Entrevista con Luis Andrés EDO
Luis Andrés Edo pertenece a una generación de anarquistas para los que la militancia era algo más que un quehacer a horas libres o ratos perdidos. En su tiempo la militancia era una apuesta que muy a menudo se pagaba a un alto precio. A él le costó muy caro. Después de una niñez en guerra, dedicó su juventud a la lucha clandestina, sufrió el silencio y la persecución, dio con sus huesos en la cárcel en más de una ocasión, y hasta fue expulsado («fusilado» como él acostumbraba a decir) de la organización a la que dedicó buena parte de su vida.
Por muchas razones Luis Andrés Edo fue uno de los personajes más controvertidos del movimiento libertario en las últimas décadas. Cosechó tantos amigos como enemigos y dejó indiferentes a muy pocos. Sobre él se han contado innumerables verdades y mentiras y se le ha acusado y defendido de casi todo. En esta entrevista aparecen algunas claves para saber quién fue Luis Andrés.
Realizamos esta entrevista en el verano de 2003, Luis Andrés murió el 14 de febrero de 2009.
¿Cuándo te incorporaste a la CNT?
Fue en el exilio, en 1947. En 1939, cuando aún no había cumplido los catorce años, entré de limpiador de máquinas en el depósito de máquinas eléctricas de la RENFE en Barcelona, un lugar muy simbólico para la CNT, porque de ahí salió el Sindicato Único Ferroviario. La empresa estaba dominada por la CNT. Fue entonces que tomé los primeros contactos, sin incorporarme formalmente.
¿Tenías algún antecedente en tu familia?
No. Yo soy hijo de un guardia civil, nací en el cuartel de la Guardia Civil de Caspe en 1925; cuando aún no tenía un año, mi familia se trasladó a Barcelona y aquí nacieron mis tres hermanos menores; de los ocho que éramos en total, tres ya están muertos, al igual que mis padres. Mi madre murió en el hospital y mi padre desapareció en 1939. Vivíamos en la casa-cuartel de la Travesera, con dos escuadrones de caballería del 19 Tercio, que llegó a tener un papel muy importante el 19 de julio de 1936. Estaba mandado por el entonces coronel Escobar.
¿Qué recuerdos tienes de los años de la guerra?
En Barcelona los niños teníamos nuestro propio hábitat llamado Can Comte, que iba renovándose de generación en generación, conforme fue ampliándose el Ensanche. Abarcaba desde la Plaza Joanic, al sur de Gracia, hasta la ladera del Carmelo. Aquello era una explanada donde lo único que había era el campo del Europa y el camp de l’Ampurdanesa. Allí, los niños de entre siete y doce años de los barrios cercanos nos juntábamos por centenares cada día después de la escuela. Nosotros, como hijos de guardia civil, íbamos a colegios de monjas o curas. Yo iba al Pare Claret, un colegio de comunión semanal. A partir del 21 de julio de 1936 y durante un par de semanas cambiamos nuestro hábitat por los campanarios de los conventos abandonados, que aún ardían. Nosotros ocupamos el campanario del Padre Claret y allí íbamos cada día. El juego consistía en que los primeros que llegaban al campanario no dejaban entrar a nadie más. Aquello duró hasta que se enteraron, claro, entonces nos volvimos otra vez a nuestro hábitat de siempre.
Por aquel entonces empezamos a oír que los transportes habían sido abandonados por los dueños, al igual que las fábricas; que los trabajadores estaban colectivizando las empresas y quisimos hacer lo mismo, ser útiles. ¿y qué hicimos? Empezamos a hacer huertos. Can Comte se convirtió en un gigantesco huerto de niños. Gracias a los consejos que nos daban los mayores y a la experiencia que tenían algunos chavales (en aquella época en los alrededores de Barcelona había muchos huertos), conseguirnos recoger tomates, lechugas y alguna otra cosa
¿Y la escuela…?
