En 1889, el II Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) celebrado en París estableció el 1 de mayo como Día del Trabajo en conmemoración de las jornadas de lucha de los trabajadores de Chicago en 1886. En 1890, en muchos países, entre ellos España, se celebró el 1 de mayo. Esta es la convocatoria publicada con fecha 30 de abril. Hoy, cuando todas las conquistas ganadas a lo largo de estos 123 años, están en peligro, sus palabras traspasan la pura conmemoración para adquirir plena actualidad en las luchas de nuestros días.
A TODOS LOS TRABAJADORES DE AMBOS SEXOS
Trabajadores, compañeros:
Hemos llegado al límite del sufrimiento. El implacable capitalismo, apoderado de todos los medios de civilización, nos ha sumergido en un mar de miserias.
Todos cuantos elementos el progreso humano nos ha proporcionado, para mayor bienestar nuestro, en poder de los señores del dinero se hallan.
Industria, comercio, medios de comunicación, instrumentos de trabajo, la pequeña y la gran maquinaria, la escuela, el taller, la ciencia y el arte, todo se halla monopolizado por los dueños del oro.
Los padecimientos de Colón para dar un nuevo mundo a la humanidad, han servido para complacer y enriquecer a los traficantes, comerciantes y negreros.
Las fatigas de Fultón para proporcionarnos una nueva fuerza, la fuerza del vapor, se han convertido en medios de placer y de explotación para los ricos industriales.
Los martirios de Galileo y Giordano Bruno, las observaciones de Franklin y Newton, Morse y Edison, como los miles de descubrimientos, invenciones y perfecciones mecánicas, que hubieran hecho de nuestra tierra un paraíso, solo han servido para el goce de los privilegiados y de medio poderoso para embrutecernos.
¿Qué más? Hasta la sangre derramada por nuestros antepasados en holocausto de la libertad y de la justicia, ha sido utilizada para dominarnos y sujetarnos al potro de asquerosa servidumbre.
Todo cuanto ha hecho la abnegación, el trabajo, el amor a la humanidad, todo ha sido comprado, monopolizado, acaparado por el poseedor del oro, explotando nuestro vigor, nuestra ignorancia, nuestra humildad, hasta el punto de agotar nuestras fuerzas y perecer de hambre, en medio de una abundancia excesiva de productos y de medios regeneradores hasta lo infinito.
Tantos siglos de esclavitud, tanta barbarie sufrida, tanta humillación impuesta, que nos ha hecho seres despreciables, cosa explotable, deben tener fin.
Hasta ahora la religión obligábanos a doblar la cabeza, la patria nos impedía traspasar fronteras, la política nos enredaba en estériles luchas, la ignorancia nos dividía brutalmente.
Entre tanto la explotación aumentaba, la miseria acrecía, el malestar llegaba a la última potencia.
Por fin, los trabajadores hemos abierto los ojos a la luz, hemos contemplado con repugnancia el crimen social y nos hemos decidido a dejar de ser cosa para ser hombres libres.
Allá, en aquel mundo que descubrió Colón, refugio de los soldados de la libertad del viejo mundo, cuna de la libertad política y de la emancipación de los negros, en el Norte-América, en fin, presa, a pesar de tantos esfuerzos, de la usura capitalista, allá iniciaron una idea práctica de mejoramiento positivo de la clase oprimida, de los trabajadores, y sellada con la sangre de los mártires de Chicago, que ha sido acogida con febril entusiasmo por todos los esclavos del tanto por ciento que pueblan la tierra.
Esta magnifica idea es la JORNADA DE TRABAJO DE OCHO HORAS.
En el estado actual del mundo, que ningún trabajador puede asegurarse sí quiera el empleo de sus fuerzas productoras, lo que quiere decir que nadie tiene asegurado el pan de cada día, no hay otro remedio, por ahora, que la rebaja general de las horas de trabajo.
Las máquinas y la división del trabajo producen enormes cantidades de productos, y miles, millones de obreros no tienen colocación, arrojándonos todos a una competencia de esfuerzos delirante, a un miserable suicidio de todos, obteniendo la codiciosa burguesía la carne de explotación a cualquier precio, tratándonos como mercancía despreciable, sin valor alguno.
