El socialismo real nunca fue realmente socialismo

Raúl GARCÍA-DURÁN

communist-statueYo me alegré de la caída del bloque soviético. Pese a sus innegables logros económicos y educativos, fue una falsa vía al socialismo, a una sociedad libre, igualitaria y fraterna. Nunca existió socialismo en la URSS, ni el partido bolchevique lo creyó así hasta la llegada al poder del ex seminarista dictador Stalin, precisamente cuando se estaba creando la antitesis del socialismo: el todopoderoso Estado. Se cayó en el error de creer que planificación era igual a socialismo y se consolidó un nuevo modo de explotación, el «colectivismo burocrático» con una nueva clase dominante, la tecnoburocracia, con hegemonía de su fracción política surgida de la burocracia obrera del partido (véase García-Durán 2000 y Castoriadis 1976). Castoriadis (1986) señalará que ya el mismo nombre –URSS– escondía cuatro mentiras: ni Unión (se demostró con el desmembramiento final), ni Repúblicas (la forma de gobierno era una pantomima), ni Socialistas (todo lo contrario), ni Soviéticas (los falsos soviets eran meros instrumentos del Estado). El no socialismo se origina ya en los años 1917-1921 y en ellos me centraré. Es la época de las peleas con anarquistas y socialistas revolucionarios (ambos liquidados sin contemplaciones) y de discusiones con las tres fracciones internas del partido, («comunistas de izquierda», «centralismo democrático» y «oposición obrera»), que constituían la corriente realmente revolucionaria y que pronto denunciarán la aparición de una nueva clase dominante.

La opción por el capitalismo de Estado

Tras la toma del poder y los primeros decretos del gobierno soviético, ante el éxodo de los antiguos propietarios –el 90% según Elleinstein (1977)– la clase obrera cree llegado su momento y crea comités de fábrica que, superando las propias directrices del partido, asumen en sus manos prácticamente el conjunto de la economía. El 14 de noviembre de 1917 el Consejo de Comisarios del Pueblo reconoce «la autoridad del control obrero sobre toda la economía» y en enero de 1918 el I Congreso de los sindicatos decide que los «órganos sindicales deben asumir la tarea central de la organización de la producción» (Brinton 1972). A ello responde Trotsky (1978) diciendo que la dictadura del proletariado no es el control de las fábricas, sino la abolición de la propiedad privada y el control político por el conjunto de las masas. En el único texto en que Marx se aventura a definir el socialismo (Marx 1968) le confiere a éste tres características básicas: lucha contra la escasez, «politecnismo» (que todo el mundo sea capaz de hacer cualquier trabajo) y trabajo voluntario. En la retrasada Rusia, sólo se intentará alcanzar la primera, a costa de las otras dos. El socialismo será para Lenin, que pese a su creatividad mantiene un claro marxismo economicista-mecanicista: «los soviets más la electrificación», es decir, el modelo de desarrollo tecnológico capitalista, la gran empresa moderna, pero con control político obrero para evitar el regreso al capitalismo. A nivel de gestión Lenin distinguirá entre «control obrero» y «gestión obrera». El objetivo es esta última, pero aún no la considera posible. Cree que todavía no es posible el socialismo, sólo su antesala, el capitalismo de Estado: no existe el suficiente desarrollo de las fuerzas productivas y no es posible la construcción del socialismo en un solo país, máxime en un país tan atrasado. a_lie_-_leninDurante el capitalismo de Estado hay que mantener el control obrero, que será precisamente la «escuela necesaria» para poder alcanzar la autogestión. El tema surge en el I Congreso de Consejos Económicos (mayo-junio 1918). La fracción Comunistas de Izquierda consigue que una subcomisión apruebe una resolución por la que 2/3 de los miembros de los consejos de administración de las empresas industriales se elegirían entre los obreros, pero, en la sesión plenaria, el Congreso reduce la proporción a 1/3 –Lenin calificó la resolución de la subcomisión de «decisión estúpida»– y aprueba una jerarquía directiva que garantiza la dirección personal, sólo sometida al veto del Consejo Superior de Economía Nacional. Lenin había centrado su intervención en la crítica al decremento de la producción durante el invierno 1917-1918, que atribuía con razón (Bettelheim 1976) a la desorganización y la incapacidad de los obreros que anteponen sus intereses particulares y de empresa al interés general. De aquí la defensa de Lenin de los tres elementos con que cree que es posible combatir «la ausencia de toda disciplina industrial»: disciplina en el trabajo, gestión por una sola persona y necesidad de los «especialistas burgueses». Los Comunistas de Izquierda reconocen el mal funcionamiento de los inicios de la autogestión, pero consideran que ésta sólo se puede aprender ejerciéndola, a base de errores; que cualquier forma intermedia, en concreto los tres principios leninistas, reproduce la incapacidad y crea una nueva clase dominadora. Lenin reconoce la burocratización e incluso que se están dando pasos atrás, pero cree que son temporales, necesarios y consecuencia del atraso. Para él, el Estado obrero soviético controla los peligros de esta marcha atrás. Sin embargo, al mismo tiempo y contradictoriamente, insistirá en que la debilidad general de la clase obrera impide aún la construcción de un Estado realmente obrero: es necesario rebajar planteamientos: un Estado obrero-campesino, al cual hay también que controlar. Ello hace imposible la democracia y la descentralización, y justifica el poder a ultranza del partido, única expresión auténtica, para Lenin, de los intereses obreros. De este modo, el poder soviético queda convertido en poder del partido. Tres comentarios sobre ello:

