Álvaro MILLÁN
15 de diciembre de 1969. Guiseppe Pinelli, un anarquista de 41 años, cae por la ventana del cuarto piso del cuartel de la policía de Milán, donde estaba siendo interrogando. En la misma habitación se encontraban el comisario Luigi Calabresi, los sargentos Panessa, Mucilli, Mainardi, Caracutta y el teniente de los carabinieri, Lograno. Pinelli llevaba tres días detenido, acusado de haber participado en el atentado de la Piazza Fontana en Milán.
Giuseppe Pinelli había nacido en Milán en 1928. Como hijo de una familia de clase obrera, empezó a trabajar en la adolescencia y pronto entró en contacto con el movimiento libertario. En los años 1944 y 1945 combatió en la resistencia antifascista en las Brigadas Bruzzi y Malatesta. Terminada la guerra continuó su activismo en el movimiento libertario. En los años sesenta participó en los Comités Unitarios de Base (CUB), primer embrión de sindicalismo de acción directa, que cuestionó abiertamente el sindicalismo oficial y fue la base para la reconstrucción de la Unión Sindical Italiana (USI).
Los hechos que precedieron a su detención ocurrieron pocas horas antes: el mismo 12 de diciembre de 1969, a las 16,37 horas, estalla una bomba ante las oficinas centrales de la Banca Nazionale dell’Agricoltura, ubicada en la Piazza Fontana. Mueren 17 personas. Ese mismo día, por la mañana, habían explotado otras tres bombas en Roma y Milán, y se encontró una más que no llegó a estallar.
El comisario Calabresi, sin más pruebas que su «intuición» y la necesidad de encontrar culpables, lanza sus redes contra el movimiento libertario. En pocas horas detiene a más de ochenta personas, casi todas vinculadas al anarquismo, entre quienes se encuentran Guiseppe Pinelli y Pietro Valpreda, al que acusan de autor principal del atentado. Todo es una mera farsa: tres años después Valpreda quedará en libertad absuelto de todos los cargos.
Enseguida los anarquistas acusan a la policía de asesinato y a los fascistas y al Estado de ser los autores de los atentados. Se organiza una campaña de contrainformación hasta llegar a un juicio al Estado. Se ponen en evidencia las incongruencias de la versión policial:
- Se descubre que minutos antes de la caída de Pinelli, ya se había llamado a una ambulancia.
- La habitación donde estaba siendo interrogado Pinelli tenía 3,56 x 4,40 metros. En la habitación –en la que había armarios y un escritorio– se encontraban seis personas. En un espacio tan reducido, ¿cómo pudo Pinelli zafarse de la vigilancia y saltar por la ventana?
- ¿Qué hacía una ventana abierta en una noche en pleno mes de diciembre?
- Se demostró que Pinelli cayó resbalando a lo largo de la cornisa, por tanto, no se tiró hacia afuera.
- Según testigos, Pinelli cae sin gritar y sin protegerse la cabeza con las manos, como si estuviera inconsciente.
El superintendente de policía, Marcello Guida –quien había sido director del penitenciario político Ventotene, y hombre de confianza de Benito Mussolini–, declaró inmediatamente después de los hechos que Pinelli se había suicidado y que su suicidio era una admisión de culpabilidad–. Pese a todas las pruebas que evidenciaban que había sido torturado, y de lo absurdo de la versión policial, la investigación oficial determinó que cayó de la ventana debido a un desmayo. Los policías que lo interrogaban en aquel momento quedaron exculpados.
Los atentados de Milán y el asesinato de Pinelli, fueron el inicio de una década oscura marcada por un terrorismo brutal de origen incierto, siempre bajo la amenaza de un golpe militar. Fue lo que se denominó «la estrategia de la tensión», una trama en la que estuvieron involucrados los servicios secretos italianos, agencias vinculadas a la OTAN y Estados Unidos, todos ellos relacionados con la Red Gladio, una organización vinculada a la OTAN, que actuó en varios países de Europa y cuya actuación en Italia se centraba a evitar una posible victoria electoral del Partido Comunista.