Víctor GARCÍA
México es nota discordante en el concierto latinoamericano de naciones. Su historia, su política, su sociología raramente marchan al unísono con las del resto de sus hermanas continentales. Tomemos, por ejemplo, el binomio partido-gobierno que desde la Revolución, en 1910, empezó a regir los destinos del país. Mientras en todas partes se originan, en primer término, los partidos que, una vez fundados, van a la toma del poder, sea mediante elecciones, sea mediante el golpe de Estado, tan en la rutina latinoamericana, en México se procedió, por la fuerza de las circunstancias, naturalmente, a la toma del poder para crear, más tarde, el partido político…
La ventaja que esta situación entraña, para los que tienen las riendas del poder en sus manos; resulta extraordinaria. En primer lugar el partido que se organiza, a posteriori, será una imagen del poder instituido que lo crea y, por ende, estará sujeto a los designios de éste.
Es así que un invento sorprendente tiene lugar en México, permitiendo que su democracia llene los requisitos por pura fórmula, en lo que al sufragio universal concierne y ello porque un año antes de que tengan lugar las elecciones ya el gobierno-partido ha celebrado sus comicios y designado al próximo presidente de la República cuyo nombre no será hecho público de inmediato por lo que la voz popular ha dado en llamarlo «el tapado».
En este estado de cosas, no todo producto de la Revolución mexicana, juega igualmente un papel importantísimo la presencia de un vecino todopoderoso, los Estados Unidos, que tiene todo su interés en la presencia de un gobierno estable y confiable. Ya el dictador Porfirio Díaz había dicho, en cierta ocasión: «¡Pobre México! tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!», a pesar de que su dictadura fue tan longeva –i34 años!– gracias, precisamente, al apoyo del Tío Sam.
Cuando en la URSS el gobierno-partido, después de la muerte de Stalin, en 1953, celebra su XX Congreso, el mundo pasa a ser sabedor de los crímenes de Stalin gracias al Informe Secreto de Jruschov. El gobierno-partido mexicano todavía no ha tenido oportunidad de celebrar su XX Congreso por lo que el mundo continúa engañado respecto a la honestidad de un partido-gobierno que se dice el continuador del espíritu revolucionario que derrocó a Porfirio Díaz y produjo la primera revolución del siglo XX, desgraciadamente abortada, como la que siete años más tarde tuviera lugar en Rusia, derrocando al zarismo. Si a cotejar vamos, guardando las distancias a las que nos obligan culturas e idiosincrasias tan dispares como las mexicana y la rusa, más bien cabría plantear cuál de las dos revoluciones anda más anquilosada y qué nomenklatura, en uno y otro país resulta más determinante.
En todo caso y regresando a nuestro planteamiento, mientras el mundo es sabedor, después del XX Congreso de febrero de 1954, de los crímenes del stalinismo y del régimen soviético en general, este mismo mundo continúa convencido de que México vive en democracia total de la que es reflejo la estabilidad asombrosa demostrada por la continuidad, igualmente asombrosa para un país latinoamericano, de su régimen.
El propio André Malraux, hombre ducho en luchas sociales y regímenes políticos, llega a considerar que los hechos de Mayo de 1968, en Francia, tienen su origen en México: «Creo que todo comenzó en México. Ustedes saben hasta qué punto resulta esto asombroso dado que México tiene un gobierno revolucionario. La Universidad tenía su propia policía y ninguna policía tenía derecho a entrar allí. Sin embargo los hechos, tuvieron lugar en México» (Emisora Europe 1, París 21 de junio de 1968). Despiste descomunal porque la rebelión estudiantil mexicana tuvo lugar el 26 de julio y la Universidad azteca fue tomada por el ejército, no por la policía, dos meses más tarde, el 18 de septiembre. En otras palabras, fue México quien recibió la influencia francesa y no al revés, como Malraux declara.
Luego vendrán las masacres del 2 de octubre de la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco y todas las secuencias, piruetas y catedrales de palabras, instrumentos de disimulo y no de comunicación, como diría Orwell. Las persecuciones contra los guerrilleros en el interior del país mientras México suele practicar una política de simpatía para los movimientos de guerrilla extranjeros.
En México no hay censura de prensa, es cierto, pero sucede que el gobierno es dueño absoluto del papel de periódico negándolo al que no se someta al juego de la simulación. Fue necesario el trágico terremoto del 19 y 20 de septiembre de 1985 para que en los sótanos de las jefaturas de policía destruidas por el seísmo fueran encontrados los cadáveres de presos torturados, incluido el de un abogado. Hace falta hallarse ya en plena decrepitud para calificar de revolucionario al gobierno mexicano cuando tanta lacra y sevicia queda descubierta. El Malraux de 1968, encabezando en junio la manifestación gaullista, que se postra ante la tumba del Soldado Desconocido del Arco de Triunfo de París para desagraviar al General De Gaulle, no es ni sombra del Malraux de China, del Vietnam y, sobre todo, del autor de Espoir y piloto de la escuadrilla del mismo nombre que luchó contra el franquismo durante la guerra civil española de 1936-1939.
