Ángel J. CAPPELLETTI

Getúlio Vargas
La ideología revolucionaria, radicalmente contraria al capitalismo y al Estado, definidamente antimilitarista y anticlerical, que impregnaba al movimiento obrero brasileño y a la COB (Confederación Obrera Brasileña)1 en 1912, aguzó el ingenio de la burguesía y de los gobernantes. Convencidos de que la represión, por más que se extendiera y agudizara, resultaba insuficiente para detener la ola subversiva, se dedicaron a buscar nuevos métodos neutralizadores. Advirtieron que debían desechar (o guardar para casos extremos) la violencia policial y militar. Se dieron cuenta de que para conservar lo esencial del orden burgués debían ceder en todo lo que fuera accesorio. Más aún, entendieron que era necesario cambiar muchas cosas para que no cambiara lo fundamental: la estructura de clases, el poder del dinero, la coacción estatal, los privilegios de la burguesía, el «status» privilegiado del ejército y la Iglesia.
En 1910 fue elegido presidente de Brasil el mariscal Hermes da Fonseca que, como dice un historiador nada revolucionario, «encarnaba, además de la imposición militar, el irritante primado de las oligarquías republicanas y la amenaza a las libertades públicas, o, en otras palabras, el pequeño cesarismo latinoamericano, sin brillo y sin heroísmo, del cual había hablado Carlos Peixoto».2 El mariscal-presidente tenía un hijo, Mario Hermes, que ocupaba, a su vez, un escaño en la Cámara de Diputados y era teniente primero. Este asumió, no sin la complicidad activa de su padre, la tarea que los más astutos representantes de la burguesía y del gobierno consideraban necesaria: domesticar al movimiento obrero y vacunarlo contra la peste revolucionaria.3
Mario Hermes comenzó por lanzar la idea a través de una entrevista en O Jornal do Brasil. Buscó enseguida la colaboración de un político «populista» y «obrerista», Pinto Machado, que ansiaba escalar posiciones sobre las espaldas de los trabajadores. Un grupo de oportunistas, predecesores de los dirigentes sindicales que en tiempos de Getulio Vargas serían llamados pelegos, secundaron sus propósitos: Antonio Mariano García, José Ramos de Paiva Júnior, Mario Cesar Burlamaqui, Isaias do Amaral, Antonio María de Queiroz, Arístides Figueira de Souza, Benedito Soares Bueno, Silverio Jorge de Araujo, Deoclides de Carvalho, Donato Donati y Joaquim Gonçalvez Vieira da Cruz e Silva.4 Estos publicaron una convocatoria para un congreso obrero nacional, que desde el principio revelaba la orientación pro gubernamental y no disimulaba el liderazgo del teniente primero diputado:
«Confiando en el empeño que tiene de hacer algo por nosotros, el ya popular diputado Mario Hermes, creyendo en la buena voluntad en favor de nuestra causa del Excelentísimo Señor Presidente, Mariscal Hermes da Fonseca, resolvemos: invitar a todas las asociaciones obreras de Brasil a hacerse representar en el Congreso Obrero que en esta capital se realizará entre el 7 y el 15 de noviembre de este año».5
El presidente de la república cedió a dicho Congreso, como sede, el Palacio Monroe, construido en 1906 para alojar a la Conferencia Panamericana.6 El Congreso, denominado no se sabe por qué «Cuarto Congreso obrero brasileño», se reunió en la fecha prevista. Las principales cuestiones a debatir eran las siguientes:
- Nacionalización del proletariado y creación de un gran partido político obrero.
- Trabajar por la jornada de ocho horas.
- Conseguir instrucción primaria obligatoria.
- Luchar para que el gobierno construya casas para los obreros.
- Solicitar medidas enérgicas para que el obrero sea elector.
- Unificación de los obreros para lograr:
- La abolición de los monopolios.
- La abolición de todos los privilegios.
- El impuesto territorial sobre la gran propiedad.
- El impuesto al capital muerto.
- El impuesto sobre la renta.
- El gravamen sobre los artículos suntuarios.
- La disminución hasta su extinción del impuesto a los productos alimenticios.
- Asambleas revisoras de salarios.
- Organización de sindicatos obreros encargados de realizar trabajos públicos y particulares.
