Cipriano DAMIANO • Cansado del agobio de la dictadura primorriverista y convencido, además, de que la figura coronada llamada a velar por el estricto cumplimiento de la Constitución fue su primer infiel al permitir que fuera vulnerada, el pueblo se ha decidido por la República.
Discurre el mes de abril de 1931 y, ante el acontecer histórico, afloran quienes se guían por los dictados de la deserción. Es cierto que «las ratas son las primeras en abandonar el buque cuando la nave se hunde». En esta ocasión, tampoco faltaron desertores. Más de un elemento que sirviera sumiso al antiguo régimen, que bailara minués y rigodones en los fastuosos salones de palacio, abandonaría a quienes fueron sus benefactores. Entre ellos, José Sanjurjo Sacanell.
Sanjurjo y la República
Sanjurjo había destacado en las campañas de Marruecos, lo que le había valido el lucir en su pechera dos laureadas concedidas por el régimen al que melosamente había servido. Ahora son otros tiempos.
En las vísperas de la proclamación del nuevo régimen, a pesar de su «incondicional» monarquismo, no duda en participarle al rey que se niega a sacar a «sus hombres» de los cuarteles para enfrentarlos a un pueblo que, en forma de multitud, grita en las calles de las urbes «iAlfonso, márchate!». A renglón seguido, se ofrece sin condiciones al aún semiclandestino gobierno republicano: «Estoy aquí como persona y como mando supremo del cuerpo armado al que represento para ofrecerles mis servicios».
Este gesto le vale permanecer en su puesto bajo el mandato del nuevo gobierno republicano. Sin embargo, los hechos ocurridos en Castilblanco1 y sus repercusiones, además de determinadas actitudes personales que manifiesta, determinan que sea destinado al cuerpo de carabineros.
Tal traslado lo considera una ofensa, una verdadera degradación. No faltan jerarquías económicas ni políticos monárquicos que le susurran al oído que no debiera resignarse. En el mundillo de la conspiración fraguada apenas nacida la nueva República se le considera hombre idóneo para encabezar un posible levantamiento antirrepublicano.
Se le perdonan debilidades pasadas: un arranque de hidalguía podría formalmente borrarlas, y apoyos no le faltarán. Al menos –piensa– son promesas formales. Se envanece de la confianza que le prestan y, si bien el futuro alzamiento no se realizará bajo su jefatura2 y, en cierto modo, jugará un papel de segundón, el giro de los acontecimientos le hará aparecer como cabeza visible de aquel tremendo desastre.
Todos los hilos están atados. El foco central de la subversión será Madrid y, presumiblemente, se cuenta con las guarniciones de Zaragoza, Sevilla y Valencia,3 que, en caso de fracaso en la capital, marcharían conjuntamente sobre la ciudad. Pero…
La delación
Presuntuoso, un oficial complicado en la conspiración susurra en el lecho, al oído de su novia, todo el relato de lo que va a producirse. No le omite detalle alguno.
El terror se apodera de la muchacha, que no vacila en delatar a las autoridades todos los hilos de la trama a cambio, eso sí, de la seguridad y impunidad del amado. Al gobierno, pues, llega con amplitud y profundidad todo el alcance de la conspiración. Que no evitara a tiempo su estallido público, adoptando las consiguientes medidas de represión contra los golpistas, es un hecho que la historia guarda en la más estricta de las sombras.
El nueve de agosto es imposible localizar a Sanjurjo. Ha marchado a Sevilla para encabezar la subversión en el sur de España. En la madrugada del nueve al diez, se produce la sublevación en Madrid.
Fuerzas de la remonta embarcan en camionetas. Se dirigen al Ministerio de la Guerra y al Palacio de Comunicación, primeros de los objetivos concebidos por los sublevados; pero el conocimiento previo que posee el gobierno sobre la conspiración ha hecho que Azaña, titular de la cartera de Guerra, tomara allí ciertas prevenciones, como cambiar la guardia del edificio, ya que en los entresijos de la conjura figura el compromiso de que sus puertas serían abiertas desde el interior para que los sublevados tomaran posesión del recinto sin más dificultades y, desde sus despachos, pudieran impartir las órdenes que completaran la sumisión de los gobernantes republicanos.
Alguien da la voz de fuego. El trepidar de los fusiles rasga el silencio nocturno y siembra la alarma en derredor. Quienes creyeron que la toma del edificio iba a constituir un acto intrascendente gracias a la solidaridad interior presienten el fracaso. Viene la retirada. Otras tropas se enfrentan en Cibeles con fuerzas de asalto. Todo ha salido contrariamente a lo previsto por los sublevados. Hay un intenso «paqueo» hasta la amanecida, pero pronto queda todo en el mayor de los silencios.
La guarnición de Alcalá, comprometida en el alzamiento y que marcha sobre Madrid se retira a sus cuarteles al percatarse a tiempo del fracaso de la operación. Pero, ¿y Sevilla?
La sanjurjada sevillana
Sanjurjo efectúa viaje a Sevilla en la madrugada del nueve al diez de agosto. Le acompañan su hijo –absuelto después inexplicablemente–4 y el teniente coronel Esteban Infante. Su acogida ha sido calurosa.5 Todo hace prever una victoria contundente y rápida. Tan rápida que, si bien por poco tiempo, las autoridades republicanas han sido destituidas.