Al cabo de un par de meses, algo nos impidió seguir yendo a Can Comte. Por toda Barcelona apareció una consigna: «el primer d’octubre cap nen sense escola». Era el CENU, el Consell de l’escola Nova Unificada, cuyo primer presidente fue Joan Puig Elías, maestro racionalista de la CNT. Hubo dos cosas que me impresionaron de aquella experiencia En primer lugar, su carácter antiautoritario, durante las dos primeras semanas nos reuníamos con los profesores para discutir el comportamiento general, los horarios, las fiestas y demás. Cuando llegamos al tema de las sanciones por faltas graves, se decidió que se haría una asamblea semanal de todas las aulas en donde se plantearían estos problemas y se resolverían. Así, los profesores no podían sancionar, sino que tenían que venir a la asamblea con los niños para buscar soluciones entre todos. Lo que me impresionó más fue que aquello llegara a adquirir tanta fuerza que resistió a los hechos de mayo de 1937. En septiembre de 1938, con doce años, entré en la Escola d’Aprenentatge. Cada curso había que pasar tres meses aprendiendo diferentes oficios: paleta, mecánico, textil, etc. Cada curso se hacían tres o cuatro y, en séptimo curso había que escoger uno.
Y así llegamos al final de la guerra…
Antes de eso, en 1938, dejamos la casa-cuartel donde vivíamos y nos trasladamos toda la familia a la calle Girona, con mi cuñado, que era Guardia de Asalto. Mi padre desapareció el 24 de enero de 1939, dos días antes de que cayera Barcelona, desde entonces no hemos vuelto a saber de él. Estaba señalado por la Quinta Columna que actuaba dentro del cuartel y estoy convencido de que se lo cargaron ellos, porque hicimos alguna diligencia en Argelés y en otros campos de refugiados y preguntamos a amigos suyos y nunca encontramos rastro alguno.
Recuerdo la primera acción en la que participé: una huelga en la Escuela Industrial que no convocó la CNT sino el SEU (Sindicato Español Universitario) de la Falange. El SEU la desconvocó el mismo día por la noche, pero nosotros no hicimos caso y seguirnos. Esto ocurrió en 1944, aún no se había terminado la guerra mundial, pero ya había caído París y quedaba poco. En diciembre la Iglesia logró que las autoridades rechazaran una petición del SEU de un día de fiesta para celebrar Santa Lucía el mismo día que hacían fiesta las modistillas. A la Iglesia no le gustaba que ambas festividades coincidieran en un mismo día, debido al tono escandaloso que solían tener las relaciones entre estudiantes y modistillas. Como veis la huelga tenía un cierto aire de juerga. Pero a los talleres nos llegaron noticias de la huelga y decidimos acudir a la Escuela del Trabajo donde estudiábamos por la noche, allí nos encontramos con gente que venía de otras empresas y barrios de Barcelona, en total llegamos a ser cuatro o cinco mil estudiantes. Primero hubo cortes de tráfico y cosas así, pero nosotros decidimos hacer algo más. Nos dividimos en grupos de trescientos o cuatrocientos y yo me fui con el grupo que iba a la calle Urgel hasta la Plaza de Calvo Sotelo, que está tres o cuatro travesías más arriba. Allí terminaban los tranvías y nos dedicamos a inutilizar las máquinas. La huelga duró tres días.
Eran los años del hambre y yo, en plena pubertad, con trece o catorce años, lo pasaba muy mal. Entonces media España se volcaba hacia Valencia para conseguir comprar arroz. Pero estaba prohibido. Había una brigada de la policía, la Brigada de Abastos, para perseguir a los que llevaban comida, era peor que la Brigada Político-Social. Los compañeros montaron un sistema para transportar el arroz de Valencia a Barcelona en los bajos de los vagones de pasajeros. Nosotros lo recogíamos aquí y lo traíamos al depósito para repartirlo. No era gratis, tenías que pagar, claro, pero calmaba el hambre.