«El gobierno revolucionario de Obregón es el mismo que, en 1923, ordena masacrar a los huelguistas tranviarios en las calles de la ciudad, ocupa los edificios sindicales y encarcela a los dirigentes. Igual cosa hace en 1926-1927 el gobierno «revolucionario» de Calles contra los huelguistas ferroviarios y, en 1958-1959, el gobierno de López Mateos, caracterizado por su propio presidente como de extrema izquierda dentro de la Constitución, arroja al ejército contra la huelga ferroviaria y aprisiona a sus líderes…»
Si en algunas cosas el gobierno PRI de México tiene similitudes con los demás gobiernos de Latinoamérica, ello obedece a que todos ellos fueron conquistados por la España católica y absolutista del siglo XVI, pero dentro de esta similitud también podemos hallar ciertas peculiaridades. Así, por ejemplo, como cada presidente de la República cambia todo el equipo gubernamental, cuando toma posesión del mando, y como la reelección no está permitida por la Constitución mexicana, entonces el equipo en cuestión, y el propio Presidente, deben apresurarse en enriquecerse lo antes posible a fin de que cuando sean reemplazados hayan podido amasar una considerable fortuna mediante el peculado y la corrupción que los convierte en grandes potentados como ha sido el caso con Alemán y López Portillo, entre otros.
La Revolución de 1910 dividió a México en dos partes: de un lado se ubican los que han convertido a dicha Revolución en una renta permanente y hasta hereditaria, y por el otro lado está la inmensa mayoría del pueblo de México que se auto califica a sí misma como «Los olvidados de la Revolución». Los «olvidados», todo y habiendo sido ellos los que posibilitaron el derrocamiento de Porfirio Díaz porque las multitudes que formaban las fuerzas revolucionarias de Pancho Villa, de Emiliano Zapata y cuantos hicieron posible la victoria maderista, son los que actualmente integran estos once millones de analfabetos, estos tres millones de niños sin escuela, estos cinco millones de mexicanos descalzos, estos cuatro millones de menores de 5 años que no consumen leche, ni carne, ni huevos y la infinidad de millones de campesinos sin tierra a pesar de tantas reformas agrarias decretadas a nivel presidencial. Hay 20 millones de mexicanos con déficits de alimentación; más de sesenta grupos indígenas han desaparecido en lo que va de siglo solamente; México capital está rodeado de un cinturón de chozas sobrecogedor, en las que viven hacinadas millones de familias; todos los años, un millón de mexicanos debe emigrar, clandestinamente, a los Estados Unidos convirtiéndose en los tristemente célebres «espaldas mojadas» que cruzan el Río Grande durante las sombras de la noche. Sólo en la ciudad de Nezahual coyotl se encuentran, en los límites de la supervivencia, hacinados como puercos, tres millones de desheredados a quienes los parias de Calcuta pueden, inclusive, inspirar envidia. El experto galo René Dumont afirma que México tiene el récord mundial en cuanto a diferencia de ingresos entre ricos y pobres: 38 a 1.
Este calificativo que aglutina a todos los desheredados bajo el denominativo de «Los olvidados de la Revolución» abraza, cada vez más, a mayores estratos de la población mexicana. Son desheredados que no se atreven a protestar porque serían acusados de traicionar a la Revolución con lo que la habilidad demagógica azteca demuestra ser mucho más eficiente que la rusa puesto que en México no se precisan Gulags ni sanatorios psiquiátricos para amordazar el descontento. La fórmula ha resultado insuperable: la revolución idealizada, intocable, impoluta, que lleva al engrandecimiento de la patria, al encumbramiento de México en el concierto latinoamericano e internacional, a la «mexicanidad» que sería el summun de todas las virtudes a las que puede aspirar un país. México es original, no tiene copia posible, «por mi raza hablará el espíritu» reza el lema universitario; ninguna ideología puede cotejarse con la mexicana. Esto conduce a la obligación, por parte de todos, de aceptar el proceso continuo y siempre perfectible de la revolución. Surge la sacralización del Estado con sus engarces con la sociedad teocrática precortesiana que la colonia supo explotar a su vez. La Revolución ha adquirido condición de mito sagrado. Para ello se ha tenido que adulterar la historia, su significado y, sobre todo, el vocabulario revolucionario. Revolución, democracia, sufragio, voluntad popular… Anticipándose a Orwell se rectifica el significado de los hechos, las épocas, el pensamiento: «Hay que comprender en esta perspectiva el maquillaje histórico: el Porfiriado se convierte en el Antiguo Régimen, cuyos abusos provocan la revolución; la revolución es asimilada a la victoria del progreso contra la reacción y, por último, remontándose en el pasado, se exalta a Juárez para destruir a Díaz y hacer olvidar que Díaz no es más que el albacea de Juárez, y que la revolución termina y moderniza su obra. Todo se oscurece cuando se contratan intelectuales para desfigurarlo todo».
Porque, desgraciadamente, la tesis que Jean Benda expone en su célebre obra La Trahison des Clercs, es aplicable de lleno al intelectual mexicano también.
Publicado en Polémica, n.º 27, marzo 1987
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