recursos económico-sociales, selección de un trabajo adecuado).
Esta psicoterapia social, despertando en cada sujeto las energías paralizadas por su fracaso, las transformaría en fuerzas creadoras, volviendo a conectarle con la sociedad.
El fortalecimiento de las energías sociales (mediante aumento y selección de sus posibilidades de trabajo y mejoramiento del ambiente), espirituales (facilitando el acceso a una vida cultural y despertando el sentir de la comunidad fraternal con otros hombres) y psíquicas («apoyando y fortaleciendo el sentimiento de la propia estimación»), conduciría a combatir las enfermedades desde ángulos terapéuticos nuevos, a readaptar los fracasados y fortalecer el «yo» de cada individuo ante la mirada fiscal de ese «tribunal del espíritu», que según lbsen, llevamos todos en nuestro interior.
Y esta orientación se extiende ya a toda nuestra obra.
Nuestros establecimientos para niños han reemplazado el régimen abierto, con lo cual el sol que irrumpe a raudales en los establecimientos imboliza también la luz que penetra en las viejas normas. El niño ya no consume su forzado ocio en una inactividad perturbadora y determinante de esos complejos de inferioridad de los asilados que después llevaban toda su vida como un estigma, sino que asimila una cultura y un nuevo concepto de la vida y los deberes que ella nos marca. El anciano ya no es en los asilos un recluso que camina a marchas forzadas hacia la demencia senil, sino que al respirar esa atmósfera cultural que para él hemos creado en nuestras instituciones especializadas en asistir a los viejos, afirma su equilibrio mental y se pone a salvo de las temibles e inexorables alteraciones que en él determinaba el antiguo vivir entre las cuatro paredes mohosas de humedad y esmaltadas de nostálgicas añoranzas.
En conjunto, la Asistencia social se convierte a marchas agigantadas en una obra de solidaridad y Socialterapia, obra que comenzamos nosotros y que no nos importa quién la termine, porque en estos instantes revolucionarios la tarea como el sacrificio han de ser impersonales.
Cataluña ha abordado brillantemente la reforma eugénica, que significa aun en la actualidad una de las más espinosas cuestiones sanitarias.
Por ser una encrucijada en la cual convergen una serie de ciencias, artes e inquietudes humanas y en donde desembocan mil sendas sociológicas, fue el problema eugénico eternamente palestra de combate a la cual descendían los hombres a batallar, y no a discutir fríamente el asunto con la misma serenidad con que diseca el entomólogo la mariposa.
Resulta difícil enfocar la reforma eugénica, por la vaguedad de contornos de la misma que dificultaba todo intento de realización en dicho orden de cosas. Y análogamente a como Stendhal en su inmortal Tratado del amor, decía que no pudiendo dibujar una representación gráfica del mismo, era preciso que tuviésemos el sentimiento del amor para llegar a comprenderlo, así también, para abordar la reforma eugénica, hemos emprendido la tarea con la misma alegría del artista que, habiendo incubado largos años una inspiración pictórica sin poder jamás llegar a plasmarla, se viese al fin provisto de pinceles y color, ante un lienzo sobre el cual pintar sus plásticas fantasías.
El primer problema planteado al enfocar la reforma eugénica fue el de la mujer y el niño, eje central de dicha labor.
De las ruinas sanitarias que nos había legado la sociedad capitalista anterior al 19 de julio, ningunas humeaban tanta injusticia como las que se referían a la mujer trabajadora y al niño proletario. Eran por una parte, aquella legión de infantes que existían en hospicios y asilos, controlados por elementos religiosos, en cuyos ojos brillaba una lucecita pálida de tristeza, niños que reflejaban en los estigmas de su cuerpo y en el complejo de inferioridad de su espíritu, tanto la ignorancia eugénica de sus padres como el egoísmo de una sociedad que fomentaba dicha ignorancia. Uno de los nudos del problema era la mortandad espantosa y el aterrador porcentaje de enfermedades desarrolladas en el sexo femenino, a causa, por una parte, de trabajos inadecuados y antihigiénicos, y de otra, por la nula preocupación eugénica de los gobernantes. Las estadísticas de Hirsch en Alemania y Aznar en España, lo demostraban con la helada pero elocuente expresividad de los guarismos. Así lo reconocieron, en las primeras jornadas eugénicas españolas, los maestros de la Biología y las Ciencias sexuales. Todo lo cual nos indujo a otear el problema de la maternidad con una óptica nueva. Ante todo se imponía el control de la natalidad, y paralelamente al mismo urgía rectificar de un solo golpe de timón la ruta de la maternidad en Cataluña. Solamente la maternidad física se había atendido –y ello de modo deficiente y siempre bajo la mediación confesional–, descuidándose en absoluto esas dos expansiones excéntricas de la maternidad física que son la maternidad espiritual y la social. Ambas de gran importancia, puesto que si la maternidad física es generalmente accidental y ostenta un simple matiz zoológico, las otras dos maternidades representan el cultivo material y espiritual del hijo, para que éste pueda florecer en su plenitud y engranarse a la sociedad, en mutuo intercambio de beneficios de toda índole.
