Víctor ALBA
Nadie sabe lo que hubiera sido del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) sin la guerra civil. Tal vez habría llegado a ser un partido considerable; tal vez se hubiese quedado en un partido minoritario. Fue la guerra civil y la persecución de que le hicieron objeto los comunistas lo que dio al POUM un lugar en la historia de la guerra y del movimiento obrero español y mundial.
Creo que hay que poner en el haber del POUM tres cosas. Una fue el haber denunciado los crímenes de Stalin –en especial los procesos de Moscú–, cuando muchos, que estaban enterados, callaban chantajeados por el cliché de «no hacer el juego a Hitler». Otra fue, como la CNT y unos pocos socialistas, haber defendido la posición de que la guerra sólo podía ganarse si se continuaba la revolución iniciada espontáneamente en julio de 1936. Finalmente, el haber institucionalizado una serie de hechos consumados, creando así una nueva legalidad revolucionaria (fue, en efecto, cuando Andreu Nin era Consejero de Justicia de la Generalitat que se legalizó la mayoría de edad a los 18 años, el aborto, el matrimonio y la separación en el frente, los tribunales populares, y que se extendieron las colectivizaciones a todas las empresas de más de 100 obreros y se establecieron comités obreros de control en las demás, esto último, evidentemente en colaboración con los consejeros de la CNT).
En octubre de 1938, cuando ya se veía perdida para la República la guerra civil española, tuvo lugar en el local del Tribunal Especial de Espionaje y Alta Traición, la vista de la causa seguida contra los miembros del Comité Ejecutivo del POUM.
El Tribunal había sido creado en junio de 1937 por el gobierno presidido por Juan Negrín, que su propia propaganda llamaba «gobierno de la victoria» y que condujo a la pérdida de la guerra.
Este gobierno sucedió al que presidiera el dirigente socialista Francisco Largo Caballero, que dimitió en junio de 1937 porque se negó a acceder a la exigencia de sus dos ministros comunistas de disolver el POUM. Los comunistas achacaban al POUM, sabiendo que era falso, el haber provocado las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona, cuando los obreros de la capital catalana se alzaron contra las constantes intromisiones de los comunistas en su actividad revolucionaria. En esta lucha se encontraron juntos los trabajadores de la CNT, organización mayoritaria del proletariado catalán, y los militantes del POUM. Pero como la CNT era demasiado fuerte, los comunistas hicieron servir al POUM de chivo expiatorio.
Sin embargo, la campaña comunista contra el POUM tenía otros motivos. El POUM se había fundado a finales de 1935, por la fusión del Bloque Obrero y Campesino dirigido por Joaquín Maurín, y la Izquierda Comunista, dirigida por Andreu Nin. Ambas organizaciones eran marxistas y antiestalinistas.
Maurín había sido la figura más destacada del comunismo español y catalán, después de haber sido dirigente de la CNT. En 1928, se separó del Partido Comunista oficial, por negarse a aceptar el colonialismo ideológico de Moscú y unió sus escasas fuerzas con las de un pequeño Partit Comunista Català, creado por Jordi Arquer y otros fuera de la disciplina de la Tercera Internacional. Los comunistas, naturalmente, acusaron a Maurín de ser un instrumento de la burguesía, pero esto no impidió el rápido crecimiento del Bloque Obrero y Campesino.
Nin, después de ser catalanista, socialista y anarcosindicalista, se hizo comunista cuando la CNT, de cuyo Comité Nacional era secretario, lo mandó a Moscú en 1921. Trabajó unos años en la Profintern (Internacional Sindical Roja) y finalmente fue expulsado de la URSS por Stalin cuando tomó partido al lado de Trotsky en la lucha por la sucesión de Lenin. En Barcelona, adonde regresó en 1930, Nin organizó la Oposición Comunista, que pasó a llamarse Izquierda Comunista cuando, en 1933, rompió con Trostky, con cuyos cambios de orientación y dogmatismo no estaba de acuerdo.
