Antonina RODRIGO
Apenas sorprende a nadie el escaso interés, cuando no la indiferencia o el olvido, que suscita en las actuales generaciones el conocimiento de singulares personajes del pasado que, en razón de su actividad artística, e incluso de sus mismos orígenes, fueron románticos arquetipos y hasta mitificados ídolos del sentimiento y la sensibilidad populares.
Y no hay que cargar ese negativismo a la aparente frivolidad o materialismo de una juventud a la que se quiere mantener interesadamente en una indiferencia despersonalizadora. La ruptura, tantas veces comentada, del eslabón generacional entre las gentes que vivieron la guerra y quienes hoy rondan el cuarto de siglo, ha dificultado la normal transmisión, a través de los cauces naturales y espontáneos de la relación familiar, societaria o lúdica, conducentes a fomentar un espíritu de colaboración y emulación cooperadora. Bien cierto que hoy también existen héroes, ídolos y seres fabulosos, adobados con sofisticados y aniquiladores artilugios, y siempre impulsados por una rivalidad destructora, sin más motivación que la de afirmar una a veces pírrica superioridad.
Pero lo que nunca ha habido es el permanente acoso de los medios de comunicación. Una comunicación que no sirve a su fundamental misión de informar o distraer, sino a la agresiva tendencia de destruir el libre albedrío por la fabricada y estandarizada solución de todos los problemas materiales o intelectuales. No es, pues, extraño, que hoy las gentes conozcan cualquier detalle en torno a futbolistas o cantantes, y apenas tengan idea de los méritos de Juan Valera, Rosalía de Castro o Isaac Peral. Todo y siendo lamentable, no lo es tanto como cuando eso se produce a nivel oficial en algunas áreas de la Administración.
La figura de Margarita Xirgu, en la escena española, ocupó un lugar preeminente como actriz, dotada de una versatilidad y talento singulares, mantenidos por un permanente afán de superación, para trasladarlo a los plurales personajes que su arte ofrecía día tras día a los espectadores.
Margarita Xirgu nace en Molins de Rei, el 18 de julio de 1888. Con sus padres, Pedro y Josefa, se trasladan pocos años después a Gerona y Barcelona, por imperativos del trabajo, único y no siempre seguro medio de vida que los obreros podían apetecer en aquellos difíciles tiempos. Su padre, obrero metalúrgico, era uno de tantos ejemplos de trabajador autodidacta, que cifraban en la cultura el medio de alcanzar el progreso y la emancipación de su clase. En su casa, formaba tertulia con algunos compañeros, a los que Pedro Xirgu leía en voz alta pasajes de las obras de Zola, Tolstoi o Galdós, que daban motivo a reflexiones y comentarios. Estaba afiliado al Ateneo del Distrito V, en cuyo cuadro escénico participaba. A los ensayos llevaba consigo a su hija. La influencia de las costumbres que sometían a la mujer al trabajo alienante en la fábrica y el hogar, hacía que en los cuadros escénicos fuesen escasas las mujeres para interpretar papeles femeninos.
El debut artístico de Margarita se produjo de modo inesperado, sin haber cumplido los doce años, y cuando ya había tenido que abandonar la escuela para trabajar de aprendiza en un taller de pasamanería. El Cuadro del Ateneo, al repartir los papeles, se encontró con que no tenía intérprete para «la Curra», una criada del dramón del Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino. No podía aplazarse la representación, pues esas veladas promovían el encuentro de socios y simpatizantes, y algún dinero recogido entre los asistentes. Alguien sugirió al padre de Margarita:
—¿Y si ese papel lo hiciera tu hija…?
—Es muy pequeña —contestó el padre.
—Caracterizada, no se notará mucho… Además, la cuestión es salir del paso.
El padre se resistía, pero Margarita, que escuchaba atentamente, miró a su padre con desilusión. En su esmirriada figura, sólo sus grandes y negros ojos transmitían fuerza y voluntad.
Sorprendió su actuación. Y empezaron sus actuaciones en los Cuadros de Ateneos y Sociedades. No tardó en incorporarse al grupo juvenil de aficionados Gent Nova, que actuaba en Badalona. En 1904, uno de sus compañeros de afición era Joan Peiró, que sería más tarde destacado militante de la CNT y ministro de Industria en el Gobierno republicano en 1936. Comenzó para ella una época de duro sacrificio, entre su irresistible vocación teatral y las exigencias económicas del hogar. Estudiaba y memorizaba nuevos personajes y agotaba su frágil salud en constantes ensayos y representaciones que realzaban su personalidad entre aquellos románticos y primerizos alevines escénicos.