Más tarde decidiste marcharte de España.
Sí, porque ya había estado dos veces en la cárcel Modelo por cosas pequeñas, como robar un saco de patatas en un vagón. O sea, que lo tenía bastante difícil y, además, me había tocado hacer la mili en Figueres, así que deserté del Ejército y decidí marcharme a Francia. Llegué a Dijon a principios de 1948. Dijon era capital del Departamento y allí se estaba construyendo entonces la mayor transformadora de energía de Europa. Trabajaban unos cinco mil obreros de todas las especialidades. Allí estuve trabajando un año y pico; allí conecté con la organización y me afilié a la CNT y a las Juventudes Libertarias. Yo vivía en unos pabellones de material prefabricado que la empresa había construido para los empleados. Allí tuve acceso a una bibliografía apropiada y me apunté a los cursos de francés que daba Puig Elías a los refugiados.
¿Cuándo empieza tu actividad clandestina en España?
Estando en Dijon hice dos viajes clandestinos a España por mi cuenta, sin contar con la organización. En el primero, al pasar la frontera, me encontré con la policía que revisaba la documentación en el tren y me declaré desertor; de esa manera me libré de caer en manos de la Brigada Político Social y me llevaron al cuartel de Infantería de Alcántara, de Gerona. Allí pasé un mes, luego me llevaron al Castillo de Figueres y allí salí en libertad provisional, pero sin poder salir del Castillo.
El problema con el que nos enfrentábamos en el interior era la necesidad de parar definitivamente la sangría que sufríamos y que era inacabable, comité que se organizaba, comité que era desmantelado enseguida por la policía. Además, la vida orgánica generaba confusión, había momentos en que existían dos o tres comités nacionales que funcionaban independientemente, y grupos que se relacionaban entre ellos al margen de cualquier comité. La alternativa a esto pasaba por llegar a otro concepto de organización basado no en una estructura de comités, sino por grupos. A esa forma de organización yo le llamaba «opción de corriente».
¿Por qué crees tú que desde los años cincuenta no hubo una presencia libertaria en la resistencia popular contra el franquismo?
En 1949 se acabó prácticamente la acción armada, debido a la gran caída de compañeros que se produce en el mes de octubre, la mayor que ha sufrido el movimiento a lo largo de toda su historia. Subsisten grupos como el de Facerías y Quico y algún otro. Entre 1949 Y 1961 subsisten rescoldos orgánicos que intentan reconstruir la organización sin ningún éxito y a costa de un gran desgaste. Había que parar esto y buscar una alternativa que no fuera entregarse al enemigo como pretendía el cincopuntismo. Para mí la alternativa era continuar haciendo una labor clandestina pero sin estructuras orgánicas. En 1961 se intenta reemprender la lucha directa contra el régimen a partir del DI (Defensa Interior). Pero eso también fracasó porque, pese a ser un acuerdo orgánico adoptado en 1961 por la CNT, la FAl y las Juventudes Libertarias, en cuestión de unos pocos años, se fue al traste por tensiones internas. Sin embargo continuó funcionando el DI gracias a las Juventudes Libertarias, organización que por primera vez en su historia se había desmarcado de la influencia de la FAl.
A partir de 1963, cuando prácticamente había abandonado el trabajo en las Juventudes se plantea el problema de su ilegalización por el gobierno francés, debido a una requisitoria diplomática española que se produce como consecuencia de lo de Granados y Delgado. Detienen al Comité Peninsular de las Juventudes (el secretario era Salvador Gurucharri) y a algunos más y los meten en la cárcel seis meses junto con Cipriano Mera, Pascual Palacios y otros. Entonces se plantea reorganizar las Juventudes en Francia clandestinamente y yo acepto el cargo de secretario que ocupé durante dos años. Lo primero que hago como secretario es venir a España.