Abundan quienes propagan que el fracaso de la sanjurjada en Sevilla obedeció a la desmoralización de los golpistas por el desastre madrileño. Pero olvidan, o pretenden olvidar, la enérgica actitud adoptada por el proletariado sevillano, que, respondiendo a las llamadas de sus organizaciones sindicales, paraliza la ciudad, se manifiesta multitudinariamente y pone cerco a centros oficiales de decisión, arrebatándoles a los insurrectos el poder y la capacidad de maniobra. Es aquí donde hay que buscar –sin menosprecio de los otros factores– la verdadera causa del fracaso.
El resultado final es la huida de los cabecillas hacia Huelva para seguir a Portugal, siendo, en el tránsito, reconocidos y apresados. El tratamiento posterior que les dispensarán las instituciones republicanas no será precisamente el rígido trato adoptado para frenar el movimiento campesino de Casas Viejas.
Fin del episodio
Sanjurjo es condenado a muerte el 25 de agosto, pero se le conmuta la pena capital por la de reclusión perpetua. Dice la sentencia: «Fallamos que debemos condenar y condenamos al procesado teniente general don José Sanjurjo Sacanell a la pena de muerte […]». Su conmutación la relata Azaña con estas palabras: «[…] invité a los ministros a que diesen su parecer. Prieto, por sí y por los otros dos ministros socialistas, votó por el indulto. Domingo, por sí y por Albornoz, votó lo mismo; Casares, con gran firmeza, votó por que se cumpliese la sentencia. Los demás votaron por el indulto […]. Voté yo el último a favor del indulto».
La vida de Sanjurjo se había salvado, pero ¿se salvarla España del drama de la guerra civil provocada por los hombres que, como Sanjurjo, esconden la defensa de sus privilegios tras la máscara del patriotismo?
Muchos de los implicados son deportados a Bata (en la actual Guinea Ecuatorial). Sin embargo, transcurrido breve tiempo, un buque de matricula francesa es el vehiculo para la fuga, pese a la vigilancia de un patrullero de la Marina encargado de vigilar la costa para evitar, precisamente, la evasión. Que se sepa, no hubo más sanciones que las obligadas dimisiones.
La República navega en el seno de un mar turbulento. Es el preámbulo de un cruento 18 de julio de 1936, en el que intervendrían, de forma destacada, los fugados de Bata y el Sanjurjo al que se le había conmutado la pena de muerte.
Notas
1. Tumulto campesino donde mueren algunos guardias civiles.
2. Fue cabeza visible el teniente general Barrera, que ostentó la capitanía general de Cataluña bajo la dictadura de Primo de Rivera.
3. Curiosa coincidencia con el 23 de febrero.
4. ¿Seria el apuesto oficial que susurrara a su novia la trama de la conjura?
5. Precedente, en todos los detalles, de la llegada de Queipo de Llano a Sevilla en 1936.
Publicado en Polémica, n.º 2, febrero 1982
Cipriano Damiano González. Histórico militante de la CNT, nació el 22 de septiembre de 1916 en Comares (Málaga). En 1931, con 14 años se afilia a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Durante la guerra fue adjunto a la Secretaría de Propaganda del Comité Regional de Levante de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL) hasta su elección en mayo de 1937 como secretario de las Juventudes Libertarias andaluzas. Tras la derrota será detenido y pasará por diversos campos de concentración y prisiones hasta que logra huir a Gibraltar. Se traslada clandestinamente a Barcelona y se incorpora en el Comité Nacional de Manuel Vallejo en 1949 y accede al cargo de secretario cuando Vallejo huye en 1951. En este cargo que mantendrá hasta su detención el 6 de junio de 1953 en Madrid. Fue condenado a 15 años en consejo de guerra. Cuando sale en libertad, entra en contacto con la militancia madrileña y se traslada a Barcelona, trabajando en la reorganización de CNT primero en Cataluña y después en Levante y Andalucía, lo que le llevará a ser detenido en dos ocasiones. Funda el boletín clandestino Vórtice, encabezará más tarde el Comité Nacional, de abril de 1964 abril de 1965, cuando es detenido, pero se fuga espectacularmente y pasa a Francia, para retornar al poco tiempo con documentación falsa. Instalado en Madrid, se opondrá al cincopuntismo, editando el boletín Panorama. Detenido en abril de 1970, permaneció tres años encarcelado hasta la muerte de Franco. Instalado en Barcelona, trabajará para la revista Interviú y colaborará en Actual, El Correo Catalán, Diario de Barcelona, Mundo, Sindicalismo, entre otras publicaciones. Intervino en las Jornadas Libertarias de Barcelona (julio de 1977) y se inhibió de la militancia orgánica después de los conflictos del Congreso de la Casa de Campo. Colaboró en La Hora de Mañana y Polémica. Es autor, en colaboración con Carlos E. Bayo Falcón, de La resistencia libertaria. La lucha anarcosindicalista bajo el franquismo (1939-1970) (1978). Murió el 17 de abril de 1986 en Sabadell (Barcelona).
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