- Creación de cajas de protección y auxilio común en la defensa de las corporaciones obreras.
- Creación de instituciones protectoras de ancianos, mujeres y niños.
- Derecho de hospedaje para los obreros del Estado.
- Responsabilidad criminal de todos los patronos y jefes cuando sucedan desastres.
- Legislación defensora de los obreros de fábricas y talleres.
- Reglamentación del trabajo de mujeres y menores en fábricas y talleres.7
Se trataba de formular una plataforma populista en la cual se avanzara hacia una legislación social tanto como lo permitiera la conservación de una sociedad de clases, el predominio de la burguesía y la indiscutida hegemonía del Estado.
El Congreso concluyó con la fundación de la Confederaçao Brasileira do Trabalho, central obrera que era al mismo tiempo partido político. Su presidencia de honor se confió al diputado teniente Mario Hermes, y su secretaría general al protopelego Pinto Machado.8 Donato Donati redactó, en incorrecto portugués, las siguientes conclusiones negativas, que sintetizan la ideología populista y nacionalista de los organizadores de la CBT:
- Abstraer de toda cuestión religiosa (no al anticlericalismo).
- Dejar de lado la lucha contra el Estado y las fuerzas armadas (no al antiestatismo y al antimilitarismo).
- Relegar al futuro el problema de la distribución de la propiedad (no al anticapitalismo).9
Este intento populista y nacionalista fracasó, por cuanto la CBT tuvo breve y menguada vida en el Brasil de la segunda década del siglo, pero constituyó un importante precedente ideológico y estratégico no solo para la política obrera de Getulio Vargas sino también para el justicialismo argentino.

Luis Carlos Prestes
Getulio Vargas, arribado al poder en 1930 gracias a un golpe de Estado, tuvo que enfrentar en los primeros meses de su gobierno diversas huelgas, que reprimió con dureza. Entre ellas, la más importante y prolongada, fue la de los obreros textiles, afiliados a la Federación Obrera de Sao Paulo.10 El gobierno encarceló a muchos dirigentes comunistas y anarquistas.11 En 1935 los comunistas intentaron un golpe de Estado, que fracasó. Tras el mismo se produjo la detención de Prestes y se inició una persecución pasiva contra los militantes obreros.12 Vargas ordenó el registro de todos los sindicatos en el Ministerio de Industria, Comercio y Trabajo. Anarquistas y comunistas se opusieron a ello, pero hacia 1935 la mayoría había cumplido con la reaccionaria disposición gubernamental, de tal modo que, a partir de ese momento, contó Brasil con la dudosa gloria de tener los sindicatos más controlados de América Latina.13 El gobierno argentino de Juan Domingo Perón superará, sin embargo, largamente este control, como veremos. Vargas, mientras tanto, se aproximaba a los integralistas, dirigidos por Plinio Salgado, mediocre literato paulista. En el fondo, Vargas coincidía con el fascismo y tenía fuertes tendencias corporativistas. Veía la solución de los problemas sociales en la superación de la lucha de clases gracias a la fuerza indiscutible del Estado en el marco de un ordenamiento estamental. Estaba convencido, al mismo tiempo, de que era necesario elevar las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, a fin de que la misma renunciara a toda aspiración revolucionaria y se insertara cómodamente en el esquema prefijado por el Estado y el gobierno.
Al darse cuenta «de que los trabajadores le tenían cierta simpatía, comenzó a querer atraérselos. Aplicó medidas de bienestar social y restricciones a las empresas. De este modo, logró practicar el arte de obtener dinero de los ricos y apoyo de los pobres con el pretexto de proteger a cada uno del otro». Esta política no era, como alguien podría suponer mero oportunismo o pura astucia gaucha, sino la base de una definida concepción del Estado y de las relaciones entre las clases sociales. Ella «condujo a la organización de un Estado corporativo, el Estado Novo, de acuerdo con la moda de la época, en que el fascismo estaba en ascenso».14 Este fue el primer intento logrado de implantar un orden fascista en América Latina.15 La nueva constitución de 1937 desconoce todos los derechos de la clase obrera y las huelgas son declaradas, en principio, ilegales, como contrarias al supremo (y único) interés del Estado.16 Esto no ha impedido sino que paradójicamente ha determinado la afiliación getulista del «trabalhismo» posterior.