En aquellos tiempos, las actividades culturales y artísticas se desarrollaban muy activamente, no sólo entre los trabajadores y sus centros, sino también a otros niveles sociales; la diferencia estaba en que los unos habían de conseguirlo a cambio de grandes esfuerzos y sacrificios, y los otros rivalizaban en ofrecer a sus socios la actuación de profesionales o auténticas novedades, cuyo costo podían pagar. El Círculo de Propietarios de Gracia era una de esas entidades, que, como homenaje al escritor Emilio Zola había organizado un festival benéfico con la representación de su drama Teresa Raquin, vertido al catalán por los escritores Vallmitjana y Moragas. Habían contratado profesionales y aficionados que ensayaron la obra con gran interés. Pero unos días antes del estreno, una de las actrices enfermó gravemente, poniendo en riesgo la representación, que había despertado gran expectación y comprometido la reserva de localidades. No veían más solución que aplazar la velada. Por otro lado, estaba prevista la asistencia de personalidades. Uno de los socios, buen aficionado al teatro, ante la frustrante noticia, sugirió la idea «salvadora»: «Muy cerca de aquí, hay un teatro de aficionados, en el que todas las tardes de domingo trabaja una muchacha muy joven que promete. ¿Por qué no van a verla?» y fueron.
El teatrillo era una sala minúscula en la que no cabrían más allá de 80 personas. Sobre un reducido escenario estaban representando María del Carmen de Feliu y Codina. Los comisionados esperaron al final para hablar con la protagonista. Pasaron al «camerino», que no era otra cosa sino un cuartucho, con una vieja mesa y un macilento espejo, unos clavos a modo de perchas y un par de sillas desvencijadas como todo mobiliario. Le expusieron el problema, y le mostraron la obra. Margarita, impresionada por su extensión, exclamó: «Pero si esto es larguísimo. Gracias por haber pensado en mí, pero yo no soy más que una aficionada». Uno de ellos quiere animarla: «Estamos seguros de que lo hará muy bien». A pesar de la insistencia, ella vacila, siente un temor que la paraliza. No sabe qué contestar. El otro señor, más prosaico, piensa que las 20 pesetas ofrecidas por su actuación puedan parecerle poco, y le dice que le pagarán 25 pesetas si accede. ¡25 pesetas para ella, que ganaba un jornal de cuatro pesetas a la semana!… Sigue callada. Un pudor artístico la inmoviliza. Los visitantes insisten: «Piense que vendrá el cónsul francés»… La noticia aún le turba más; tanto, que pregunta a Moragas, si la obra es suya.
—¡Qué más quisiera yo! Sólo soy el traductor. Por favor, díganos cómo se llama para incluirla en los programas y las gacetillas de prensa…
—Margarita Xirgu —respondió con un hilillo de voz.
La velada fue un éxito. En el auditorio, aquella noche del 4 de octubre de 1906, abundaban los críticos y personalidades literarias. Las críticas fueron unánimes en sus comentarios. «Una joven, apenas conocida, la señorita Xirgu, se enfrentó a última hora con el difícil papel de la protagonista, actuando con un realismo y sentimiento extraordinarios. Aun es muy aventurado hablar de una actriz vista a través de una sola obra, pero eso no impide que creamos que puede llegar a ser una gran actriz, pues parece que tiene madera para ello…».
Margarita Xirgu sigue alternando su vida entre el trabajo y sus representaciones artísticas. El creciente aumento de sus actuaciones le exige una dedicación exclusiva, por lo que el 8 de diciembre del mismo año, firma su primer contrato como actriz de la compañía catalana del Teatro Romea, con un sueldo diario de ocho pesetas.
En 1907 muere su padre, al que apenas ha podido brindarle sus primeros éxitos de actriz profesional. Y la estereotipada estampa del actor forzado a fingir alegrías para que el público no perciba su personal desgracia, se hizo carne también en Margarita, que el mismo día del entierro de su padre, era requerida por el empresario para la representación de la obra en cartel, sin excusa alguna…
Alternando el teatro en catalán y castellano, la comedia, el vodevil, la comedia musical y, preferentemente, el drama, protagonizó cerca de doscientas obras de los más relevantes autores universales. Shakespeare, Giradoux, Camus, Bernard Shaw, Valle Inclán, Casona, Hauptmann, García Lorca, Calderón, Segarra, Guimerá, Benavente, Galdós, Oscar Wilde, Rusiñol, etc., fueron conocidos del gran público, no sólo peninsular, sino de otros continentes y culturas, por la firme voluntad, el arte y la emoción de esta excepcional intérprete. Una mujer que, en sus bodas de oro con el teatro, en 1956, respondía sobre la importancia de la juventud o la experiencia, en la carrera dramática, con estas palabras:
«La inexperiencia de la juventud es magnífica, por lo que en ella hay de pujanza, promesa y posibilidades. Es el futuro: lo que después será el brío, la esperanza. Por el contrario, la experiencia inhibe; con el sentido de responsabilidad, aumentan los temores, y eso cohíbe, especialmente en los estrenos. En cambio, la juventud actúa sin miedo, desenvuelta, audaz».
