Álvaro MILLÁN
Si hay algo más desagradable que ver a un Goliat machacando impunemente a un David, es ver a un espectador miserable jaleando cada golpe que el Goliat asesta a su rival, y disfrutando con cada herida, lesión y destrozo que el David va acumulando en su cuerpo como precio por enfrentarse a alguien mucho más poderoso.
Este papel de espectador canalla lo han asumido, al parecer con entusiasmo, un buen número de periodistas lameculos, que aplauden cada golpe que la Troika atiza al pueblo griego y piden más y más dureza, empeñados en borrar de la imaginación de las gentes la idea de que la dignidad y la rebeldía ante los poderosos es algo más que una burda quimera, tan descabellada como pretender que los pueblos puedan decidir su futuro en un referéndum.
Esos personajes, demuestran ser parte del proyecto, una onomatopeya copiada que no tiene ningún sentido digno, demuestran estar bien afianzados dentro de la misma mecánica, despiadada e infernal, que acabará por pisotearles a ellos, sin ningún tipo de contemplación, hasta demolerlos.