Ángel J. CAPPELLETTI
«De todos los escritores rusos revolucionarios del siglo XIX, Herzen y Bakunin siguen siendo los más interesantes. Los separaban muchas diferencias de doctrina y de temperamento, pero, como uno solo, colocaban el ideal de la libertad en el centro mismo de su pensamiento y de su acción», dice lsaiah Berlin en Pensadores rusos, México, 1979, pág. 175.
Entre todos los hombres de letras rusos ninguno tuvo una tan estrecha y constante amistad con Bakunin como Aleksandr Herzen.
Nacido en 1812, había estudiado matemáticas y física en la Universidad de Moscú y se había graduado en 1833. Confinado en Viatka –Rusia septentrional– por sus opiniones liberales, expresadas ya en los claustros universitarios, compuso allí sus primeras obras (Memorias de un joven, entre otras), en las cuales se dejaba ver claramente la influencia del romanticismo occidental. Su amistad con Belinski, expulsado en 1832 de la universidad por haber compuesto un drama contra el régimen de la servidumbre, lo puso en contacto con algunas de las más avanzadas ideas sociales y políticas de su tiempo. Recuérdese que el mismo Belinski desempeñó Un papel fundamental en la evolución intelectual del joven Bakunin (Cfr. Carr, Bakunin, pág. 69 sgs.).
De nuevo confinado, en 1840, en Novgorod, desde entonces las preocupaciones políticas relegaron a un segundo plano a las propiamente literarias en Herzen. Las ciencias sociales y la filosofía como metodología de las mismas comenzaron a llenar su mente, y así dio a luz por entonces dos importantes trabajos sobre tales materias: El diletantismo en la ciencia, en 1843, y tres años más tarde, Cartas acerca del estudio de la naturaleza.
Al año siguiente publicó una novela de crítica social, novela militante y comprometida, como claramente lo da a entender la pregunta que le sirve de título: ¿Quién tiene la culpa? A propósito de la misma dice Luis Abollado: «No hablando ya de la sordidez de la existencia en la finca de un hacendado criminal y arbitrario, presenciamos el drama de un joven que, dotado de talento, cultura, laboriosidad y medios, pues Béltov procede de familia adinerada, degenera en uno de esos seres superfluos que tanto abundan en la literatura romántica, especialmente en la rusa. ¿Quién tiene la culpa?, pregunta el autor, para dar una respuesta concluyente: En la Rusia de Nicolás I se malogran todas las facultades y todos los anhelos generosos» (Literatura rusa moderna, Barcelona 1972, pág. 61-62).
Otra novela importante, publicada en el mismo año que la anterior, la tituló Herzen El doctor Krupov y pertenece también, como la anterior, al subgénero que podría denominarse de la novela crítico-social. Durante ese mismo año de 1847 Herzen se exilió en Europa occidental. Primero en París y después definitivamente en Londres, inició una prolongada e intensa actividad periodístico-literaria de carácter político. Desde 1850 hasta su muerte dirigió una revista bisemanal, denominada Kolokol (La Campana), que alcanzó amplia aunque clandestina circulación dentro de Rusia, y que, Según palabras de Lenin, «defendió a capa y espada la liberación de los, campesinos». Su obra autobiográfica Lo vivido y lo pensado constituye un modelo literario en el género de las memorias y, a la vez, un vivo e impresionante documento de su país y de su época.
En su obra Los ideales y la realidad en la literatura rusa dice Kropotkin, a propósito de Herzen, que éste era «un profundo pensador cuyas simpatías eran todas para la clase trabajadora, que conocía las formas de la evolución humana en toda su complejidad y que escribía en un estilo de incomparable belleza».
Herzen, que se había familiarizado ya desde sus años universitarios con los socialistas utópicos y especialmente con Saint-Simon, y sufrió también la influencia de los liberales rusos que criticaban ya, a comienzos del siglo XIX, la institución de la servidumbre (como Radischev, en su famoso Viaje de San Petersburgo a Moscú), era básicamente un demócrata. Ciertamente no se puede decir de él que tuviera simpatías por la revolución, pero a todas luces parece unilateral y dogmático el juicio de Lenin cuando dice que en su concepción de las comunidades agrarias «no hay ni un grano de socialismo». Herzen sentía una profunda admiración y cariño por el campesino ruso y por las instituciones que habían nacido del pueblo (no del Estado) ruso, como el «mir». De ahí que su ideal constituyera una especie de socialismo comunitario campesino modelado sobre el tradicional «mir», pero no muy alejado de las contemporáneas concepciones de Proudhon, ni enteramente diferente, por tanto, en lo esencial, al socialismo federalista del propio Bakunin, aun cuando, sobre todo hacia el final de su vida, Herzen contemplara la posibilidad de una intervención del Estado en el logro de tal ideal socialista. Cuando Bakunin, después de su rocambolesca fuga de Siberia, llegó a Londres el 27 de diciembre de 1861, se dirigió directamente a casa de Herzen. Hacía quince años que no se veían. Bakunin conservaba intactas sus convicciones, sus ilusiones, sus ímpetus; Herzen estaba abatido por los continuos éxitos de la reacción y sus esperanzas se habían reducido a un mínimo. »Vistos desde el ángulo político, era evidente que ya no pertenecían a la misma generación. Bakunin seguía manteniendo no ya sólo el espíritu, sino también las ideas y las opiniones de la frenética década del 40 al 50. Hubiérase dicho que él era un fantasma surgido del pasado, o como quien despertando de un largo letargo, reanuda el curso de la vida en el mismo punto en que se hallaba al quedarse dormido y cree que ha de encontrarlo todo en el mismo estado en que lo dejó» (Carr., op. cit., pág. 264).