  • Bujarin es el único entre los dirigentes bolcheviques en comprender el absurdo que significa considerar al campesinado –la mayoría del pueblo soviético– casi como un enemigo de clase. Para él, el campesinado también debe desempeñar un papel creativo en la construcción del socialismo –el mir ruso no hace más que facilitarlo– sin lo cual el Estado obrero se convertirá forzosamente en dictatorial.
  • Mientras se considera que la clase obrera es demasiado débil para construir un Estado obrero, se atribuye a su representación, el partido, la fuerza para superar todos los problemas. ¿De dónde sale esta fuerza? Para Lenin, del saber, del conocimiento científico, de la racionalidad.
  • La confianza en el partido lleva a la profesionalización de sus militantes, con lo cual el partido se desgaja aún más de la clase pasando a identificarse con el Estado. La dictadura del proletariado es un concepto abstracto, porque el concepto de clase también lo es, pero la dictadura del partido es una realidad muy concreta, de unos hombres concretos que, como son la garantía única del carácter revolucionario del capitalismo de Estado, pasan a convertirse en poder absoluto. Serge (1971) calificará al partido bolchevique de «partido de obreros convertidos en funcionarios» .
La batalla de la producción

Aún hay que añadir los efectos, en gran parte decisivos, de la guerra civil y la intervención occidental. Señalaré cinco de ellos: 1. Toda guerra supone un incremento del papel del Estado en la economía, acentuado en el caso de la guerra civil rusa porque las principales reservas alimenticias quedan dentro de la zona ocupada por las tropas blancas. Se pasa así al «comunismo de guerra» que implica atacar al capital y a sus categorías mercantiles mucho más allá de lo previsto y deseado por la dirección del partido: requisas obligatorias, racionamiento, expropiación de empresas, regulación estricta del comercio, preparación (en 1920) de los decretos para la abolición del dinero y de la banca, etc. La victoria en la guerra significa por ello la derrota definitiva de la burguesía, pero sustituida por el Estado. La misma oposición interna acepta los criterios leninistas (disciplina, etc.) a cambio de los decretos de colectivización –de hecho de estatalización–, sometiendo, como pedía Trotsky, el tema de la gestión a la alternativa propiedad privada-Estado. El socialismo, la fase de transición hacia el comunismo, caracterizada, entre otras cosas, por la descomposición del Estado, queda ahora identificado, incluso por la izquierda, con ese mismo Estado. 2. La guerra lleva, por otra parte, a la militarización:

  • Del ejército: se hace necesario ganar la guerra y para ello (criterios de eficacia «científico-técnicos») el Ejército Rojo incorpora a los antiguos «técnicos militares» y recupera todas las características de un ejército profesional, antes abolidas: grados, saludo, diferencias salariales, etc. En 1920, de los 446.729 cuadros del Ejército Rojo 314.180 habían pertenecido al ejército zarista (Erickson 1963).
  • Del partido: Procacci (1977) muestra que en el conjunto de su terminología y de su práctica se refuerzan los criterios de responsabilidad personal, se impone la eficacia por encima de la electividad y surgen órganos que dependen directamente de la dirección central y no de la estructura territorial hasta entonces propia del partido, y con ello disminuye claramente la posibilidad de control por la base.
  • Del trabajo: el 17 de diciembre de 1919 Trotsky publica en Pravda sus tesis sobre la «militarización del trabajo». El trabajo voluntario propio del socialismo queda convertido en trabajo obligatorio.