Getulio Vargas y, antes que él, Mario Hermes, constituyen los más significativos precedentes latinoamericanos de Perón y el movimiento peronista en Argentina.
Perón tuvo también una formación castrense. En 1913 recibió su despacho de subteniente del ejército argentino; en 1915 ascendió a teniente; en 1924 a capitán; en 1926 ingresó en la Escuela Superior de Guerra y de ella salió en 1929 como oficial del Estado Mayor. Desde comienzos de 1930 fue profesor de dicha Escuela. En septiembre del mismo año participó en el golpe criptofascista de José Félix Uriburu. Al concluir el año 1931 ascendió a mayor y entre 1932-1935, durante la llamada «década infame», fue ayudante e inmediato colaborador del ministro de Guerra, general Manuel A. Rodríguez. Desde 1936 estuvo como agregado militar de la embajada argentina en Santiago de Chile. En febrero de 1939 fue enviado, en misión especial de estudio, a Italia, actuando en las divisiones Tridentina y Pinerolo de infantería de montaña. Pero no sólo asimiló técnicas militares sino también y, sobre todo, ideología fascista. Regresó a la Argentina en 1941; durante ese mismo año ascendió a coronel y comandó el Departamento de Montaña «Mendoza». Al volver a su país, los ejércitos del Eje parecían dominar plenamente la situación bélica y muchos creían sin duda en un milenio fascista, para Europa y el planeta entero. Perón estaba probablemente entre ellos. Enemigo del desorden y de la revolución comunista, según lo había demostrado ya en 1930 al plegarse al golpe uriburista, había llegado a ser un admirador ferviente del Duce.17 En su maleta traía abundante literatura fascista y en su mente un plan que debía salvar a la Argentina y, al mismo tiempo, consagrarlo como nuevo «Líder» (Duce). El peligro de la revolución comunista no parecía inminente, pero era obvio para él que la FORA y aun la USA y la pacata CGT constituían rémoras molestas al progreso del país. Se daba cuenta, sin embargo, de que los trabajadores argentinos habían sido y continuaban siendo objeto de una inicua explotación por parte de terratenientes e industriales. Acostumbrado desde sus años de subteniente al contacto diario con la masa de los conscriptos provenientes de los bajos estratos sociales (los hijos de los ricos, naturalmente, se exceptuaban del servicio militar), comprendió enseguida las necesidades inmediatas y las carencias más graves que el pueblo padecía. Y supo que para conservar el orden y el status quo era indispensable hacer muchas concesiones y promover no pocas reformas. Entendió que para que los ricos siguieran siendo ricos, los gobernantes gobernantes y los coroneles coroneles, se debía apaciguar a los pobres, sonreír a los gobernados, y halagar a los conscriptos. Mientras maduraba su plan y esperaba su oportunidad, la situación bélica había cambiado en Europa. Los aliados habían iniciado su ofensiva y el nazi-fascismo parecía venirse abajo. El plan no podía presentarse simple y llanamente con los colores del fascismo, aunque en esencia no debía ser otra cosa. Había dicho que imitaría a Mussolini en todo, excepto en sus errores. Y no se desdijo jamás ni abandonó su propósito. De hecho, adaptó el fascismo a las circunstancias de la Argentina y de los años de posguerra. La insólita prosperidad generada en esos años por la exportación de alimentos a los devastados países europeos le permitió, ya en el gobierno, sustituir el aceite de ricino por la botella de sidra, la cachiporra por la dádiva. Lo cual no significa, desde luego, que no usara, cuando lo juzgaba necesario, la intimidación y el terror. Por otra parte, el completo dominio político de su partido, que le aseguraba una sólida mayoría en el Parlamento y el apoyo de los sindicatos domesticados, del ejército plagado de oficiales filofascistas, de la jerarquía eclesiástica, tan fascista como las fuerzas armadas, le permitió mantener al menos de iure, los partidos políticos opositores.
El hecho de que las circunstancias lo obligaran a disfrazar o maquillar su ideología y a inventar un fascismo «manso» y «beneficente» destacó el aspecto populista de su gobierno, más que los otros componentes de la ideología fascista.
Pero no se puede negar que estos componentes existían:
- Negación del liberalismo y del marxismo.
