Antonio TELLEZ
«En la Puebla del Brollón (Lugo) y por fuerzas de la Guardia Civil de aquella Comandancia, en unión de otras del sector de Ponferrada (León), fueron atacados y cercados los componentes de una partida de bandoleros, que se vieron obligados a refugiarse en dos casas. Como consecuencia de la dura acción sostenida, resultó totalmente liquidada la partida, a la que se hicieron seis muertos y un herido, que fue capturado, recogiéndose abundantes armas y municiones. Entre los muertos figuran, como más significados, Evaristo González Pérez (a) Roces, jefe de la partida, y Guillermo Morán García, bandoleros ávidos de negra historia por los crímenes y saqueos cometidos en la comarca. Las fuerzas de la Guardia Civil tuvieron que lamentar un herido grave y otro leve» (noticia aparecida en el diario La Región de Orense el sábado 23 de abril de 1949).
El guerrillero gallego Mario Rodríguez Losada (O Pinche), fue compañero de lucha de Roces y de los componentes de su partida, antes de que ésta se constituyera como tal, y de viva voz nos relató cómo fue exterminada, versión que, por cierto, difiere bastante de la que da Hartmut Heine en su libro A guerrilla antifranquista en Galicia. El testimonio de Mario lo presentamos aquí como un episodio más a integrar a la sangrienta historia de la lucha armada contra el franquismo.
La partida de Evaristo González Pérez (O Roces) paraba en dos casas situadas a unos 500 m de Chavaga, pero pertenecientes al pueblo. Por entre las dos casas, separadas entre sí por unos 200 m pasaba la vía del ferrocarril Monforte de Lemos-Póboa de Brollón, y también la carretera. En una de las casas, pegadita a un pinar y muy cerca de la vía –que es por donde patrullaban siembre los guardias del puesto de A Póboa de Brollón–, paraban O Roces y uno de los enlaces, Ramón López Casanova. El día de los hechos también estaba allí María, una hermana de Ramón.
La otra casa, que estaba más cerca de la carretera, servía de refugio al asturiano Guillermo Morán García, a Gregorio Colmenero Fernández (O Porreto), que era de Torbeo (Lugo), al santanderino Julián Acebo Alberca (Guardiña), al zamorano Samuel Mayo Méndez (Saúl) y a Fermín Segura: cinco, en total.
Como yo me temía, y a pesar de mis insistentes recomendaciones, no tardaron en cometer repetidas imprudencias que fueron, sin duda, las que causaron su desgracia.
En aquellas fechas, el horno no estaba para bollos. En cuanto se instalaron allí, ya tuvieron la mala idea de echarle una «multa» al cura de Chavaga –que era como pregonar a los cuatro vientos dónde se encontraban–, y éste, para no pagarla, tomó las de Villadiego. El cura tenía un sobrino que también era sacerdote y a él acudieron para que convenciera a su tío de volver, y le dijera que si pagaba la suma pedida podría quedarse, y que ya no lo molestarían más. El hombre volvió, pagó y, de momento, así quedaron las cosas.
Pero sucedió todavía algo peor. Un muchacho joven del lugar estaba casado con una hija de la casa donde estaba Guillermo Morán con los otros y, por consiguiente, más de una vez, al ir a visitar a la suegra, hablaba con los guerrilleros. Aunque nunca había visto a Roces, sabía perfectamente dónde paraba. El caso es que entre lo del cura y lo de la hija del casero, se buscaron la ruina. Un buen día fueron delatados, vete a saber por quién .
Yo conocía bien aquellas casas y toda la zona, pues la había «abierto», junto con Roces. Yo me había opuesto a que las utilizaran, pues convenía dejarlas «descansar» y, sobre todo, no quemarlas con actuaciones sin ton ni son; pero, como ya te dije, tanto insistieron que por fin acepté no sin hacerles mil y una recomendaciones. Pero no me hicieron caso, siguieron allí e hicieron cosas como las que te he contado… hasta que se produjo la catástrofe.
El 20 de abril de 1949, por la mañana temprano, un importante destacamento de la Guardia Civil –más de 60 hombres– cercó la casa donde estaba Roces y le intimaron a rendirse. La respuesta fue una ráfaga de subfusil. Entonces le pidieron que dejara salir a los caseros, a lo cual accedió. Abandonaron la morada el matrimonio que allí vivía y una hija de la casa, Luisa Centeno, que, por cierto, era novia de Roces. Inmediatamente después se desencadenó un intenso tiroteo entre sitiadores y sitiados.