Pero esto no era todo. A Bakunin, que tenía ya cincuenta años, le faltaba todavía dar un paso fundamental hacia la izquierda en su evolución ideológica y política; a Herzen, en cambio, le quedaba aún algunos pequeños pasos hacia la derecha. El uno tenía que transformarse en anarquista, superando los residuos de su paneslavismo; el otro debía confiar en reformas de tipo democrático. Contra lo que todo el mundo esperaba, una vez que se conoció la fuga de Bakunin y su llegada a Londres, éste no llegó nunca a integrar, junto con Herzen y Ogarev, un nuevo triunvirato revolucionario a la sombra del Kolokol.
En 1862, Herzen, «avanzando trabajosamente por el callejón sin salida de la reforma constitucional, se había convertido ya en una figura del pasado», mientras Bakunin, que no concebía el progreso si no llegaba por el camino de la revolución, se hallaba ahora en el carro de la nueva vanguardia», Herzen dudaba y no sabía qué camino tomar ante la clara separación planteada en Rusia entre los liberales moderados y los revolucionarios nihilistas. Para Bakunin no cabía vacilación alguna. «El dilema que mantenía a Herzen paralizado de terror no existía para Bakunin. Lo que él tenía de extremista Herzen lo tenía de moderado. Nada le resultaba tan odioso a Bakunin como las medias tintas y las posturas centristas. Una vez trazada la línea divisoria entre revolucionarios y moderados, no existían para él, en 1862, más dudas acerca del camino a seguir que las que tuvo en 1848» (Carr., op. cit., pág. 283).
Al año siguiente, el ardor apasionado de Bakunin llegó a arrastrar al reformista Herzen al campo de la revolución, al obligarlo a aceptar la representación en Europa occidental de la nueva sociedad secreta fundada en Rusia con el nombre de Tierra y Libertad (nombre, por cierto, tomado de un artículo de Ogarev publicado en Kolokol algún tiempo atrás).
Más tarde, consiguió también Bakunin que Herzen apoyara desde su revista la campaña libertadora de Polonia que él emprendió, lo cual le valió por cierto a Herzen la enemistad de muchos liberales y demócratas rusos que se sentían patriotas y consideraban como una traición a la patria el apoyo a los independentistas polacos. Esto afectó grandemente a Herzen y lo predispuso contra Bakunin. Cuando éste volvió de Suecia, se propuso arreglar cuentas definitivamente con él. Se encontraron en París. Bakunin ofreció excusas por su falta de prudencia; Herzen, algo sorprendido, las aceptó. Se despidieron en aparente armonía.
«Puede que Bakunin creyera que habían llegado a una sincera y completa reconciliación, pero Herzen no era hombre que perdonase y olvidase tan fácilmente. La carrera de Herzen estaba irremisiblemente rota, y sus innatas cualidades de sensatez y prudencia lo habían conducido a un extenso y árido páramo, mientras los torrentes de la reacción y de la revolución corrían, embravecidos, por cada uno de sus lados. La indomable temeridad y la eterna juventud de Bakunin le sostenían en la cresta de la ola, siempre avanzando. Herzen sabía que su bien ordenado talento estaba empequeñecido y oscurecido por la dominante e indisciplinada fuerza de su amigo. Veinticinco años atrás había anotado en su diario, debajo del nombre de Bakunin, este comentario: «Personalidad de poco valor», y ahora, una vez más, buscaba su consuelo recreándose en aquellos notorios defectos de Bakunin que tan fácil ocasión daban a sus enemigos para atacarle. Las relaciones entre los dos no podían ser otra vez lo íntimas que fueron en otros tiempos. En el subsiguiente trato con Bakunin, Herzen no pudo ya desprenderse del sentimiento de desprecio y de envidia, sólo a medias disimulado, que le inoculó la experiencia de los últimos dos años» (Carr., op. cit, pág. 325-326).
A pesar de todo, Bakunin siguió considerándose amigo de Herzen, y todavía varias veces le escribiría como tal y le solicitaría dinero.
Publicado en Polémica, n.º 11, marzo 1984