La antigua asistencia en las maternidades se ocupaba solamente de la maternidad física y dejaba desamparada a la madre después del alumbramiento, con la pavorosa interrogante del hijo a quien era forzoso atender sin tener recursos para realizarlo. El nuevo orden revolucionario debía tender un puente de humanidad sobre este peligroso abismo abierto ante los pies de las mujeres proletarias. Nuestra reforma inició sus tareas en el círculo de la maternidad física. Y no solamente nos contentamos con verificar una transformación en los equipos sanitarios, en el material y locales a utilizar, sino también cortando los atentados a la libertad de conciencia de la embarazada e instaurando la primera escuela de maternidad consciente, que, gracias al esfuerzo abnegado de compañeros de trabajo, funciona ya en nuestra Maternidad de las Corts, y en la cual la vieja costumbre griega de rodear a la embarazada de bellas formas plásticas, armonías, luces, color y sutiles poemas –a fin de que el nuevo ser viniese precedido por una dulce y espiritual preparación de la madre–, reverdecía con un ropaje social y eugénico moderno. Dichas escuelas transforman la vieja casona repleta de resonancias medievales que era la antigua Maternidad –la «casa de parir»– en una institución abierta a todos los vendavales de cultura, soleada de humanismo y en donde la embarazada recibe una serie de conocimientos que le serán de vital utilidad para su futura vida sexual y para el cuidado de su hijo.
El aspecto social de la maternidad ha resultado atendido, no ya procurando que durante el embarazo perciba la embarazada el subsidio extraordinario preciso para cuantas necesidades tenga, sino además estableciendo aquella estrecha conexión entre los organismos de trabajo y las casas de maternidad que permita evitar el drama angustioso de la madre que al salir de dicha institución se encontraba ante la vida con el hijo y sin trabajo.
La asistencia maternal descrita viene completada con la campaña de propaganda eugénica intensiva que en forma de pasquines murales, conferencias radiadas, cursillos populares, edición de folletos, películas educativas y grandes jornadas eugénicas en las cuales se movilizará la atención del país sobre este problema, constituirá un subsuelo espiritual regado por la nueva cultura, en el cual podrán florecer toda clase de reformas eugénicas. «Solamente puede arraigar un árbol cuando la tierra está preparada para recibirlo –dijo Gautama el Buda, centinela de eternidades, piloto de abismos espirituales e igual sucede con las doctrinas filosóficas.» En el caso de la Eugenesia, de nada serviría nuestro afán innovador si no se depositase la semilla de nuestras iniciativas en un pueblo que las acogiese con simpatía y cariño.
Reformar la Maternidad y crear –como proyectamos– centros e instituciones dedicadas a la información de los recursos anticoncepcionales, a que en vez de la reducida instrucción pseudopornográfica y clandestina del folleto anónimo, pueda tener la masa obrera instituciones científicamente dotadas, a las cuales acudir en demanda de cuantos datos precisen, no sería suficiente al no haberse comenzado ya una reforma básica, complementaria de la de la maternidad, como lo es la del aborto.
Un decreto recientemente aprobado autoriza la práctica libre del aborto a las mujeres que lo soliciten en las instituciones sanitarias dispuestas al efecto, terminando así con los desaprensivos traficantes que comerciaban subrepticiamente con el mismo.
Destaquemos dos perfiles fundamentales de esta reforma: por una parte, extraemos del turbio dominio de clandestinidad en que hasta hoy existieron con grave riesgo para la madre, las maniobras abortivas; y en segundo lugar, instauramos la práctica científica, controlada y exenta de peligros de la interrupción del embarazo, en centros sanitarios anexos a los grandes hospitales y clínicas de la Generalidad en toda Cataluña. En segundo término, el aborto podrá verificarse no solamente por causas terapéuticas o eugénicas, sino también con la finalidad de limitar voluntariamente la natalidad y evitar el nacimiento de un hijo cuando poderosas razones sentimentales así lo exijan.
Cataluña, implanta un servicio popular de interrupción artificial del embarazo, sin más tope que el de sobrepasar el embarazo los tres meses, o bien existir graves alteraciones psíquicas o corporales de la madre que contraindiquen el aborto.
Hemos instituido una ficha previa médico-psicológica de la madre que nos permitirá en pocos meses realizar un estudio y una estadística de las motivaciones psicológicas y los factores somáticos que intervienen en la práctica del aborto. Con ello, además, la maternidad –eliminados los casos en que era indeseable para la madre– alcanzará aquellas irradiaciones sociales y aquel matiz de espiritualidad de que careció hasta la fecha.
