Ángel J. CAPPELLETTI
Bakunin encontró durante la última década de su vida un grupo de fieles y afectuosos amigos en Italia. Aparte de Fanelli y Malatesta, ninguno llegó tal vez a identificarse con sus ideales revolucionarios como Carlo Cafiero.
Este había nacido en septiembre de 1846, en la ciudad de Barletta, en el seno de una rica familia burguesa, que lo destinó primero a la carrera clerical, enviándolo al seminario de Mofletta, y más tarde a la diplomacia y a la política, para lo cual le hizo estudiar derecho en la Universidad de Nápoles y lo mandó a Florencia, capital del naciente reino de Italia (antes de la toma de Roma al papado).
En 1870, encontrándose Cafiero en Londres, se puso en contacto con Marx y con otros miembros de la Internacional, antes de conocer a Bakunin. Puede decirse, por eso, que a diferencia de Malatesta, Cafiero fue iniciado en el socialismo por obra de Carlos Marx, cuya personalidad le impresionó sin duda tan fuertemente como para hacerle guardar una gran admiración por él hasta el fin de sus días.
Cuando retornó a Italia, Cafiero adhirió a la joven sección de la Internacional y se puso en contacto con quienes la habían fundado, Fanelli, Palladino, Malatesta, etc., todos los cuales tomaron partido por Bakunin contra Marx en la controversia ideológica sostenida por ambos en el seno de la Asociación Internacional de Trabajadores.
En esta crucial disputa, Marx y los autoritarios ganaron una primera batalla en el Congreso de la Haya, en 1872, pero puede decirse que Bakunin y los federalistas obtuvieron el triunfo definitivo, cuando al año siguiente se disolvió el Consejo General, órgano de las intrigas de Marx y Engels. Cafiero, bajo la influencia de este último, con el cual mantenía constante correspondencia, pareció inclinarse primero por el partido autoritario y por las posiciones de Marx y el Consejo general, pero su natural honradez, conmovida por las turbias maniobras dirigidas contra Bakunin desde Londres, lo inclinó pronto hacia el grupo antiautoritario.
Llegó a presidir así, en agosto de 1872, el Congreso de Rímini, que decidió poner fin a las relaciones de la Federación italiana de la Internacional con el Consejo general de Londres; y más tarde representó a dicha Federación, junto con Malatesta y Fanelli, en el Congreso de Saint-Imier, reunido para rechazar las conclusiones amañadas del Congreso de La Haya.
Desde esta época, la amistad entre Cafiero y Bakunin se incrementó y profundizó, y el joven italiano llegó a ser uno de los más queridos compañeros del viejo revolucionario ruso.
En el año de 1873 (durante el cual fue encarcelado por varios meses, igual que Malatesta) recibió la herencia que le correspondía al morir sus padres. Inmediatamente decidió dedicar parte de ese dinero a la adquisición de una casa que sirviera de refugio a los revolucionarios perseguidos de toda Europa. Esta casa la encontró cerca de Locarno en el cantón de Tessino, a orillas del Lago Mayor. Era una villa llamada la Baronata. Invitó enseguida a trasladarse a Bakunin y su familia. Pero, como dice J. Guillaume, «esta empresa mal concebida y mal ejecutada, fue una verdadera dilapidación de la fortuna del generoso e ingenuo revolucionario». Al año siguiente Cafiero estaba prácticamente en la ruina; y lo poco que le había quedado lo empleó, según el mismo Guillaume, «en los preparativos de los movimientos insurreccionales que estallaron en Italia en agosto de 1874».
A este desastre financiero, que obligó pronto a Cafiero a buscar trabajo como fotógrafo, no fue ajena la acción de Bakunin. Aunque no se puede dudar de su honestidad, tampoco cabe desconocer sus hábitos desordenados en materia financiera y la pésima administración de sus bienes en todos los momentos de su vida. Parece que, en efecto, concibió por su cuenta pero con el dinero de su amigo, proyectos agrarioindustriales tan dispendiosos como poco realistas, lo cual contribuyó eficazmente a quebrantar la fortuna de Cafiero. Este acabó reprochando a Bakunin, como dice Carr, «las locuras a que le había inducido con aquella empresa». Y Bakunin, según refiere el mismo historiador, anotó en su diario la siguiente frase, refiriéndose a Cafiero: «Arrojó la careta de la amistad y me soltó una andanada de insultos» (Bakunin, pp. 492-493).
He aquí cómo una noble amistad, fundada en generosos ideales revolucionarios, acabó rompiéndose por un incidente en el cual ambas partes eran culpables de descuido pero ninguna de mala fe.
El hecho de que Cafiero haya demostrado en los últimos años de su vida renovado interés por las doctrinas de Marx, traduciendo y resumiendo inclusive en 1877-1878, después de la muerte de Bakunin, El Capital, no puede considerarse, desde luego, como una consecuencia de sus diferencias personales con el mismo Bakunin.
También éste había emprendido antes una traducción (al ruso) de dicha obra. El trabajo de Cafiero puede, en efecto, como dice J. Guillaume, «prestar servicio a aquellos lectores que no disponen de tiempo para leer el libro y que querrían, no obstante, tener una idea de lo que se halla en él». Más aún, «su lúcido análisis que no se detiene en sutilezas, introduce la claridad en la dialéctica oscura y con frecuencia desagradable del original».
Publicado en Polémica, n.º 18, julio 1985.