Las obras de Maurín y Nin fueron hasta 1939, los únicos libros realmente marxistas escritos en España. La Batalla, órgano del Bloque Obrero y Campesino y luego del POUM y la revista Nueva Era, constituyeron el alimento marxista único en el país en los años que precedieron a la República, en el curso de ésta y en la guerra civil.
Moscú no perdonaba a Maurín y Nin el haber creado un movimiento marxista más poderoso, más honrado ideológicamente, más independiente y más influyente intelectualmente, que sus sucursales en España, los partidos comunistas de España y Cataluña.
Cuando estalló la guerra civil, Maurín se encontraba de propaganda en Galicia, donde estuvo oculto. Detenido al ir a pasar clandestinamente la frontera con Francia, fue reconocido y encarcelado. Influencias familiares le salvaron la vida, pero estuvo en la cárcel largos años. Finalmente, se le permitió salir del país y murió en 1973.
El POUM se encontró, pues, en la guerra civil, bajo la dirección de Nin y de un equipo de viejos dirigentes del Bloque. Sostuvo la posición de que para ganar la guerra era preciso hacer la revolución. Los trabajadores de Cataluña y en menor grado el resto de la zona republicana, no habían esperado órdenes de partidos y sindicatos para adoptar medidas revolucionarias: incautación y autogestión de empresas, colectivización de explotaciones agrícolas, clausura de iglesias, disolución del ejército, ensanchamiento de la autonomía de Cataluña… La CNT y la izquierda socialista veían la situación en líneas generales, de ese mismo modo.
En cambio, los republicanos y los comunistas (en cuyo partido se refugiaron los elementos de derechas), afirmaban que primero había que ganar la guerra, que no tenía carácter revolucionario, sino que se proponía únicamente defender la República. Como los gobiernos de las democracias capitalistas no vendieron armas a la República, ésta tuvo que confiar en las armas que le proporcionaron México y la URSS. Esta última no sólo las cobró en oro (exigiendo que las reservas del Banco de España fueran trasladadas a Moscú), sino que sólo las entregó en la cantidad precisa para seguir la lucha, pero jamás en número suficiente para vencer.
Los comunistas, valiéndose del «chantaje» de las armas, trataron de limitar las conquistas revolucionarias y, finalmente, como se indicó, obligaron a dimitir a Largo Caballero y lo sustituyeron por el «socialista» Negrín, que se avino a seguir sus órdenes en política y a perseguir al POUM (a la vez que minaba la fuerza de la CNT y de Cataluña). La causa de la política comunista era, evidentemente, el deseo de la URSS de no alarmar con una revolución en España a sus aliados del momento, Inglaterra y Francia. El POUM, que explicaba claramente esto y que denunciaba el verdadero carácter de los procesos de Moscú contra los viejos bolcheviques (veinte años antes de que Kruschev lo hiciera en su informe secreto al XX Congreso del Partido Comunista soviético), desenmascaraba los verdaderos motivos comunistas. Además, a Moscú le convenía mostrar que la «traición» de los viejos bolcheviques no era un fenómeno ruso, sino que ocurría en cualquier parte donde se criticaba la dirección de Stalin. Por tanto, un proceso contra el POUM podía servir a Moscú para probar esta tesis. Negrín se avino a ser el instrumento de la persecución.
Ya en diciembre de 1936 la Pravda de Moscú había advertido que «los trostkystas catalanes serán eliminados con la misma eficacia que los rusos» (porque los comunistas llamaban trotskystas a cualquiera que no aceptara su línea aunque, como en el caso del POUM, éste criticaba igualmente la línea de Trotsky). José Díaz, La Pasionaria y otros dirigentes comunistas pidieron el pelotón de ejecución para los poumistas. En junio de 1937, elementos comunistas de la policía detuvieron a Nin y demás miembros del Comité Ejecutivo del POUM, así como a numerosos militantes de ese partido –varios de los cuales fueron asesinados–. Nin desapareció. Ni las investigaciones del gobierno ni las delegaciones obreras internacionales lograron averiguar su paradero. Pero todo indica, hoy, que se le torturó. Como se negaba a firmar una confesión de imaginarias «traiciones», las torturas aumentaron al punto de que Nin murió. Entonces, los comunistas inventaron una novela: que había sido raptado por agentes de la Gestapo nazi. Calumniar además de asesinar era la táctica de Stalin.