Luego, en el Congreso de Montpellier, estalla la crisis del cincopuntismo…
Sí. En 1965, antes del Congreso, me llegó una carta en la que no se habla aún de cincopuntismo, porque aún no se conocían bien los detalles, pero donde se criticaban algunas maniobras que se estaban realizando y que desembocaron en lo que hoy conocemos como cincopuntismo. Con la carta me fui para España junto a alguien de confianza con el fin de informar a los compañeros de lo que estaba ocurriendo. Pasamos por Asturias, Madrid, Zaragoza, Valencia y Barcelona. Contacté con Royano y con Lorenzo Íñigo, entre otros. Ellos eran quienes estaban detrás de toda aquella maniobra, pero me lo ocultaron. Nosotros, como Juventudes Libertarias, queríamos proponerles que acudieran al Congreso de Montpellier para que el grupo de Esgleas no tuviera la hegemonía de las delegaciones del interior, sino que hubiera delegaciones que no estuvieran en su línea. Royano se presentó en el Congreso con la intención de plantear la cuestión del cincopuntismo, pero luego llegó a un acuerdo con Esgleas para no tocar el tema.
¿Cómo reaccionó la organización al enterarse de la existencia del cincopuntismo?
Algunos como Ramonín fueron partidarios de dejar hacer y ver qué pasaba. Pero la mayoría se manifestó en contra. A mí, como fui el que llevé a Royano al Congreso, me colgaron el sanbenito de cincopuntista, cuando yo en realidad no sabía nada. A nosotros se nos acusó de tener contactos con el cincopuntismo cuando, en realidad, nuestros contactos eran con los grupos de CNT del interior en tanto que núcleos de la organización. Pero, en realidad, los del DI no sólo denunciarnos al cincopuntismo sino que actuamos contra él. En 1966 se llevó a cabo el secuestro en Roma del obispo Ussia con el objetivo de torpedear las maniobras del cincopuntismo. Un mes antes del secuestro organizamos una conferencia de prensa clandestina en Madrid. Se trataba del primer acto de ese tipo que hacíamos en el movimiento libertario, y lo hicimos nada menos que en el Café Gijón a la una del mediodía, que era cuando el café estaba menos concurrido porque todo el mundo estaba comiendo. Había unas doce o trece personas. Yo les pasé un documento que habíamos redactado entre Octavio Alberola y yo en el que denunciábamos lo que estaba ocurriendo con el cincopuntismo. A partir de ese momento, el asunto pasó a ser tema de primera plana de todos los periódicos que, en general, intentaron disimular el asunto negando que nadie estuviera negociando nada con la CNT. Eso provocó que Franco interviniera en el asunto y le diera carpetazo definitivo.
¿Qué recuerdos tienes de Quico Sabater?
Hay cosas de Quico Sabater que no saben ni los que han escrito sobre él. Han dado únicamente importancia al personaje en su dimensión de hombre de acción, pero Quico tenía un perfil político muy importante, tenía una gran inquietud por el tema estructural, orgánico de la CNT. Tenía una obsesión enorme con este terna. Un día, allá por el año 1959, lo encontré junto con Massana, Cerrada y Laborda en una reunión, pero no estaban conspirando como se podría pensar, estaban discutiendo sobre la reunificación de la CNT, tema que estaba en pleno auge en aquellos momentos.
Háblanos sobre tu experiencia en la cárcel.
Conocí la cárcel de muy joven, en 1946, cuando me encerraron por robar un saco de patatas de un tren. A los presos comunes les decía que yo, aunque «preso social», también era común, porque había robado para comer. Les hablaba también de Reyes, uno de las Juventudes Libertarias condenado a cuatro penas de muerte, y les decía que lo habían cogido por atraco, pero que no se quedaba con el botín, sino que lo entregaba a las familias de los presos. Yo tenía ese discurso, porque pensaba que lo primero que había que hacer era recuperar la moral. También les propuse, por ejemplo, que en lugar de robar a pequeños comerciantes, se dedicaran a los estancos que estaban en manos de gente de la Falange y donde, además de dinero, podían robar sellos, que podían ser vendidos en el mercado negro. En aquella época estuve encarcelado dos veces y cumplí tres meses en ambos casos. Años después, en 1966, volví a la cárcel. Me condenaron a nueve años, pero salí a los siete gracias al indulto por lo del caso Matesa. Me cogieron otra vez en 1974, en esta ocasión me cayeron cinco años de condena, pero al morir Franco me la rebajaron a dos años y salí antes incluso de la amnistía de 1977.