3. De hecho, la guerra ha significado la destrucción del país. La industria produce sólo un 13% en valor de su producción anterior, los equipos han quedado completamente destruidos, la superficie cultivada se reduce en un 16%, disminuye la población urbana (Broué 1973). 4. A ello se añade la descomposición de la misma clase obrera. Sigo con Broué: de tres millones de obreros industriales en 1919 se pasa a 1.250.000 en 1921. Y la reducción no es sólo en número, sino que su vanguardia ha abandonado en masa las fábricas al comienzo de la guerra civil. 5. La «batalla de la producción» será definitiva, pero no en función de su incremento, como es su objetivo, sino para la victoria de los «especialistas burgueses», de ideología abiertamente antibolchevique, y de los cuadros políticos encargados de controlarlos, los «directores rojos» (Azrael 1966). La empresa, y el necesario esfuerzo productivo que ésta exige, queda ya definitivamente fuera del control obrero. Los obreros, poco productivos, son ahora el enemigo del Estado obrero. El segundo gran debate con la oposición interna (reorganizada en el grupo Centralismo Democrático) se centrará en los sindicatos, que han integrado prácticamente el conjunto de comités de empresa, pero que por otra parte han sido –a partir de su II Congreso, en enero de 1919– gubernamentalizados. La Oposición reclamará la vuelta a la independencia sindical, su reconstitución en organizaciones de defensa de los intereses obreros, frente a los managers y frente al mismo Estado. Pero para la mayoría del partido, los sindicatos deben ser la «correa de transmisión» del partido, de un partido que está enfrascado en la «batalla de la producción», contra los obreros. El debate lleva a que, ya en el mismo IX Congreso del partido, el de la militarización del trabajo, Lenin insista en su limitada autocrítica de la «burocratización» generada por atraso. Su remedio es la modernización, que la clase obrera vaya a la «escuela del capitalismo» a «estudiar, estudiar y volver a estudiar», y las medidas organizativas tomadas incrementarán la tecnificación y el proceso de centralización, aumentando lo que se trataba de combatir. El Congreso constituye el Comité de Control Antiburocracia, que acabará convirtiéndose después en uno de los mecanismos básicos de control del conjunto del partido por su cúspide. Porque el mismo partido –una contradicción más– necesita centralizarse. Es ya el poder y por tanto va a ser el objetivo de todos los arribistas. El número de miembros pasa entre 1917 y 1921 de 29.000 a 332.000, y ello a pesar de las dificultades de entrada, los largos períodos de prueba, las purgas periódicas de los miembros que abusan de su calidad de tales, etc. La vieja guardia revolucionaria quiere mantener el control, pero sólo lo puede hacer atentando contra la pureza revolucionaria, centralizando todo el poder en sus propias manos.

El definitivo X Congreso

Los últimos meses de 1920 y los primeros de 1921 son de fuerte discusión general (el descontento lleva a la insurrección de Kronstadt, última expresión del anarquismo ruso, pero también de la concepción realmente soviética, consejista, del socialismo) y a nivel interno (IX Conferencia del partido en septiembre, VIII Congreso de los soviets en diciembre y, finalmente, el crucial X Congreso del partido). La nueva oposición interna, la Oposición Obrera, plantea, más claramente que nunca el debate sobre el tipo de socialismo a construir: o libre decisión de los trabajadores o vuelta al capitalismo con una nueva clase dominante; y la necesidad de democratización del partido. La respuesta será:

  • Su descalificación, más violenta que nunca, con la acusación de ser una «amenaza para la revolución» y de tener «complicidad en la insurrección de Kronstadt». Las dificultades se atribuyen no al divorcio con la clase obrera, sino, al contrario, a que el «comunismo de guerra» ha ido demasiado lejos. Se mantiene la idea del Estado obrero como vía al socialismo, pero se considera que se ha avanzado demasiado en este sentido, ratificándose las tesis de la necesidad del «capitalismo de Estado». El desarrollo de la productividad no se busca en nuevas relaciones de producción que consigan la mayor colaboración obrera (como reclama la Oposición), sino en las categorías mercantiles, en la vuelta a un cierto tipo de capitalismo y el reforzamiento de su tipo de empresa, en la Nueva Política Económica.
  • El fin de la democracia en el partido. El X Congreso se plantea como el «de la democracia», pero sus efectos son totalmente los contrarios. Si es necesaria una relativa vuelta al capitalismo, el partido tendrá que velar más que nunca para que esta vuelta no sea mayor de la prevista, de forma que: «El Congreso concede al Comité Central pleno poder para ejercer todas las sanciones partidarias, incluso la expulsión de las filas del partido, en caso de violación de la disciplina, de constitución de fracciones o de tolerancia a este respecto». Por primera vez se prohíben las fracciones internas y el partido se convierte, además de en único, en monolítico.

Es el abandono definitivo de la autogestión, su sustitución por el mantenimiento de la división social del trabajo y la tecnología capitalistas, y por el Estado. Lo cual da lugar a:

  • Un poder político cada vez más centralizado y autoritario (a través de la identificación clase obrera con Partido y de éste con el Estado). En 1920 existe el triple de burócratas que en 1913 (Schapiro 1966 y Cohen 1973).
  • La delegación de la gestión a la burocracia obrero-política Los llamados «directores rojos» elegidos por el partido-Estado) y, subordinada a ella, la burocracia técnica, los «especialistas burgueses». Ambos grupos «desarrollaron rápidamente conciencia de intereses de grupo, un sentido de práctica común y sentimiento de solidaridad mutua» (Azrael ob. cit.).

Por otra parte, en 1921 es derrotada la revolución alemana, la gran esperanza de Lenin, dado el mayor desarrollo alemán. La revolución soviética queda aislada.