Durante más de un año, el POUM, lanzado a la clandestinidad, reclamó que se hiciera luz sobre el caso de Nin, acusó a Negrín de preparar la derrota y defendió a sus militantes perseguidos, con ayuda de organizaciones revolucionarias internacionales. Cuando por fin se inició la vista de la causa contra el POUM el gobierno Negrín había perdido ya la batalla del Ebro, impuesta por los consejeros militares soviéticos, so pena de suprimir los insuficientes envíos de armas, porque a Moscú le convenía, en aquel momento, demostrar a Hitler que no tenía ambiciones en Europa, pues ya habían comenzado los sondeos para llegar a lo que fue el pacto nazi-soviético de 1939. La terminación de la guerra de España con la victoria del fascismo era el precio que Stalin pagaba para que Hitler escuchara sus propuestas.
Los acusados, al comparecer ante el Tribunal, dejaron entre ellos una silla vacía, en la cual colocaron un retrato de Nin y al pie del mismo un ramo de rosas rojas. Nin era el acusado cuya ausencia lo convertía en acusador. El fiscal no logró probar ninguna de las acusaciones. Pero los testigos de los acusados y éstos mismos, en sus declaraciones, demostraron que no sólo habían sido revolucionarios desde la juventud, sino que se les procesaba justamente por serlo.
El tribunal no pudo reconocer otra cosa
El POUM siguió funcionando una vez disuelto por el gobierno de Negrín. Publicó prensa clandestina y sus militantes continuaron luchando en los frentes –especialmente en unidades de la CNT–. En cierto modo, la vieja rivalidad entre autoritarios y antiautoritarios se desvaneció, al calor de esta colaboración en la persecución, que continuó en la resistencia en Francia (donde los comunistas aprovecharon la liberación para asesinar a cenetistas y poumistas por un igual), y en la resistencia en el interior, donde el POUM formó parte de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y donde fue, con la CNT, entre los primeros a organizarse en la clandestinidad antifranquista.
Se dividió en el exilio. Un grupo escindido formó el Moviment Socialista de Catalunya del que salió el actual PSC, pero sin los fundadores del Moviment (Pallach), que consideraban que no podía haber ninguna alianza con los comunistas.
Dos cosas merecen destacarse de la experiencia poumista en la guerra civil: una es que las colectivizaciones catalanas no pueden tomarse como modelo para otros países y en otras circunstancias. Fueron producto de más de medio siglo de educación obrera, ateneos libertarios y ateneos obreros, escuelas racionalistas y propaganda. Sin esta formación previa de una parte considerable de la clase obrera, las colectivizaciones son simples trucos para hacer creer a los trabajadores que ellos mandan cuando, en realidad, lo hacen los burócratas que se arrogan su representación, o pueden convertirse en una especie de «capitalismo sindical».
La otra experiencia es que la guerra no la perdieron los revolucionarios, sino los comunistas y sus aliados. En efecto, mientras quienes creían que guerra y revolución eran inseparables ejercieron influencia, se venció en muchos puntos a los fascistas, se contuvo su ofensiva en Aragón, se estabilizaron los frentes, se salvó Madrid, se ganó la batalla de Guadalajara y se perdió Málaga. Fue en esos diez meses que se despertó la gran oleada de simpatía por la revolución española. En los 23 meses siguientes, cuando mandaban de modo absoluto los que afirmaban que para ganar la guerra había que aplastar primero la revolución, se perdieron sucesivamente el Norte, Teruel, Belchite, el Ebro, Cataluña y la guerra. Quienes perdieron la guerra, pues, no fueron aquellos desplazados de la dirección de la misma, sino quienes se apoderaron de esta dirección gracias a la ayuda soviética, aplastaron la revolución y asesinaron a revolucionarios. La guerra la perdieron los comunistas y sus aliados, pero esta pérdida la pagamos todos.
Publicado en Polémica, n.º 22-25, julio de 1986
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Esto se ve en la pelicula TIERRA Y LIBERTAD del director britanico Ken Loach.