La reforma eugénica del aborto, unida a la campaña de educación sexual que vamos a emprender y a la institución de centros sanitarios dedicados a la difusión y enseñanza de los recursos anticoncepcionales, nos permitirá evitar las trágicas muertes motivadas por las maniobras abortivas curanderiles, suprimir el tráfico vergonzoso con la vida sexual femenina en este aspecto y mejorar así cuanto a la maternidad se refiere, consiguiendo con una libertad eugénica absoluta lo que nunca pudieron realizar las brutales represiones que la ley ejerció antaño sobre esta práctica.
La autorización para verificar el aborto representa, una vigorosa afirmación de la maternidad. En cuanto a su vida sexual se refiere, la mujer quedará liberada de la tiranía egoísta masculina y tendrá unos derechos –de los cuales destaca el derecho a disponer de sí misma y a decidir sobre su maternidad– que comprará a costa del precio de unos deberes hasta hoy olvidados. Nuestra reforma eugénica atiende a la madre y complementa la asistencia atendiendo al niño. Pero también nos hemos preocupado de problemas que afectan un área social más lejana como es el de la prostitución.
Durante mucho tiempo en España se ha venido hablando de abolicionismos; y hasta un pintoresco político derechista intentó falsificar tal reforma desde las páginas de La Gaceta. Existían tres posturas en torno al problema del mercenarismo amoroso. Una de ellas –que arranca de tiempos de Carlo Magno y hacían suya los espíritus arcaicos tan frecuentes en España– combatía acerbamente a la prostituta y asentándose en bases seudocientíficas como las teorías de Lombroso, asimilando la mercenaria de amor al delincuente nato, y favoreciendo brutales represiones que en la Historia son una continuidad de las ejercidas por Luis IX de Francia en su tiempo.
Nuestra reforma eugénica en Cataluña adoptará como instrumento de trabajo el abolicionismo, que nos permitirá combatir las enfermedades venéreas con toda eficiencia. Mas el abolicionismo eficaz estará integrado por una serie de factores, entre ellos la instauración de «liberatorios de prostitución», es decir, hogares colectivos en los cuales se pondrá en práctica una reeducación de la mercenaria, su examen psicológico y psicotécnico, a fin de investigar las motivaciones espirituales que le indujeron a su profesión (?) y las causas de su fracaso social. Dichos establecimientos estarán en conexión con Bolsas de Trabajo, a fin de que, al salir de ellos la antigua mercenaria, ya reformada psicológicamente, pueda ir a desempeñar una profesión que le permita no volver a incurrir en el primitivo y odioso medio de vida. La instauración por otra parte de un censo en el cual se haga constar la justificación por parte de cada mujer de sus medios de vida, evitará recaídas en el vergonzoso morbo social que nos ocupa.
Dos instituciones nuevas en nuestro país representarán acaso las más altas cimas de nuestra reforma eugénica: En primer lugar los consultorios de orientación juvenil psicosexual, destinados a educar y a aconsejar a los jóvenes de un modo sincero y amistoso en los conflictos espirituales y sexuales que se les planteen. En dichos consultorios la actuación conjunta del psicólogo y el pedagogo conducirán a la juventud por rumbos acertados a través del enmarañado panorama de su vida sexual, terminando así de un modo definitivo con aquella trágica desorientación juvenil, fuente de las neurosis sexuales de adolescencia y de aquella serie de turbias inquietudes que hacían del púber un ciego vagabundo que buscaba en vano la senda que le condujese al refugio amable en el cual encontrase la clave de su armonía amorosa.
La segunda institución que paralelamente a esta red de dispensarios psicosexuales funcionará en Cataluña, será el Instituto de Ciencias Sexuales, que representará ante todo un valioso centro de investigación y enseñanza en cuanto a Eugenesia y Sexología se refiere. En el citado Instituto no solamente podrán estudiar y profundizar en los problemas biológicos de la sexualidad cuantos investigadores lo deseen, sino que al propio tiempo funcionarán cátedras populares desde las cuales se difundirán teórica y prácticamente todas aquellas verdades eugénicas que hasta hoy le fueron ocultadas, siendo al propio tiempo ésta una institución de tratamiento, corrección psicoterapéutica y reforma en toda clase de anormalidades sexuales y conflictos psiconeurósicos.
La reforma eugénica en Cataluña representa por lo tanto una empresa de alta trascendencia social e histórica que nosotros hemos iniciado con el deseo de hacer una obra que pueda ser continuada por nuestros seguidores, puesto que si bien los hombres pasan, las obras perduran cuando representan una utilidad positiva para la humanidad a la cual va dirigida toda nuestra tarea.
Publicado en Polémica, n.º 41, marzo-abril 1990