La cruzada del PP contra el escrache. A falta de ETA, buena es la PAH.

Álvaro MILLÁN

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González Pons. El nuevo mártir del PP

El Partido Popular alcanzó su máxima popularidad a mediados de los años noventa. Esta corriente de simpatía se debió, además de a su comportamiento moderado –forzado por su debilidad parlamentaria que le imponía acuerdos y pactos con otras fuerzas políticas–, a la campaña de atentados de la ETA contra concejales del partido en el País Vasco, que alcanzó su cénit con la muerte de Miguel Ángel Blanco en julio de 1997.

Aquellos eran sin duda buenos tiempos para el PP, no para sus concejales vascos, pero sí para los dirigentes del partido, que estaban tranquilamente en Madrid, alejados del peligro, protegidos por la seguridad del Estado y presumiendo del heroísmo de otros. Los tiempos han cambiado: el PP –y su gobierno– es el blanco de la ira popular por la situación que vive el país. La popularidad de Rajoy está por los suelos. El 90% de la población desconfía de él según las encuestas, Barcenas –el repartidor de sobres– le cerca, le enviste y hasta le chulea y se jacta de ello. Y en esta situación tan lamentable en que cada día parece peor que el anterior y mejor que el próximo, el Partido Popular no tienen una mala ETA que llevarse a la boca. Con lo bien que le vendría ahora aprovechar el lamento social por un concejal muerto y llamar a la «unidad de todos en contra del terrorismo».

Por ello no resulta extraño que, en la actuación de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), persiguiendo a los diputados del PP –después de que Rajoy anunciara que van a votar en contra el la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que la PAH logró llevar al Congreso con el apoyo de 1.500.000 de firmas–, la derecha haya visto la posibilidad de reeditar sus viejos éxitos de los noventa, presentándose ellos como víctimas de un acoso casi terrorista y estigmatizando a los activistas de la PAH como violentos radicales de una nueva seudoETA renacida. Que la PAH no sea una organización clandestina, que no tengan armas y que, en lugar de ejercer la violencia, soporten pacíficamente la que ejerce sobre ellos la policía cuando intentan parar un desahucio, no es cosa que pueda desanimar a quienes nos garantizaron que en Irak había armas de destrucción masiva.

De paso, con una PAH convertida en una nueva batasuna, quizá podría el PP convencernos de que ceder a sus reivindicaciones sería «ceder al chantaje de la violencia»; en fin, que no es que la Banca no quiera, es que no se puede.

Portada del ABC

Portada del ABC

La caverna mediática no ha tardado nada en estrenar esta nueva película. No es raro, ya tenían el guión escrito. De un lado aparecen los buenos: diputados del PP perseguidos y acosados. Del otro lado, los malos: gentes vociferantes y maleducadas que no se sabe por qué se creen con derecho a levantarle la voz nada menos que a un «representante del pueblo». Y en medio, para proporcionar la necesaria tensión dramática a la escena, están los vecinos de los diputados, atemorizados de ver gentuza tan deplorable en sus elegantes barrios y, ¿cómo no?, los niños, los hijos de esos diputados, pobres criaturas aterrorizadas por vándalos que no se detienen ante nada. Y todo para manipular el procedimiento democrático, torciendo la voluntad de los diputados y la del Parlamento para imponer la aprobación de una Ley. Todo un intento de «atentado contra la Democracia», absurdo por otra parte, porque todos sabemos que la voluntad de los diputados la determinan las cúpulas de los partidos y que la voluntad del Parlamento sólo la tuerce la Banca, que no necesita perseguir a ningún diputado por la calle porque le basta con hacer un par de llamadas telefónicas.

Y, así, con esta basura propagandística, pretenden enterrar el drama de miles de familias desahuciadas o amenazadas de desahucio, que son maltratadas de forma sistemática y cotidiana para mayor beneficio de la Banca.

A esta campaña miserable se une buena parte de la llamada «opinión progresista», que si bien no cae en los ridículos excesos de la caverna, se dedica a aconsejar «que no se caiga en excesos». Y probablemente alguien se haya sentido tentado a aceptar estos argumentos. Puede que incluso alguien haya llegado a pensar que esta práctica del escrache proporciona argumentos al PP y al gobierno y debilita la causa de la PAH. Pero el problema de fondo no es el escrache y sus ventajas e inconvenientes, la cuestión es si los movimientos sociales, por miedo a que los estigmaticen, deben renunciar a sus métodos de lucha; lo que hay que preguntarse es si se puede permanecer indefinidamente instalados en la simple protesta. ¿Qué tendrá que hacer la PAH cuando el PP tire a la basura su propuesta de Ley? ¿Seguir recogiendo firmas para proponer otra Ley que tendrá inevitablemente el mismo destino? El Sistema funciona porque ha convencido a una mayoría social de que sus derechos democráticos se reducen a votar cada cuatro años; entre voto y voto pueden protestar, pero ordenadamente; es decir, sin molestar a quienes gobiernan, que seguirán haciendo lo que les dé la gana. En algún momento habrá que romper este esquema haciendo que la protesta desborde los cauces del sistema, habrá que lograr que los que mandan no puedan seguir desoyendo la protesta y, en definitiva, habrá que dejar de gritar por lo que no nos gusta e imponer lo que queremos. De lo contrario, serán muchos los que llegarán a la conclusión de que protestar no sirve de nada y dejarán de hacerlo.

El método del escrache que plantea la PAH no es el primer caso en que se desbordan cauces establecidos; ocupaciones de centros oficiales, expropiaciones en supermercados y otros hechos ya han ocurrido y también suscitaron campañas de criminalización como esta de ahora. No importa, cualquier forma de lucha será siempre criminalizada por el Poder y sus medios de propaganda, en cada caso variarán los argumentos, pero el objetivo siempre será el mismo: atemorizar a los ciudadanos y lograr que se resignen. Que nadie se engañe, lo que ahora se plantea es una batalla entre quienes quieren avanzar en la desobediencia civil para cambiar radicalmente las cosas, y los que pretenden que la protesta sirva simplemente de válvula de escape que alivie la cólera de los ciudadanos para evitar que explote a olla.

¡¡¡Adelante, pues, con el escrache!!!

Entrevista a Ada Colau

Ada Colau y los criminales de la Banca

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El primer número de la revista Polémica se publicó en 1980 en Barcelona. Polémica se define como libertaria, desde una posición abierta y sin reconocer verdades absolutas ni doctrinas oficiales. Entendiendo lo libertario más como búsqueda de respuestas que como afirmación de principios, procurado siempre compaginar la firmeza en las convicciones propias con el respeto a las ideas de los demás. Esto nos ha permitido contar con un amplio y variado abanico de colaboradores. Polémica procura siempre ser rigurosa, sin sacrificar la objetividad a la propaganda fácil, ni el análisis a la comodidad del tópico consabido. Polémica siempre ha estado estrechamente comprometida con la realidad político social y con las luchas por la libertad y por una sociedad justa y solidaria.

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