- Valoración del orden y del «verticalismo».
- Idea del Estado como un Todo orgánico, guiado por una única doctrina (el justicialismo) y dirigido por un solo Líder (= Duce, Führer).
- Subordinación de los fines del individuo a los del Estado.
- Supresión de la lucha de clases y concepción del Estado como supremo árbitro y como único sujeto de todos los derechos sociales.
A estos elementos ideológicos hay que agregar todavía los siguientes componentes sociales y socioculturales:
- Primacía de la acción sobre el pensamiento.
- Recurso a la violencia organizada desde arriba y desdén por el diálogo y la discusión.
- Antiintelectualismo.
- Propaganda obsesionante y monopólica, dirigida a conmover los instintos más bajos de la gente.
- Culto de la personalidad y sacralización del Líder.
- sustentación social en la clase media y en el lumpen.18
El centro principal de la actividad política de Perón, vicepresidente de la República desde el 7 de julio de 1944, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, fue la sede de esta última secretaría de Estado, desde la cual inició la captación de los dirigentes sindicales y de sus respectivas organizaciones, por medio de una serie de decretos, leyes, reglamentos y laudos tendientes a asegurar el bienestar de la clase trabajadora, sin hacer, sin embargo, ninguna concesión a los programas de los revolucionarios de izquierda y sin promover ningún cambio sustancial en la estructura de clases del país.
- Seymour Lipset interpreta por eso el peronismo como un nacionalismo populista, dirigido a los estratos inferiores de la sociedad y apoyado en las fuerzas armadas, igual que el «getulismo», con el cual comparte el carácter de «fascismo de izquierda».19

Juan Domingo Perón
Como Mario Hermes y Pinto Machado, Perón se propuso nacionalizar el proletariado y crear un gran partido político cuyo núcleo serían los trabajadores. Como ellos se afanó por incorporar la clase obrera al electorado activo, por asegurarle mejores condiciones de trabajo, reglamentar sus salarios, por fundar cajas de protección y socorros mutuos en los sindicatos, por crear instituciones protectoras de ancianos, mujeres y niños, por generalizar las jubilaciones y pensiones entre los trabajadores, por establecer la responsabilidad civil y criminal de los patronos en los accidentes laborales, por reglamentar el trabajo de mujeres y niños, por ampliar y llevar a la práctica la legislación obrera. Al mismo tiempo, impuso a su partido y a la Central obrera oficialista las mismas proscripciones que Mario Hermes y Pinto Machado pretendieron imponer a los obreros brasileños en 1912: No atacar el principio de la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción; olvidarse de toda actitud anticlerical; sacarse totalmente de la cabeza cualquier idea de lucha contra el Estado y contra las fuerzas armadas. Más aún, logró convencer a sus seguidores y a una gran parte de los trabajadores argentinos de que sus mejores aliados y sus más firmes valedores, eran el Estado, el Ejército y, desde luego, la Iglesia católica. En 1943, cuando se produjo el golpe de Estado encabezado por Rawson y Ramírez, el movimiento obrero argentino, aunque dividido en CGT1, CGT2, USA y FORA, centrales todas, con excepción de la última, guiadas por elementos reformistas y moderados, era aún capaz de inquietar a los guardianes profesionales del orden social. «La manifestación obrera realizada en la celebración del 1 de mayo de 1943, preocupó a las fuerzas armadas, proporcionando a éstas un índice de lo que podría vivir el país de no adoptarse medidas para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores». El general José Epifanio Sosa Molina, que sería uno de los más cercanos colaboradores de Perón, dice a este propósito: «Yo recuerdo que fuimos comisionados muchos jefes y oficiales para apreciar de visu el valor de esa columna. Fue realmente imponente. Una enorme multitud, con banderas rojas al frente, con los puños en alto y cantando La Internacional, presagiaba horas verdaderamente trágicas. Las fuerzas armadas no podían permanecer indiferentes ante ese peligro y las perspectivas políticas eran en ese momento terminantes». Poco después añade: «La revolución del 4 de junio tiende a anticiparse a los acontecimientos».20 Se trata, pues, de una revolución preventiva o, por mejor decir, de una contrarevolución. El GOU así lo había planeado. Perón, que volvía de Italia como casi incondicional admirador de Mussolini, había adaptado la ideología fascista a la situación argentina y preparaba, mientras tanto, con gran astucia y no poco sentido práctico, la sustitución de la tradicional democracia oligárquica por una versión edulcorada y criolla del corporativismo. Se trataba de reemplazar el espurio liberalismo de los partidos por un régimen tendente al partido único, multiclasista, nacionalista, verticalista. A esta nueva sociedad, básicamente inspirada en el fascismo, la llamaría después «la comunidad organizada». término que traduce la idea original de «la sociedad estamental y corporativa». El partido incoativamente único estaría estrechamente unido a la central obrera única (CGT), hasta identificarse con ella, como quería ya en 1912 el teniente Mario Hermes, en Brasil.