Por otra parte, Guillermo Morán, desde una ventana de la otra casa, vio cómo los guardias daban el asalto al refugio de Roces, pero no apercibió ninguna fuerza en los alrededores de la suya ni en la carretera próxima. Ante la crítica situación en que se encontraba su compañero, los cinco guerrilleros decidieron acudir en su ayuda.
Guillermo Morán en vanguardia, seguido de Fermín Segura y, algo más retrasados, Julián Acebo, Gregorio Colmenero y Saúl se disponían a cruzar la carretera para parapetarse y atacar por la espalda a los guardias. Antes de que los dos primeros pudieran llegar a ella, un guardia agazapado lanzó una bomba de mano que mató a Guillermo. Segura, que iba detrás, se salvó por casualidad. Los otros tres, al oír el bombazo, seguidos por Segura, corrieron hacia un campo de pan próximo, pero la Guardia Civil había emplazado allí fusiles ametralladores y, antes de darse cuenta de lo que pasaba, Julián Acebo (Guardiña) y Gregorio Colmenero cayeron cosidos a balazos; Fermín Segura recibió un tiro en la boca que lo dejó sin dientes, y Saúl, ileso por pura suerte, logró escapar.
Los guardias habían previsto que atacando a Roces, los demás acudirían en su ayuda, como así fue, y les tendieron una trampa en la que cayeron a pie juntillas.
Mientras tanto, Roces, dispuesto a vender cara su vida, hacía un fuego de mil demonios. Me contaron que había recibido dos o tres balazos y que se los había taponado con trozos de camisa para no desangrarse. Viéndose perdido, y morir por morir, intentó una salida desesperada. Ya fuera de la casa gritaba –según me dijeron–: «¡Cobardes, compañeros, cobardes!… yo os he salvado la vida varias veces y ahora me abandonáis… ¡Cobardes!… No podía saber que tres de sus compañeros habían muerto en la empresa y que otro estaba malherido. Ramón López Casanova y su hermana María habían perecido en el asalto, pues los guardias habían utilizado lanzagranadas.
Roces, desde la puerta, vio a su novia, Luisa Centeno, que estaba junto a un guardia y, sin dudarlo, vete a saber lo que le pasó en aquel momento por la cabeza, disparó contra ella, pero sólo consiguió herirla. La chica tuvo que ser trasladada al hospital.
El guerrillero, sin dejar de disparar, consiguió penetrar en un campo de maíz y se agazapó entre las plantas. Allí cerca vivía un hombre con dos hijos y una hija, y todos conocían bien a los hombres de la partida. Los guardias, poco predispuestos a correr riesgos inútiles, pues ya habían sufrido algunas bajas, mandaron a uno de los chavales al maizal para que hablara con Roces. Este oyó el ruido del mozuelo entre el maíz y sin duda pensó que antes de morir todavía se llevaría algún guardia por delante, pero vio al chico a tiempo y comprendió que nadie se metería allí para buscarlo. Entonces le dijo: «Ah… eres tú… di a los guardias que ya pueden pasar» y, seguidamente, se pegó un tiro… se suicidó.
Yo me encontraba entonces en O Póboa de Trives (Lugo), a unos 25 km en línea recta y al sudeste del lugar de los hechos, y, si no fue el mismo día, fue al siguiente cuando me enteré de todo lo sucedido. Entonces mandé a Chavaga a una chavala que estaba en Albaredos, que se había casado con un hijo de la casa donde paraba Roces, pero que los franquistas habían asesinado al comienzo de la guerra civil. Aquella chica ya me había «abierto» una casa en Montefurado, el primer pueblo de la provincia de Lugo, junto a la línea divisoria con Orense. Fue ella la que luego me contó todo en sus menores detalles.
Fermín Segura, malherido en la boca, pudo llegar a una casa amiga, pero como no podía hablar, no lo reconocían y no querían darle paso. Con muchas penas logró identificarse y entonces lo atendieron. Después, no sé cómo se las arregló, consiguió pasar a Francia.
Samuel Mayo Méndez (Saúl) murió más tarde en una emboscada que le tendió la Guardia Civil en La Coruña, el 31 de marzo de 1950.
Después de la exterminación de la partida de Evaristo González comenzó la desbandada. La gente, poco a poco, fue abandonando la lucha armada.
Publicado en Polémica, n.º 32, mayo 1988
puebla de trives esta en Orense