Francisco CARRASQUER

Miguel Labordeta
Este verano [de 1989] se han cumplido los 20 años de la muerte de Miguel Labordeta (Zaragoza, 16-7-1921 – Íd. l-8-1969). Y como la crítica ha sido un poco injusta con este singular poeta, a pesar de haber sido uno de nuestros más originales vates superrealistas de la posguerra, queremos reivindicar su memoria en este rincón, sin alharacas ni campanas de oficio.
Labordeta (¡cuidado, que hablamos de Miguel, el mayor, y no del menor, 14 años más joven y cantautor) ha tenido en contra para su merecida fama el haberse mantenido en aquella enorme contradicción de su Oficina Poética Internacional sin apenas salir de Zaragoza, o sea, en una caja provinciana sin resonancias. Una de las primeras campanadas de palinodia y puesta en valor me consta que la dio José Batlló en el prólogo a su antología Nueva Poesía Española (Barcelona, 1966 y La Habana, 1968), donde reivindica el derecho de Miguel Labordeta a figurar entre los más señeros innovadores de la poesía española de posguerra. También le perjudicó, en ese mismo sentido de quedarse arrumbado, el hecho de haber publicado mal y con censura, así como el haber muerto tan tempranamente (a los 48 años) cuando aún es taba a media carrera de su órbita poetizante y ya en puertas de ser más conocido y reconocido en el país.
Miguel Labordeta, aun participando del espíritu de denuncia de la poesía llamada «social» de los años 50; es seguramente el poeta más vanguardista con que España cuenta en aquella década y la siguiente. En su panoplia vanguardista, hay que destacar sobre todo sus armas secretas del superrealismo. Un superrealismo por el que se filtran vetas vallejianas y corre a la par del postismo, pero entronca al mismo tiempo con la más profunda poesía de un René Char (L’Île-sur-Sorgue, Vaucluse, Francia, 1907), aquel que dijo, por ejemplo: «On naît avec les hommes, on meurt inconsolé parmi les dieux», el rebelde metafísico que sólo cree en la poesía, hasta el punto de exclamar estas bellezas: «La poésie me volera ma mort», o «La finitude du poeme est lumiere». Pues bien, ¿no hacen juego con frases labordetianas como éstas: «Ten fe, tu luz es infinita», y «En lo alto del Faro / la voz del poeta / incansable holocausto»?
Miguel Labordeta, otro de los grandes Migueles que constelan el planetario cultural de nuestra piel de toro: con Servet, Cervantes, De Molinos, Unamuno, Hernández… por cierto que el busto de Pablo Serrano nos recuerda el aún más joven inmolado poeta de Orihuela.
¿Por qué le ronda por toda su obra, a Miguel Labordeta, el depredador nocturno y sorpresivo del suicidio? ¿Será de ahí de donde saca la suprema lección de libertad, de hombre libre, precisamente por ser hombre, por tener conciencia de que puede disponer de su vida a su albedrío, lo que no puede el animal?
Terminemos con la ficha técnica y la estela en que queda grabada la obra de Miguel Labordeta para la posteridad de la mano maestra de un gran poeta y profesor, Rosendo Tello Aína, el mismo que recuperó el libro póstumo de Miguel, «Autopía» (“El Bardo”, Barcelona, 1972) y que nos resume el estilo y significación de Miguel Labordeta en estos términos que cortan todo comentario añadido por superfluo y hasta profanador:
«Miguel Labordeta es uno de los poetas más originales de la posguerra española y de mayor potencia expresiva. Troquela, en la exacerbación de su YO, anárquico y libertario, una cosmovisión riquísima, marcada por el estilo inconfundible de su lenguaje en libertad, que roza desde los más ínfimos estratos coloquiales y cotidianos de la existencia hasta las más arrebatadas visiones cósmicas, en fusión de microcosmos y macrocosmos».
Publicado en Polémica, n.º 39, octubre, 1989