El amor llama a su corazón en la persona de Josep Arnall, un joven huérfano, cuyo tutor y familiares no aprueban el noviazgo, por lo que envían al muchacho a Lyon para intentar que la distancia ponga fin a sus relaciones. En ese mismo año de 1905, Margarita sufre una preocupante enfermedad que la obliga a observar frecuentes periodos de reposo.
Tras la muerte del padre, la Xirgu siente sobre sí el deber de atender al sustento familiar y a su resentida salud. Dejan la insana vivienda negada al sol, y en 1910, regresa su novio de Francia y se casan. Cimentada su personalidad artística, en 1912 es contratada para una temporada en Argentina, desde donde realiza algunas giras por otros países americanos de habla hispana. Con un amplio repertorio debuta en Madrid y otras ciudades españolas, alternando con nuevas giras americanas. La Xirgu cosecha fama y triunfos en cada representación. Empresarios y autores se disputan su concurso, pero su espíritu abierto y renovador la mueve a las más atrevidas experiencias artísticas, no siempre bien entendidas y acogidas.
En 1936, realiza su último viaje a América, debutando en La Habana, el 14 de febrero. Desde allí sigue con atención el proceso político-social de España, y conoce el asesinato de García Lorca, casi al mismo tiempo en que éste le anuncia su propósito de reunirse con ella en México. Y como protesta contra el crimen y homenaje al poeta, recorre las repúblicas americanas, representando sus obras, colocando grandes retratos del poeta a la puerta de los teatros. Al final de la representación pide un minuto de silencio en su memoria. El eco del rechazo y condena del régimen que perpetró u ordenó el crimen provoca una torpe campaña de difamación y desprestigio de la actriz, que no consigue sino aumentar el respeto y la admiración hacia su persona y su arte. Tras una grave enfermedad, muere su marido al poco de su llegada a La Habana. El agotador esfuerzo vuelve a quebrantar la salud de Margarita, y se retira del teatro. En 1941, se casa con Miguel Ortín, actor y administrador de su compañía. Se instalan en Chile y su casa es lugar de permanente visita y tertulia de intelectuales y compatriotas exiliados. Su compañero, que conoce el dinamismo y la pasión artística de Margarita, estimula sus deseos de volver a la escena. Funda la Escuela de Arte Dramático, con el concurso de otros profesionales exiliados llegados a Chile. La improvisada Escuela pronto adquiere gran relevancia y pasa a figurar como extensión cultural de la Universidad de Chile. El veterano actor Alberto Closas, refería así su encuentro con la actriz, cuando él apenas tenía 20 años, y acudió a su Escuela.
Lo primero que le dije, fue:
—Yo quiero ser actor.
—¿Cuánto aguantas sin comer? —me preguntó.
Yo, con desenvoltura, le contesté:
—Pues como un año y medio.
—Tú llegarás a primer actor —fue su respuesta.
En 1943, el Ministerio de Educación de Uruguay, le ofrece un contrato como directora del «SODRE», por una temporada. Para la presentación, elige Numancia, de Cervantes, adaptada por Alberti, con una puesta en escena sorprendente y más de 37 personajes y comparsas. Durante su dirección introdujo nuevas ideas, como la de entregar a cada espectador un ejemplar de la obra a representar, «para unir a la fiesta de la palabra y al recreo de los ojos, el goce de un texto vivificado por la interpretación».
En 1945 y 1947, nuevas giras por Argentina, Uruguay y Chile, con obras de Lorca principalmente. En 1949, en Buenos, Aires estrena El malentendido, de Camus, que despertó un gran interés, ensalzando la crítica la actuación de Margarita Xirgu, como actriz y directora, y la intervención de Isabel Pradas. Sin embargo, la crudeza del tema, determinó que la Municipalidad suspendiese su representación, pese a las protestas de las Sociedades Argentinas de Autores y Escritores. El propio Albert Camus, ante el hecho, anuló un ciclo de conferencias que debía pronunciar en Argentina, expresando su solidaridad a la Xirgu por el fracaso de sus anhelos y trabajos.