¿Cómo valoras el proceso de reconstrucción de la CNT en 1976 tras la dictadura?
Yo me situé en una posición que no tuvo relevancia en ese proceso, posición que compartía con mis antiguos compañeros del DI. Nosotros proponíamos una estructura a base de grupos, de contactos, de coordinación y de relaciones. Os hablo de Tomás Ibáñez, de Salcedo en Sevilla, de gente de Madrid, el yerno de Acracio Ruiz, nosotros los de Barcelona, algunos de los que van y vienen como Salvador Gurucharri y algún otro, como Octavio Alberola, que tampoco se llegó a integrar, estábamos desperdigados. Intentamos influir a través de hechos como, por ejemplo, las Jornadas Libertarias Internacionales o el mitin de Montjuic, donde estuvo presente nuestro discurso orgánico con Peirats –que no se saludó con Federica Montseny–, Piernavieja y otros. También nos volcamos en la huelga de Roca. Nuestro planteamiento consistía en mantener el equilibrio de las tendencias organizadas: la FAl y la tendencia llamada reformista. Demostramos nuestra incapacidad al no poder mantener ese equilibrio, no para siempre, pero sí durante unos años hasta ver cómo terminaba el proceso de Transición.
Una de las primeras crisis es la que se produce en el momento de la legalización de la CNT, entre quienes están a favor de hacer los trámites necesarios y quienes exigen el reconocimiento de la organización sin «pasar por la ventanilla».
Sí, quizá este es el primer enfrentamiento, pero el problema es que teníamos que evitar la ruptura, había que evitarla a toda costa. Ese no era un asunto que justificara una ruptura como tampoco lo era el de si había que participar o no en las elecciones sindicales. Pero la tensión siguió con la guerra contra los «paralelos». Nosotros denunciamos lo que estaba ocurriendo porque eso rompía el estatus. Lo que conseguimos fue que se nos intentó presionar por todos los medios. Incluso tenemos telegramas que nos negaron de grupos de la FAI amenazándonos de muerte.
En aquel momento tú fuiste partidario de posponer el V Congreso de la CNT hasta que se calmaran las aguas.
Sí, pero fue inútil. Cuando acabó el Congreso le dije a Enrique Marcos: «ves cómo tenía razón», pero él me contestó que, a fin de cuentas, aunque se hubiera aguantado un par de años más se hubiera acabado en lo mismo.
Con el V Congreso y con la ruptura empieza el declive de la CNT sin que ninguna de las ramas escindidas logre recuperar el espacio perdido.
Sí. Y lo peor es que la inmensa mayoría de gente que se va son amigos míos –por ejemplo toda la tendencia del Frente Libertario–, y yo me quedo en una situación muy desagradable porque me acusan de federiquista o esgleista y no entienden que, por encima del federiquismo o el esgleismo, está el problema de la estructura, que es lo primero. Después, la historia dejó demostrado que ni federiquismo ni nada, que lo que yo sigo defendiendo, una estructura de corriente, es un planteamiento válido y la prueba es que este movimiento nuevo que está surgiendo –el movimiento contra la globalización–, ha adoptado esa estructura.
Recientemente tú has cuestionado la validez del sindicalismo en la actualidad, lo que equivale a cuestionar el anarcosindicalismo.
