El 19 de julio de 1936 en Aragón

Miguel CHUECA

1286309979821_E9492B81-F773-4F5D-BB85-8255160D645C_dnZaragoza. Sobre las cuatro de la madrugada, fuerzas militares rompen el silencio de la capital. En la ciudad flotaba un ambiente general de inquietud y zozobra. ¿Qué pasa?, se preguntaban los transeúntes, poniendo en su pregunta un deje de extrañeza… «Es que Cabanellas ha sacado la tropa para defender la República, amenazada por los fascistas»… Radio Aragón repetía con machacona insistencia: «No vamos contra la República; iViva España! ¡Viva la República!…

Huelga General Revolucionaria

La resistencia pasiva que demostrábamos había que convertirla en resistencia activa. Y surgió cual reguero de pólvora una octavilla firmada por la CNT y la UGT en la que se ordenaba la huelga general revolucionaria. Cafés, espectáculos, tráfico, todo quedó paralizado. La tragedia no tardó en producirse. Grupos de jóvenes libertarios y militantes de la CNT acudieron a la calle Boggiero, San Pablo y las Armas para dar cumplida respuesta. Aunque ya era anochecido, la concentración fue descubierta y con ánimo de sofocarla acudieron allí guardias y falangistas. En la lucha cayeron algunos guardias y con sus propias armas se entabló un verdadero combate. Los nuestros continuaron resistiendo mientras quedó un cartucho en su poder. Únicamente cuando la munición se acabó, los cuadros confederales abandonaron la lucha. Luego de ocurrir estos sucesos, todo el mundo pensaba en lo que pudiera haber ocurrido en el resto de España, ya que únicamente nos quedaba a los obreros de Zaragoza la esperanza de poder ser liberados por nuestros hermanos de Cataluña, Levante o Madrid, lugares donde el fascismo había sido derrotado, según noticias que con gran riesgo, escuchábamos por la radio.

Cómo se preparó la traición

Más que en la fuerza bruta, los militares confiaron en la habilidad de un plan tramado arteramente en la sombra y cuya ejecución habíasele encargado al traidor Miguel Cabanellas. Este sujeto venía maquinando el golpe desde el 17 de febrero, día en que se declaró el Estado de guerra con el burdo pretexto de exterminar, según confesión propia, cualquier intentona fascista. En aquella ocasión los trabajadores zaragozanos, alentados por nuestra organización, plantearon un paro magnífico, que tuvo la virtud de hacer retroceder a Cabanellas.

El Estado de guerra fue levantado fulminantemente ante nuestra conminación, pero los soldados quedaron custodiando los conventos y varios lugares estratégicos de la capital. Por otro lado, el gobernador civil se dejaba querer por los banqueros. La fuerza pública y, más propiamente dicho, el comisario de policía, estaba entregado de lleno a Baselga y compañía, conocidos jesuitas y directores de la banca zaragozana. Esa circunstancia, ese criminal compadrazgo, hizo posible que en la madrugada del 19 de julio, se lanzaran los policías y guardias a cachear, desarmar y detener a todo el que transitaba por la calle, excepto a los señoritos de Falange.

Cuando los trabajadores, obedeciendo a una indicación de nuestros comités, nos retiramos a las barriadas obreras, en espera de recibir las armas prometidas, ningún militar había hecho todavía irrupción en las calles. No tardó en saberse que las armas que el gobernador no quiso entregar habían caído en poder del fascismo. Y fue entonces cuando el enemigo observó nuestra impotencia, cuando los militares se decidieron a tomar por asalto la capital. De una manera parecida sucumbieron Huesca y Teruel.

Nosotros fuimos…

Hemos de reconocer que fuimos muy ingenuos. Perdimos demasiado tiempo celebrando entrevistas con el gobernador civil. No se nos ocurrió pensar que Vera Coronel, antes que gobernante republicano era fabricante de zapatos y que entre armarnos a los hombres de la CNT y dejar paso al fascismo, lógicamente había de optar por lo último.

¿Pudimos haber hecho más de lo que hicimos? Es posible. Fiamos excesivamente en las promesas del gobernador. No quisimos prever que frente a una acción violenta como la que podía desencadenar el fascismo, hacía falta algo más contundente que 30.000 obreros organizados en los sindicatos cenetistas.

Publicado en Polémica, n.º 22-25, julio 1986

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