Así se levantan fábricas inmensas, palacios suntuosos, fortunas increíbles, y nosotros arrojamos nuestros hijos, nuestras mujeres, nuestros hermanos y nuestros padres a la voracidad del amo, para reunir entre todos un mísero mendrugo por toda alimentación, cobijarnos en chozas y pocilgas por toda vivienda y juntar unos harapos por todo vestido. Nada de escuelas, nada de higiene, nada de comodidades, esto serían derrochamientos inauditos. ¡A trabajar para el burgués, y nada más!
¡Pero, aunque tarde, todo tiene su límite, hasta el sufrimiento, Si no acaba con la muerte!
Hora es ya que levantemos nuestra cabeza y miremos frente a frente a nuestros explotadores y nos contemplemos nuestras miserias.
Hora es ya que se ponga freno a la codicia.
¿No oís, queridos hermanos de infortunio? Los proletarios de todas las naciones levantan el grito de emancipación que llena el espacio.
Nadie pregunta si el clamor viene de allende los mares, de Francia, Alemania o Inglaterra; sólo se percibe la voz del proletario indignado proclamando LA JORNADA DE LAS OCHO HORAS PARA EL 1.° DE MAYO DE 1890.
Trabajadores, hermanos nuestros, el problema de las ocho horas sólo puede ser factible planteándolo universalmente. En todas partes se prepara el movimiento para el 1 de Mayo próximo. Secundemos, pues, este movimiento si queremos mejorar nuestra triste situación.
Obreros todos: LA JORNADA DE LAS OCHO HORAS no es un ideal de un partido ni de una escuela; es la necesidad imperiosa de todos los esclavos del egoísmo humano. A lodos los que ganan el pan con el sudor de su rostro, a todos los asalariados interesa el triunfo de nuestra bandera. El que sea obrero, pues, que ocupe su puesto, si no quiere verse más pisoteado y humillado por la burguesía.
Proletarios: vienen momentos de prueba, de energía; la misma clase privilegiada os muestra su temor profundo; nosotros tenemos en nuestra defensa la Justicia; y no necesitamos para la victoria más que una cosa: QUERER.
¿Queréis, compañeros, el triunfo? Pues no necesitamos más que cruzarnos de brazos el día 1 de Mayo. Declararnos en huelga voluntaria, no ir al taller ni a la fábrica ese día, y no querer trabajar más si no es con la condición de trabajar SOLO OCHO HRAS.
Para esto no se necesitan ni convenios ni órdenes ni directores ni mandatos de ningún género. Basta no ir a trabajar.
Ya veis cuán pequeño es el esfuerzo para nosotros que holgamos por fuerza la mayor parte del año por falta de trabajo. En cambio las ventajas serán muchas. Con la rebaja de horas de trabajo a ocho, se ocuparán todos los brazos, la mercancía trabajadora será solicitada y mejor apreciada; y entonces comenzaremos a dignificarnos, lograremos que no se nos trate cual bestias inmundas, sino cual seres libres, dignos de toda consideración y respeto.
Nadie se ha opuesto hasta hoy a que la burguesía aumentara las horas de trabajo, mermara nuestros salarios y nos humillase inicuamente. Nadie puede, pues, tener razón para oponernos a nuestra voluntad de no querer trabajar más de ocho horas.
Y si contra nuestro derecho y nuestra justicia alguien nos violentase a sucumbir, ¡obreros¡ ¡cumplamos con nuestro deber!
Para el 1 de Mayo, pues, contamos que no acudiréis al trabajo, y lodos juntos enarbolaremos LA BANDERA DE LAS OCHO HORAS.
Si queréis ser libres y dignos, exclamad con nosotros:
¡Viva la jornada de trabajo de ocho horas!
¡Viva el 1 de Mayo de 1890!
Los Trabajadores asociados
España 20 Abril de 1890
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Protesta por la situación del proletariado. Estupendo, pero acepta como mal menor trabajar ocho horas para el patrón.
Eso no rompe el modelo capitalista, tan solo lo suaviza.
Acabar con la acumulación capitalista de todos los medios para la vida que ha llegado ya hasta acaparar las propias semillas.
Eso es lo que la humanidad debería hacer, impedir que unos pocos tengan sometidos a todos, y encima aceptar que estamos sometidos y suplicar que por favor solo ocho horas.
Saludos
Una humana que quiere hacer uso de su vida y su planeta sin estorbar y usando el derecho que la vida le ha conferido por el simple hecho de haber nacido. El planeta también es mio.