El anarcosindicalismo sigue siendo válido, porque, tal como yo lo entiendo, no se centra en hacer sólo sindicalismo. Considero que la CNT es una organización anarquista y que su forma de relacionarse si no es absolutamente anarquista sí que tiene tendencia a serlo. Hasta el punto de que la forma de tomar decisiones no se basa sólo en la ley de mayorías, sino en el libre acuerdo. Pero sobre el sindicalismo hay que tener en cuenta el cambio de estructura de poder capitalista en el mundo y que toda opción organizativa implica una contradicción enorme para nosotros, en tanto que implica una reproducción de poder, tanto da que sean partidos como sindicatos. Ante ese peligro la CNT siempre ha estado prevenida, pero la historia ha demostrado que sus prevenciones no han sido suficientes. Ejemplo de esto es lo ocurrido hace unos años con la expulsión de doscientos o trescientos compañeros de la CNT de Cataluña (llevados al paredón, podríamos decir). Fue un acto autoritario y ha habido muchos otros y los sigue habiendo. La CNT, a pesar de la buena voluntad que pueda tener todo el mundo, no es capaz de parar esta dinámica.
Háblanos de ese cambio en la estructura de poder y de qué modo afecta al sindicalismo.
En la década de los años veinte se produce un cambio en la estructura de poder capitalista, fruto de una larga negociación entre las altas finanzas, las iglesias, los grandes propietarios, los servicios anglo-norteamericanos. La consecuencia de estas negociaciones fue un nuevo reparto de poder a escala mundial y la creación de un marco de discusión en donde los participantes de esta alianza se reúnen periódicamente para analizar los acontecimientos e influir sobre ellos. Desde finales de la década de los veinte no ha habido ningún gobernante norteamericano ni británico que no sea miembro de esa entidad. La Segunda Guerra Mundial la organizaron ellos parque les interesaba y el primer acto de alcance mundial fue el Crack del 29 que se provoca con la intención de hundir las finanzas internacionales y así dar paso a la creación de un gran banco mundial que se funda en Suiza y que luego financiará al partido nazi para que llegue al poder. Más tarde, Roosvelt creará la Comisión de los Cien Sabios con los que prepara el montaje de Pearl Harbour para entrar en la guerra. Como consecuencia de todo ello, la actuación sindical desaparece durante más de una década y no resurge hasta 1961 en que las grandes estructuras sindicales se integran en esta nueva estructura de poder y participan de su estrategia. Los sindicatos están perdidos y las cúpulas están al servicio del poder, son parte del poder.
¿Qué opinas del movimiento antiglobalización?
Actualmente el movimiento antiglobalización se está descarriando, pero en su origen este movimiento se constituyó en una estructura de corriente, similar a la que yo había planteado en 1968 para la CNT. Ahora se está perdiendo debido a ciertas fuerzas que intentan instrumentalizar el movimiento. La única solución sería crear a través de núcleos nuevos una entente, dejar fuera todo lo que hemos estado haciendo y generar una dinámica de conjunto con un discurso y fomentar la alternativa de corriente, estructuralmente hablando. Pero todos juntos, a la vez, en un centro donde no hubiera ni ATTAC ni las que están con la violencia o contra la violencia o los que están en la CGT o la CNT o en el movimiento Libertario y demás. Yo creo que podemos jugar esta baza pero antes tenemos que entendemos entre nosotros. Ese es el discurso que los anarquistas deberíamos desarrollar, empezando por lo estructural (sin disolver la CNT).
Desde 1920 la izquierda mundial ha sido incapaz de dar una respuesta al cambio de la estructura de poder capitalista, sólo los anarquistas podrían ofrecer una alternativa a la estructura fundamental de la izquierda que impida que cualquier estructura organizativa –partidista o sindical–, reproduzca el poder. Hay que hacer una plataforma que no reproduzca el poder y eso sólo puede salir del anarquismo.
¿Crees que en el movimiento antiglobalización se reproducirá el poder?
Ya está reproducido. Hubo mil quinientos parlamentarios en Porto Alegre.
Publicado en Polémica, n.º 80, diciembre 2003