En 1949 se inaugura oficialmente en Montevideo, la Escuela de Arte Dramático, dirigida por Margarita Xirgu, con la presencia del Presidente de la República, José Batlle. Simultanea la Escuela con la Comedia Nacional, en cuyo teatro estrena obras de autores locales y otras, como Bodas de Sangre, La loca de Chaillot, etc., en las que, junto a ella, participaban los alumnos de la Escuela. Antes de retirarse de la escena, representa con gran éxito Macbeth, y todavía el 21 de abril, al frente de la Comedia Nacional, presenta en Buenos Aires La Celestina, que dio lugar a admirados comentarios, entre ellos el del Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias. En mayo, tuvo lugar un homenaje a Margarita Xirgu, organizado por la Agrupación de Intelectuales Demócratas Españoles, al que se sumaron la mayoría de entidades regionales españolas en Argentina. Alejandro Casona ofreció el homenaje, y Rafael Alberti y Claudio Sánchez-Albornoz dedicaron expresivos parlamentos a su labor.
El escritor Josep Pla cuenta que, paseando por Montevideo, se sorprendió ante el anuncio de la representación de El sueño de una noche de verano, por la Comedia Nacional, dirigida por Margarita Xirgu. «Allí acudí, y quedé deslumbrado por la naturaleza, la calidad de la obra y la maravillosa representación. Cuando la felicité, ella me dijo: «Fem el que podem». Y la define de este modo: «Es una mujer naturalísima, de una sencillez perfecta, sin rastro de afectación, ajena a todo lo que se presupone cuando se piensa en una actriz, y hablando pausadamente, sin vanidad alguna. Esta clase de personas son raras y apenas abundan».
Todavía en abril de 1957, viaja a México, invitada a representar Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba. Los tres meses previstos se prolongaron a cinco, y aún tuvo ocasión de presentar El Zoo de cristal, de Tennesse Williams.
Regresa a su retiro en Montevideo, y son constantes los requerimientos de los teatros nacionales de distintos países. También la televisión la persigue tenazmente, pero la actriz se muestra reacia, pues sus experiencias ante las cámaras cinematográficas no le habían dejado satisfecha. La tenacidad de Narciso Ibáñez Serrador, venció su resistencia, consiguiendo no sólo que interpretase La casa de Bernarda Alba sino también La dama del alba, con una ilusión y curiosidad incontenibles en una mujer de setenta años…
A punto de cumplir 75 años, y después de una delicada operación quirúrgica, pondrá en escena Yerma, en el teatro San Martín de Buenos Aires, dirigiendo a otra eminente actriz: María Casares.
Pensando en el destino de muchos actores viejos, solicita del Ayuntamiento de Maldonado, en Uruguay, un terreno para edificar «La casa del actor», y si fuese amplio, construir también un Teatro de Verano en pleno bosque. Bajo la condición de una edificación inmediata, fue concedido un terreno por noventa años, en el que se ofrecieron representaciones en el Teatro de Verano, para ayudar a obtener fondos para «La casa del actor».
En 1966, viaja a Northampton, cerca de Boston, para dirigir unas versiones en castellano e inglés en el Departamento Teatral de Massachussets. Dirige con entusiasmo los ensayos, pero la lluviosa y nevada primavera le obliga a ser internada unas semanas en el hospital del Colegio, sustituyéndola en su labor su marido Miguel Ortín.
A pesar de que su salud está muy quebrantada, todavía tiene voluntad para ofrecer recitales y conferencias, y atender a sus alumnos que acuden ilusionados a confiarle sus proyectos.
El 7 de abril de 1969, se interna en una clínica para ser examinada por varios especialistas. El diagnóstico no es esperanzador: regresar a casa, y esperar el progresivo deterioro que la condujese a un cercano final, o intentar la operación con el riesgo y la confianza de que saliera bien. Miguel y Margarita deciden afrontar la operación. El día 24 es intervenida, al atardecer, mostrándose los médicos satisfechos de la operación. Pasa la noche tranquila, pero al mediodía, hace su vida el último mutis.
El túmulo instalado en la Sociedad de Autores de Uruguay, estaba cubierto por la bandera catalana, y ante él desfilaron millares de admiradores y amigos. Recibió sepultura en el cementerio del Buceo, en un respetuoso silencio de cariño y admiración.
Y esta es la vida de una singular mujer del pueblo apenas conocida por las jóvenes generaciones y que quienes saben de su ejecutoria no parecen muy interesados en recordarla.
Publicado en Polémica, n.º 31, marzo 1988