Álvaro MILLÁN
Mucha gente está convencida de que la sumisión facilita una vida cómoda, de que sacrificando la dignidad se puede alcanzar el bienestar y de que es mejor renunciar a decir lo que se piensa, a protestar por lo que no nos gusta y a luchar por aquello a lo que tenemos derecho. Pero no es cierto, quien agacha la cabeza nunca encuentra compasión, encuentra un yugo que cae sobre su cuello y del que le será muy difícil librarse. La sumisión no es la consecuencia de la opresión, es su fundamento. No somos sumisos porque nos oprimen, nos oprimen porque somos sumisos.
No hay un solo derecho social que se haya regalado a las gentes como recompensa a su «buena conducta». Nuestras conquistas sociales han sido arrancadas a la fuerza, ampliando palmo a palmo el espacio de la libertad y el derecho.
Los griegos parecen haber comprendido esta realidad. Quizá porque llevan muchos años padeciendo en sus carnes la humanidad de la Troika y saben bien qué se puede esperar de ella. No se han rendido, no se han dejado amedrentar por las amenazas. Más bien parece lo contrario. Da la sensación de que las amenazas del Eurogrupo, que parecían descartar la idea de que los griegos osaran desafiar sus designios, han dado alas al NO, que en primeras encuestas solo parecía ganar por un estrechísimo margen y que, finalmente, se ha impuesto de forma rotunda.
Pero no solo han vencido al miedo, también han vencido a la desesperanza, a esa vieja idea que siempre ha pesado como una losa sobre los pueblos y que asegura que no se pueden cambiar las cosas, que los poderosos siempre se salen con la suya, que el mundo siempre ha sido así y que es de ilusos pensar en cambiarlo. El «SÍ SE PUEDE» recorre el mundo como un nuevo fantasma que pone en jaque al pensamiento único.
El facherío mediático hispano está desesperado, en parte irritados al ver que cada vez más gentes se atreve a desafiar los dogmas más sagrados del capitalismo sin miedo a las represalias, y en parte decepcionados porque los alemanes, inexplicablemente, aún no hayan bombardeado Atenas, y todo esto cuando aún no han asimilado la llegada masiva de piojosos perroflautas a parlamentos y ayuntamientos hasta ahora respetables.
Los resultados del Referéndum griego suponen una derrota para la Troika y la constatación de que el viento del cambio en Europa sigue soplando con fuerza. La brecha en el muro sigue abierta, seguimos avanzando.