El propósito fundamental de esta concepción del sindicalismo era evitar la lucha de clases y sustituir los intereses de las «partes» por el supremo interés del Todo, es decir, del Estado. El propio Perón se explicaba así en 1944: «Es grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con los obreros, que su sociedad patronal que lo representa luche con la sociedad obrera, que representa al gremio. En síntesis, es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha». Nada más diametralmente opuesto a la concepción del sindicalismo sostenida hasta entonces en Argentina por la FORA y por los sectores marxistas-leninistas.
«Así –prosigue Perón– se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus propios intereses, desde una misma altura que las fuerzas patronales, lo que, analizando, es de absoluta justicia. A nadie se le puede negar el derecho de asociarse lícitamente para defender sus bienes colectivos o individuales: ni al patrón ni al obrero. Y el Estado está en obligación de defender tanto a una asociación como a la otra, porque le conviene tener fuerzas orgánicas que puede controlar y que puede dirigir; y no fuerzas inorgánicas que escapan a su dirección y a su control. Por eso, nosotros hemos propiciado desde allí un sindicalismo, pero un verdadero sindicalismo gremial».21 «Sindicalismo Gremial» evoca irremediablemente las estructuras corporativas del fascismo italiano, pero también los sindicatos de Pinto Machado. Al vincular estrechamente la central obrera (CGT), única, con el Partido Justicialista o peronista), que también tendía a ser único, y el partido, a su vez, con el Estado, Perón realizaba, por su parte, de una manera más cabal que el propio Getulio Vargas, las aspiraciones totalitarias del «Estado Novo».
NOTAS
- Edgar Rodríguez, Socialismo e sindicalismo no Brasil, Río de Janeiro, 1969, pp. 173-180.
- José María Bello, Historia da Republica (1889-1954), Sao Paulo, 1972, p. 214.
- J.W. Foster Dulles, Anarquistas e comunistas no Brasil (1900-1935) Río de Janeiro, 1977, p. 30.
- E. Rodríguez, op. cit. pp. 319-320.
- lbid. p. 320.
- J.W. Foster Dulles, op. cit. p. 32.
- E. Rodríguez, op. cit. pp. 320-321.
- Ibid. p. 322.
- J.W. Foster Dulles, op. cit. p. 32.
- Eduardo Ghitor, La bancarrota del anarcosindicalismo, Montevideo, 1932, p. 48.
- Víctor Alba, Historia del movimiento obrero en América Latina, México, 1964, p. 387.
- Pau de Arara, La violencia militar en Brasil, México, 1972, pp. 15-16.
- Víctor Alba, op. cit. p. 389.
- Ibid. p. 387. Cfr. Pedro Motta Lima – José Barbosa Melo, O nazismo no Brasil, Sao Paulo, 1938.
- John J. Johnson, Political change in Latin America. The Emergence of the Middle Sectors. Stanford, 1959, pp. 167-168.
- Alejandro Mendible Z., El ocaso del autoritarismo en Brasil, Caracas, 1986, pp. 26-29.
- Carlos S. Fayt, La naturaleza del peronismo, Buenos Aires, 1967 pp. 19-21.
- lbid. pp. 15-16.
- M. Seymour Lipset, El hombre político, Buenos Aires, 1963, pp. 152-155.
- C.S. Fayt, op. cit. p. 92.
- Juan Domingo Perón, El pueblo quiere saber de qué se trata, Buenos Aires, 1944, pp. 177-178 (cit. por Fayt).
Publicado en Polémica, n.º 43, octubre-noviembre 1990