Y así llegó el no socialismo estaliniano

stalin-posterEn definitiva, sin burguesía, pero sin autogestión se acaba formando una nueva clase tecnoburocrática, con hegemonía obrero-política. La revolución ha quedado «tocada», aunque no aún del todo derrotada, pues la cohesión de la nueva clase no es total y el estatismo no ha mostrado aún su potencia unificadora totalitaria, que no alcanzará hasta la llegada de Stalin, que paradójicamente es el primero que dice que lo que se está haciendo en la URSS es construir el socialismo, porque para Stalin el socialismo no es más que un sistema económico de planificación central, válido para salir del subdesarrollo, pero que después se convierte en losa opresiva al entrar en contradicción con el mantenimiento de las categorías mercantiles (capitalismo de Estado) que deberían haberse suprimido para construir el socialismo como tránsito (¿necesario?) al comunismo. La imposición de la alianza cuadros estatales-cuadros empresariales sobre la clase obrera ha llevó a la reducción de la construcción socialista a un problema de acumulación económica. Con dos salidas según el tipo de intermediarios a los que se da predominio jerárquico (Rousset 1973): la alternativa técnica (Trotsky) y los intereses de la burocracia directamente política (Stalin). Azrael (ob. cit.) ratifica cómo Trotsky sólo encuentra apoyo en los «especialistas burgueses», mientras que los «directores rojos» mantienen su fidelidad a la burocracia política, al partido, a Stalin, a la alternativa estatista de la que forman parte. Stalin se hace con el poder –pese a que Lenin pidió en su testamento político que lo sucediera cualquiera menos él– porque el modelo inicial era ya estatista. Stalin representa el predominio de los que ya tienen el poder, de forma que su victoria es fácil. El estalinismo será el triunfo del estatismo, pero es al mismo tiempo la consecuencia del estatismo heredado. No se puede echar toda la culpa a Stalin. Trotsky es el real continuador de Lenin en su doble sentido electrificación-soviets, pero Stalin comprende mejor el mantenimiento de la lucha de clases aún después de la revolución, lucha en la cual el elemento central sigue siendo el partido. Su misma existencia, su ligazón de origen con la clase obrera, impiden una salida estrictamente técnica, el predominio de la lógica de la producción de mercancías y esto es lo que sabe captar Stalin. Aunque al mismo tiempo ello exige, si se quiere mantener el modelo adoptado, la destrucción del partido (en cuanto que obrero y revolucionario), destrucción que no puede ser obra más que del propio partido (en cuanto que burocrático y estatal), ya que el partido es la única fuerza realmente existente. Esta destrucción del partido por el propio partido es el mayor logro de la gran habilidad política de Stalin, y se consuma en los «procesos de Moscú». La victoria política de Stalin no es sólo natural sino que la hace posible el proceso de monolitización-burocratización del partido, cuya culminación es la apertura de sus puertas a raíz de la muerte de Lenin. En la llamada «leva Lenin», el número de miembros pasa de 386.000 en 1923 a 736.000 en 1924. Lo importante es que la mayoría de los miembros ha ingresado ya después de la revolución, no pertenecen al partido revolucionario, sino al que pasa a llamarse popularmente «partido del pan», es decir, de los privilegios. Voslenski (1980) recoge una máxima popular de la época: «Si quieres vivir sin perturbación, paga tu cotización». La vieja guardia revolucionaria es físicamente eliminada en los procesos de Moscú. El partido como tal está ya en otras manos, la de la burocracia, que Stalin representa. Y son los burócratas los que empiezan a hablar de socialismo, iniciando el doble lenguaje denunciado por Orwell (1951), precisamente cuando ha desaparecido ya toda posibilidad de alcanzarlo. La historia lo ha demostrado, reforzando así el objetivo de una sociedad libre e igualitaria y fraterna. Que sigue estando presente (una vez superado el engaño) en la vida y la lucha de lo queda de humano en nuestra especie. Bibliografía citada: Azrael, J.R. (1966): Managerial Power and Soviet Politic, Ed. Cambrige, Mas. Bettelheim, C. (1976): La lucha de clases en la URSS, Siglo XXI. Brinton, M. (1972): Los bolcheviques y el control obrero, Ruedo Ibérico. Broué, P. (1973): El Partido bolchevique, Ayuso. Castoriadis, C. (1976): La sociedad burocrática, Tusquets. —(1986): Ante la guerra: las realidades, Tusquets. Cohen, S. (1973): Bukharin and the bolchevik revolution, Knopinc. Ellenstein, J. (1977): El fenómeno estaliniano, Laia. García-Durán, R. (2000): Saber, sociedad tecnológica y clases, Hacer. Lenin, W.I. (1977): «Las tareas inmediatas del poder de los soviets» en Obras completas, Ed. Progreso. Marx, K. (1968): Crítica al Programa de Gota, R. Aguilera. Orwell, G. (1951): 1984, Kraft. Procacci, G. (1977): El Partido en la URSS, Laia. Rousset, D. (1973): La société eclatée, Grasset. Schapiro, L: Gobierno y administración en la Unión Soviética, Tau. Serge, V. (1971): L’an 1 de la revolution bolchevique, Maspero. Trostky, L. (1978): En defensa del marxismo, Ed. Fontamara. Voslenski, M. (1981): La Nomenklature, P. Belford.

Publicado en Polémica, n.º 85, julio 2005

Esta entrada fue publicada en Historia el por .

Acerca de Polémica

El primer número de la revista Polémica se publicó en 1980 en Barcelona. Polémica se define como libertaria, desde una posición abierta y sin reconocer verdades absolutas ni doctrinas oficiales. Entendiendo lo libertario más como búsqueda de respuestas que como afirmación de principios, procurado siempre compaginar la firmeza en las convicciones propias con el respeto a las ideas de los demás. Esto nos ha permitido contar con un amplio y variado abanico de colaboradores. Polémica procura siempre ser rigurosa, sin sacrificar la objetividad a la propaganda fácil, ni el análisis a la comodidad del tópico consabido. Polémica siempre ha estado estrechamente comprometida con la realidad político social y con las luchas por la libertad y por una sociedad justa y solidaria.

1 comentario en “El socialismo real nunca fue realmente socialismo

  1. António alvão Carvalho

    «Amigo Marx, tu queres sentá-los no cadeirão do poder, uma vez sentados, nunca mais de lá sairão – o socialismo sem liberdade é a ditadura e a brutalidade» (Bakunine) – Parecia que era bruxo!!!

    Responder

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s